lunes, 11 de mayo de 2009

Vade retro

Con apenas unos meses de vida, como tantos bebés en la Argentina, Cristina Ferreyra fue bautizada. El ritual se cumplió en la parroquia porteña de San Pedro Telmo, el 16 de enero de 1953. El agua bendita en la frente marcó su ingreso a la Iglesia Católica. Poco más de medio siglo después, se convirtió en una de las primeras apóstatas del país: personas que rechazan su fe cristiana y piden formalmente su desvinculación de la Iglesia Católica. Cristina hizo el trámite el 2 de octubre en el Arzobispado de Buenos Aires. El ejercicio de la apostasía –o desafiliación del catolicismo– está creciendo con fuerza en España, donde ya se han hecho varias entregas masivas de solicitudes. En Argentina, por ahora es un procedimiento poco conocido aunque va ganando adeptos, fundamentalmente ateos, defensores del laicismo –bautizados a poco de nacer– que no quieren que se los cuente como católicos: las estadísticas, argumentan, significan dinero (en subsidios) y poder político para la jerarquía eclesiástica. La Iglesia, en tanto, se resiste a borrarlos de sus registros. Alega que el bautismo es un sacramento de carácter indeleble, que dura para toda la vida. Sin embargo, la Ley de Protección de Datos Personales, hábeas data, podría amparar el reclamo de los apóstatas, que tendrían el derecho para exigir que se suprima su nombre de los archivos clericales.

“Para la Iglesia Católica la apostasía es uno de los tres pecados más graves, junto con el cisma y la herejía. En la Edad Media, se castigaba con la muerte en la hoguera. Es impactante ver cómo ahora aparece como un derecho”, observa el filósofo y teólogo, profesor de la UBA, Rubén Dri.

La apostasía está definida en el canon 751 del Código de Derecho Canónico como “el rechazo total de la fe cristiana”, recibida por medio del bautismo. Como no existe ningún procedimiento legítimamente establecido para abjurar de la fe cristina o cualquier otra fe y retirar el apoyo implícito a esa institución religiosa, se adoptó ese término clerical. Algunos prefieren hablar de “desbautizarse” y lo comparan con la desafiliación de un partido político. Incluso, hay quienes aclaran que no significa dejar de ser creyente, sino renunciar al catolicismo en términos institucionales.

Estadísticas

¿Cuántos católicos hay en la Argentina? El dato no se conoce con precisión. El Indec no pregunta sobre pertenencias religiosas. Lo hizo en tres censos pero antes de 1950. Según las últimas mediciones de la agencia Gallup, el 84 por ciento de los argentinos se declara católico, una proporción que históricamente superaba el 90 por ciento. Los investigadores del Conicet y docentes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA Fortunato Mallimaci y Verónica Jiménez Béliveau hablan de “ruptura del monopolio católico” en el Cono Sur. “En Argentina, uno de los países donde la hegemonía del catolicismo integral ha sostenido más firmemente la representación de una sociedad uniformemente católica, el porcentaje de los que se declaran católicos baja, también”, advierten. Una encuesta realizada por investigadores de la Universidad Nacional de Quilmes en el año 2000 en el conurbano –la única de su tipo– encontró que el 77,5 por ciento de los habitantes se declaraban católicos, contra el 86 por ciento de la generación de sus padres.

En el Arzobispado de Buenos Aires toman las estadísticas del Anuario Pontificio 2007, según el cual contabilizan como católicos a nueve de cada diez porteños. Pero ¿cuántos son católicos en el sentido de la adhesión a los dogmas? ¿Cuántos van a misa todos los domingos? Apenas un 10 por ciento del total de bautizados, de acuerdo con un relevamiento realizado por la Conferencia Episcopal Argentina hace pocos años, según informó a Página/12 el encargado de llevar las estadísticas clericales de la CEA. Sin embargo, este ínfimo porcentaje no es el que se enarbola desde la jerarquía católica a la hora de poner en juego su poder de lobby.

“La cantidad de bautizados está manejada con toda la astucia. La usan para obtener subsidios, para influir políticamente. Yo no quiero formar parte de esas estadísticas que le otorgan poder”, dice la escritora y traductora Susana Tampieri, directora de la Sociedad Humanista Etica Argentina Deodoro Roca y miembro fundadora de la Asociación Civil de Ateos en Argentina (Arg Atea). Tampieri vive en Mendoza y ya tomó la decisión de “desbautizarse” como prefiere decir ella, aunque todavía no realizó el trámite correspondiente. “Generalmente se bautiza a las personas cuando son bebés y no tienen poder de raciocinio para decidir. Esos bebés bautizados, que al crecer se cambian de religión o dejan de profesar el catolicismo, quedan inscriptos como católicos. Tenemos derecho a cambiar y ser libres”, sostiene Tampieri y dice que su lucha a favor del ateísmo lleva ya muchos años y está tratando de convencer a otros que piensan como ella de no tener miedo y manifestar su punto de vista.

Razones

Arg Atea fue creada hace poco más de un año para “agrupar ateos”, “defender sus derechos” y “promover la implantación de la laicidad”, entre otros objetivos. Ya tiene 70 integrantes. “Para las personas que consideramos la libertad como un bien supremo la adscripción de una persona a una confesión religiosa desde el momento mismo del nacimiento, sin intervención ninguna de su voluntad, es una infamia que sólo se mantiene en vigor a causa de la tradición, la discriminación, la presión social y el interés de la Iglesia en hinchar el número de fieles en las estadísticas con el fin de obtener mayores beneficios ligados a una supuesta representatividad social que no responde a la realidad”, dice un escrito del sitio web de Arg Atea (http://argatea.com.ar) al enumerar razones por las que se debería apostatar.

Una de las fundadoras de la entidad es Cristina Ferreyra, la flamante apóstata. En el sitio web de Arg Atea hay instrucciones de cómo llevar adelante la desvinculación formal de la Iglesia Católica. Un camino es enviar una carta de renuncia a la sede de la diócesis a la que pertenece la parroquia donde la persona fue bautizada, adjuntando una fotocopia del DNI. Si se tiene, es recomendable incluir una copia de la partida bautismal. El mismo sitio ofrece una carta modelo de apostasía, que incluye diversas razones a las que se puede apelar para renunciar a la fe católica –si se quiere dar explicaciones– y también argumentos legales que fundamentan el reclamo.

Cristina mandó unos meses atrás la carta al Arzobispado de Buenos Aires, pero nunca obtuvo una respuesta. A fin de septiembre decidió llamar por teléfono para averiguar qué sucedía. La atendió el secretario del notario. “Me dijo que no tenían plata para la estampilla para responderme”, contó Cristina a Página/12. Como ella insistió en que quería un certificado de su apostasía, en el Arzobispado le dieron una cita para ver al notario eclesiástico (escribano), presbítero César Sturba, que la recibió a los pocos días, el 2 de octubre.

Cristina muestra con orgullo su certificado de apostasía, que lleva el sello del Arzobispado de Buenos Aires y la firma del notario. El documento deja constancia de que pidió “su desvinculación con la Iglesia Católica y manifiesta su apostasía de la fe católica apostólica y romana”. En el mismo papel el Arzobispado se compromete a remitir la renuncia de Cristina a la parroquia de San Pedro Telmo, en el porteño barrio de San Telmo, donde la mujer recibió el agua bendita cuando apenas tenía algunos meses de vida, para que se inscriba al margen de su partida de nacimiento. Cristina corroboró telefónicamente en la última semana si la información había llegado a la parroquia: le dijeron que sí. Pero quiere directamente que la borren de los registros eclesiales. Y la Iglesia se resiste a cumplir con ese reclamo.

“Le pregunté al notario si con este trámite ya estaba fuera de la Iglesia y me dijo que para ellos no, porque el bautismo es para toda la vida y yo puedo querer volver”, se indigna Cristina. Vive en Palermo y es jefa de un sector informático de la UBA. No sólo fue bautizada, sino que más adelante tomó la comunión y luego se casó en una iglesia. Tiene dos hijas y ahora está divorciada. “Que quede claro que no somos anticatólicos. Simplemente no creemos en Dios y defendemos la libertad de cultos y de pensamiento”, dice Cristina, en un café de Coronel Díaz y Charcas. A la charla se suma Rodrigo de Arzave, otro miembro de Arg Atea, pero de los más jóvenes. Tiene 24 años y estudia la carrera de Filosofía en la UBA. “Yo también tengo la idea de apostatar, pero todavía no presenté la carta”, dice y explica que la demora se debe a que es oriundo de la localidad bonaerense de Azul y quiere hacer el trámite personalmente cuando esté de visita por sus pagos.

Rodrigo proviene de una familia de tradición católica y recibió educación religiosa en el Colegio San Cayetano de Azul. “A los 16 años empecé a dejar de creer en Dios, había cosas que no me cerraban y a los 18 ya decía abiertamente que no creía. Buscaba material para leer en Internet, por entonces ni siquiera conocía la existencia de la palabra ateo”, admite, divertido. En esa búsqueda se encontró primero con la Federación Internacional de Ateos (FIDA), donde ya estaban Cristina y Susana Tampieri, y en cuyo marco nació Arg Atea.

Derechos

Cristina fue la tercera persona que apostató en el Arzobispado de Buenos Aires, según confirmó a Página/12 el propio notario general. Las otras dos fueron “un señor que vive en España y un muchacho”, describió el presbítero.

–¿Qué razones alegaron? –quiso saber este diario.

–No les pedimos razones. No somos tan formales. El que no cree se puede ir –respondió Storba.

En realidad, el “se puede ir” es una forma de decir, porque de los registros de la Iglesia Católica los nombres no se van.

–Se notifica a la parroquia correspondiente y se inscribe como nota marginal en el libro de bautismos. Pero no se puede borrar. Sería un caos. Es un registro notarial. Piense que tenemos registros del año 1600 en adelante.

En países como España, algunas organizaciones están luchando en la Justicia para lograr que ciertas diócesis que se resisten a este nuevo fenómeno otorguen la apostasía sin trabas y anulen por completo los datos de los apóstatas de sus archivos (ver aparte). En Argentina todavía no se han realizado acciones legales en ese sentido. ¿Pueden los apóstatas, una vez que firmaron su desvinculación con la Iglesia Católica, exigir que sus nombres no figuren más en los registros clericales?

“A mi criterio, sí”, afirma la abogada constitucionalista Marcela Basterra, profesora de grado y posgrado de la UBA, cuando se le plantea la pregunta. Basterra es experta en la Ley de Protección de los Datos Personales, la 25.326. La norma, vigente desde octubre de 2000, define como “datos sensibles” aquellos que revelan “convicciones religiosas”, y también “convicciones filosóficas o morales, afiliación sindical, opiniones políticas, origen racial y étnico, e información referente a la salud o a la vida sexual”. El artículo 7º establece la prohibición de formar archivos, bancos o registros “que almacenen información que directa o indirectamente revele datos sensibles”. Pero al mismo tiempo, aclara que “sin perjuicio de ellos, la Iglesia Católica, las asociaciones religiosas y las organizaciones políticas y sindicales podrán llevar un registro de sus miembros”.

El artículo 16º establece que “toda persona tiene derecho a que sean rectificados, actualizados y cuando corresponda, suprimidos o sometidos a confidencialidad los datos personales de los que sea titular, que estén incluidos en un banco de datos”. El responsable del banco de datos debe proceder a la rectificación, supresión o actualización de los datos personales del afectado “en el plazo máximo de cinco días hábiles de recibido el reclamo del titular de los datos o advertido el error o falsedad”.

¿Cómo alcanzan estos artículos a la Iglesia Católica? “La ley trata de evitar perfiles discriminatorios. Si alguien quiere borrarse de un partido político, de una organización homosexual o de una iglesia, como se consideran datos sensibles, pueden exigir que conste que dejaron de pertenecer a esas instituciones o directamente que se suprima el dato por completo”, interpreta la abogada Basterra. En el mismo sentido analizan el caso en la Dirección Nacional de Protección de Datos Personales, que depende del Ministerio de Justicia, y tiene bajo su órbita el registro donde deben inscribirse las bases de datos existentes en el país (ver aparte).

“En la teología de la Iglesia, el apóstata sigue perteneciendo al catolicismo. El bautismo –junto con la confirmación, el matrimonio y el orden sagrado– es uno de los sacramentos con carácter indeleble, son para toda la vida. No hay aceptación teológica de la desvinculación de una persona que reniega de la fe, pero tendrá que aceptarlo jurídicamente, si hay una orden judicial”, concluyó el teólogo Rubén Dri.

Mariana Carbajal
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