lunes, 25 de mayo de 2009

Susú Pecoraro: “¡Yo quiero trabajar con Almodóvar!”

Un final de año espléndido para Susú. Con una sonrisa radiante la vimos en el Luna Park, recibiendo el Premio Clarín a la mejor actriz de drama, por ser durante todo 2007 la heroína de Mujeres de nadie, una excelente telenovela que (para disgusto de los que amamos el género) salió al aire en las primeras horas de la tarde en lugar de permitirnos el horario nocturno, en el que la fantasía asoma al final del día.
—Me pasé todo el año levantándome a las 5 y media de la mañana. ¡Imaginate, entonces, que las noches eran para estudiar y dormir! –explica Susú–. Parece que nadie cuenta que el actor tiene que estudiar...

—...Y estar con la cara fresca, y descansada para la filmación. —Bueno, mirá, lo de “fresca”... después de hacer una tira, es medio difícil. Al principio te preocupás, pero al mes ya decís: “¡Que sea lo que Dios quiera!”. Como mucho, he dormido seis horas por noche. Lo que sí, estudiar y estudiar. Llegaba a casa, comía y... ¡a los libros! A veces tenía diez libros abiertos sobre la mesa, justamente porque me tocaba una escena de cada uno. Vos sabés que las grabaciones se hacen por decorado. Entonces, la gran locura de las tiras es que, a diferencia de una película, en la que leíste mil veces la escena y la tenés entera en tu cabeza, en las tiras, cuando estás grabando, se producen situaciones nuevas. ¡Es imposible tener todas las escenas en la cabeza! Van llegando, se van acumulando y, como te decía, en un determinado día te toca una escena de cada libro. Entonces, tenés que leer todos los libros que van llegando, por una simple razón: yo quiero saber cómo “mi” historia se va metiendo en la historia general. No me gusta leer solamente mis escenas y no saber qué les pasa a los demás. Cada libro te lleva casi una hora, y tenés que calcular un promedio de seis escenas por día... Yo diría que ése es el mayor trabajo para un actor... Una cosa es la grabación pero, como te decía, llegás a casa muy cansada y tenés que aplicar toda tu memoria a lo que vas a leer. Mis amigos me preguntaban: “Pero, ¿qué tenés que hacer?”, y yo siempre con lo mismo: “¡Tengo que estudiar! Ustedes no saben lo que es pensar que mañana tengo un examen y tengo que saber la letra, ¡porque además hay un compañero que seguramente la sabe a la perfección!”.

—¿Quiere decir que, prácticamente, no saliste de noche durante todo el año? —¡No fui ni a un cumpleaños! Y cuando te dicen: “Pero si es un ratito...”, ¡resulta que el “ratito” termina a las tres de la mañana!

—Pero... la tira era buenísima. Lástima que no la pasaron por la noche. La tarde es un horario imposible para el que trabaja durante el día... —¡Vos no sabés la cantidad de gente que me ha comentado lo mismo! Algunos la grababan. Mi marido me la grababa, para que yo pudiera verla en algún momento. Era un comentario tan general que yo me preguntaba: “¿Pero quién la está viendo?”. También hay mucha gente que agradeció que se emitiera por la tarde, porque tenían un espacio vacío. La gente se encariña con los personajes. Por ejemplo, mi madre y sus amigas. Está bien, es mi madre, pero se enganchó totalmente con la novela, con los otros personajes. “¡Los extraño!”,me decía anoche. “¡Es tan bueno el doctor Gutiérrez! (el personaje de Luis Luque). Los tenía todos los días en casa, y ahora... ¿qué hago?”. Estoy de acuerdo con mi madre: te encariñás con los personajes. Por eso me gustó hacer una tira diaria, que es más interesante que un unitario. Fijate que en el unitario los libros están más trabajados, se puede ensayar. Podés hacer un trabajo más limado. Sin embargo, lo que tiene la televisión diaria es que uno ejercita la comunicación con los compañeros y eso posibilita mucho la improvisación. Estás durante tantas horas con la misma gente, compartís tantas miradas, se genera tanta confianza, que te puedo decir que me pasé el año metida en un camarín sin ventanas, con María Leal, que era mi enemiga en la tira pero es mi amiga en la realidad. Estábamos todo el día mirándonos las caras, o sea que yo sabía todo lo que le pasaba a ella con su familia y María, a su vez, estaba al tanto del movimiento de mi casa, los llamados, etc. Cuando uno está trabajando durante horas, todos los días, con una misma persona, se genera una relación en la que planeás: “Yo voy a hacer esto, vos decí lo otro”. Fijate que con Awada, que, tal como marcaba el libro, me tenía que lastimar, ¡llegamos a tener 20 escenas en el decorado de mi casa! Todas escenas violentas que, luego, se repartirían en diferentes libros.

—¿Vos sabés que, en las escenas violentas, te demacrás y te identificás absolutamente con una mujer que vive la presión del maltrato? Se dice que la televisión no es teatro, pero me parece que es un error... —¡Claro que es teatro! La cámara todo lo ve, todo lo capta. Se trate de cine o de televisión. Es algo maravilloso. Si el actor está muy compenetrado con lo que hace, la cámara lo capta a fondo. Te diría que si tenés todos los días un buen actor enfrente... Algunas veces, hemos terminado una escena y nos hemos abrazado, diciéndonos: “¡Qué alegría poder haber hecho esto en televisión!”.

—Alejandro Awada es un excelente actor. —Absolutamente. Además, muy buen compañero. Un gran soporte, puesto que alguien que tiene que hacer el personaje del “malo” (bueno, éstos son los términos con los que se habla teatralmente) se enfrenta con un trabajo muy difícil. Vos tenés que llegar a la escena en ese estado: violento... Awada, en cambio, que en ese aspecto es sabio, todo el tiempo hacía chistes, mimando, contrarrestando lo que justamente tenía que hacer en el momento de la escena. Fijate que el actor al que le toca encarar una situación violenta está violento desde antes, para poder mostrar violencia en el momento. Bueno, Awada no. El, no. Es contenedor, cariñoso, hacía chistes con los técnicos. Me preguntaba: “¿Te agarro de acá? ¿Así no te duele?”. Y yo le decía: “Agarrame fuerte. Si no, no puedo tironear para zafarme...”. Y él insistía: “Pero te voy a lastimar...”, con un cariño y un cuidado que, cuando terminaba la escena, me abrazaba diciendo: “¡No te puedo ver llorar!”. O si no pegaba un grito: “¡Qué actriz!”. Realmente muy generoso. Justamente, me llamó hoy por el Premio Clarín, y se reía: “¡No sabés! Cuando oí tu nombre, pegué un salto de felicidad!”. Y yo le decía: “Vos sabés que todo ese trabajo también te lo debo a vos, porque fuiste mi soporte”. Y él dijo, muy despacito: “Sí, lo sé, lo sé”. Te aseguro que tener a ese tipo de gente enfrente es muy lindo...

—Lo que pasa, Susú, es que vos sos muy versátil, tan buena actriz... Siempre te ha ido bien en todos los géneros. Susú se detiene y dice, como pensando en voz alta: —Es cierto, siempre me ha ido bien. Es increíble. Yo no lo busqué. “Sos una actriz taquillera, prestigiosa y popular”, me dijeron el otro día –se ríe francamente–. Cada palabra me sonaba rarísima, y las tres juntas, ¡increíble! Me lo decía un médico, una persona que no tiene nada que ver con el medio y que mira las cosas desde afuera. Algo muy extraño. Y no puedo decir que no es así. Cuando me preguntó si yo era inteligente, le contesté que más bien era intuitiva. Porque la inteligencia, en esta profesión, tiene que ver con la intuición. Con dejarse llevar por lo que yo intuyo que voy a poder comunicar. –Se establece un silencio, y luego:– No se trata de elegir algo que pudiera convenirme, porque no especulo con esas cosas. Quizá, de joven, he sido demasiado inocente en esto de hacer las cosas con el corazón. Hoy he madurado, pero conservo cierta tendencia a pensar bien.

—¡Pero la inocencia del corazón es maravillosa! ¡No deberíamos perderla nunca! —Bueno, pero yo la tengo. Creo que es una herencia de mi madre...

—¿Cómo es tu mamá? —Mi madre es un ser lleno de amor, de generosidad, de vida. Es libre, y verla disfrutar de cada cosa es... Por ejemplo, tiene un amor por las plantas... Y lo que a mí me pasa cuando me encuentro en un jardín, con flores... bueno, ¡es porque la he visto a mi madre sembrando y alegrándose cuando, de mañana, descubría que se habían abierto las flores! Desde chiquita me acostumbré a la alegría de “¡se abrieron las rosas!”, ¿me entendés? Son las cosas que he vivido siempre. Pequeñas fiestas cotidianas. “¿Querés que te haga unos panqueques?” Yo llegaba de bailar y mamá me estaba esperando para chusmear cómo me había ido, ¡y mientras tanto me preparaba los panqueques! “No dormimos, no importa”, me decía mientras comíamos en el jardín, porque además yo tenía algo lindo para contarle acerca de un chico que ella conocía. Mi madre ha sido siempre un par y, te repito, la he visto disfrutando de la vida. Además tiene una mirada muy noble sobre las personas: ella no juzga...

—¿Tenés hermanos? —No, no. Soy hija única, y por eso es mi madre la que ha sido mi compañera. Yo he visto mucho a través de sus ojos, porque en casa nunca se habló mal de nadie. Mamá siempre comprendió. “Bueno, pero no se da cuenta...”, explicaba cuando alguien cometía un error. Y yo recuerdo que ese “no se da cuenta” era muy sabio. Me enseñó a no echarle la culpa a la gente porque pensara diferente o porque hacía algo que los demás no podían entender ni juzgar. Mamá no decía: “¡Qué atrevido!” o “¡Qué maleducado!”, sino simplemente: “No se da cuenta”. Y esa mirada me enseñó mucho.

—Es muy noble eso de decir “no se da cuenta”, porque es como una aceptación de la debilidad humana. —Tiene que ver con la compasión, con compartir con el otro muchas situaciones. Creo que es lo más lindo que me está pasando con la madurez, con el paso de los años: acabo de cumplir 55 años, el 4 de diciembre...

Nunca lo hubiéramos pensado, y se lo decimos. Ella sonríe y agrega:

—Estoy contenta con mis 55 años. Siempre he dicho mi edad, y creo que lo debo a esa educación. Tuve ejemplos muy buenos, pero también una vida con mucho trabajo. Hay mucho trabajo detrás de quien soy hoy...

—¿A través de la terapia, por ejemplo? —Siendo muy joven, hice terapia durante muchísimos años, pero también estudié mucho porque siempre he sentido una gran curiosidad por el ser humano. Estudié sola. Soy una especie de autodidacta con etapas de filosofía, y he leído a todos los filósofos. Creo que son cosas paralelas. Cosas sabrosas que quiero contarte, porque creo que son interesantes y uno no suele contarlas. La literatura me ha enriquecido la vida. En mi familia, todos son muy lectores.

—Sin duda, hiciste un buen trabajo. Recuerdo que me impresionó que en “Camila”, siendo vos tan joven (fue, si no me equivoco, en 1984), hubieras entendido tan bien al personaje. Conmoviste a todos los espectadores, y al mismo tiempo también transmitiste una gran alegría de vivir. —Sí, las dos cosas, ¿no? Era un guión muy bien escrito por Beda Docampo Feijóo, Juan Stagnaro y la propia María Luisa Bemberg. Y hablo del guión, porque, en realidad, estoy en esta profesión por el autor. Soy una lectora empedernida. Lo que más me gusta es leer en el jardín. Me llevaría allí todos los libros, me tiraría en una reposera y me hundiría en el libro de turno mientras escucho el canto de los pájaros y “siento” el verde del pasto. Ya de muy pequeña me iba al jardín con mi librito. Siempre estuve muy ligada al autor. A los 7 años ya fantaseaba con ser escritora. También tenía una mesa de dibujo, porque papá dibujaba, y siempre, desde chica, tuve mis mesas de trabajo, ¡y soñaba con publicar libros míos! Por supuesto que no escribía bien, y para eso están los grandes autores. Sin embargo, cuando una lectura me agarra, siento que, a la vez, también yo estoy escribiendo. A través de esta profesión, creo que además, de alguna manera, puedo “escribir”, porque descubrí que expresar y entender a un autor, cuando lo aprendés en el conservatorio, es también ser parte de él. Soy una actriz a la que le gusta ser “autora”, poner lo suyo. Me encanta trabajar con el autor, y cuando encuentro a uno al que le gusta trabajar con el actor, siento una satisfacción tremenda. Por ejemplo, fue maravilloso trabajar con Aída Bortnik o con Carlos Somigliana. En la vida real, Aída es un personaje tan genial, tan increíble, que cada vez que me tocó trabajar con ella yo hacía un diario de mis personajes y ella me llamaba por teléfono y me preguntaba: “¡Decime cómo va el diario!”. Con Aída hicimos una miniserie en la que también participaba Somigliana, que se llamó Hombres en pugna. Fue la primera cosa importante que hice en televisión. Te repito que estaba muy bien escrita y Lucía, mi personaje, fue algo que disfruté muchísimo. Yo escribía el “diario” de Lucía, contando lo que a ella le pasaba, y Aída escribía los diálogos. Ese ida y vuelta con el autor es fundamental para mí...

—A propósito de lo que estás diciendo, es fundamental recordar que el gran éxito de “Mujeres de nadie” en 2007 se debe también a un muy buen libro. —Sí, lo empezó Marcos Carnevale y luego lo tomó Ernesto Korovsky, pero siempre con la supervisión de Carnevale.

—En el teatro, las cosas son distintas porque contás con el dramaturgo, que te da un sostén que te indica lo que podés hacer muy claramente. ¿Qué es lo que más te gusta hacer en teatro? —Creo que el personaje que más satisfacción me dio fue el de La noche de la iguana, de Tennessee Williams. Y últimamente, el personaje que más me costó, pero que mayores alegrías me brindó, fue el de la monja en La duda. Esa monja, claro, no era yo. Entonces me fui a un extremo, en el que desaparecí en el escenario, para dejar paso al personaje. Otro personaje que amé fue el protagónico de Sin testigos, que hicimos con Miguel Angel Solá en el Teatro Blanca Podestá. Fui muy feliz personificando a esa rusa que, sin embargo, era un papel muy sufrido. El teatro tiene eso: todas las noches entrar en mundos terribles, sufrientes.

—También podrías hacer comedia... —Me gusta la comedia.

—Jazmina Reza (“Art”, “Tres momentos en la vida”), por ejemplo... —Me encantaría. O si no, en cine, ¡yo quiero trabajar con Pedro Almodóvar! –se ríe–. ¡Soy incorregible! ¡Acabo de terminar una tira, y ya estoy con los guiones! Tengo el guión de Volver, de Almodóvar, porque me gusta mucho ver una película y luego observar qué hizo ese director con ese guión. ¡Es muy difícil “traducir” un guión a la imagen y luego, a través de la imagen, darse cuenta realmente de lo que estaba escrito! Ahí se ve realmente el genio de un director. Como te decía, Volver me gustó muchísimo y estaba leyendo el prólogo, en el que se señala que Almodóvar, en esa película, logró que los personajes que estaban en el infierno encontraran, de alguna manera, algo de amor en ese mismo infierno. Te diré que Almodóvar es un ser particularmente interesante, porque, fuera del glamur y del éxito, es un ser humano realmente inteligente. ¡Recordemos, también, Hable con ella! No solamente mostró trabajos inolvidables, sino que la historia en sí misma indicaba un enorme conocimiento de la vida. Hacer que todos podamos reconocernos en esos personajes a través del sufrimiento, y también de la risa. Hoy pensaba en todo eso, y busqué el guión para estudiarlo y entender todavía más. Almodóvar nunca habla de algo superficial, por eso es fascinante estudiarlo. El humor es algo que te salva de las dificultades de la vida. Es una estupidez reírse de todo, y también es una estupidez total quejarse por todo.

Magdalena Ruiz Guiñazu
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