lunes, 18 de mayo de 2009

¿Dónde está Trulalá?

Trampas de la nostalgia y de la maldita adultez: revisitar aquello que nos fascinó de chicos suele ser una operación peligrosa para nuestra estabilidad emocional, un camino casi seguro al desencanto, a la destrucción de nuestros mitos personales. Como volver a ver Batman, la serie camp de los ’60 después de muchos años, pero sin ese doble nivel de lectura que ofrecía el programa con Adam West –la fantasía paladinesca perfecta para los nenes; la ironía salvaje para los adultos–, regresar a Las aventuras de Hijitus es enfrentarse a una cosa nueva, distinta, un artefacto que nunca dejó de ser bastante inocente pero que no puede sino pasarse por el filtro de los cuarenta años de cataclismos de la vida argentina (y la defunción de la revista Anteojito) que pasaron desde su estreno original.

Si, como señala Raúl Manrupe en su valioso Breve historia del dibujo animado en la Argentina, fue posible que Hijitus llegara en 1967 promocionándose como la primera serie televisiva de animación nacional debido a un contexto de “modernización” y ascenso social, a “la evolución en el estándar de vida de la clase media” (auto y televisor en muchos hogares), ¿qué pasa ahora, que la flamante edición en DVD del único súper héroe duradero de la cultura pop local lo devuelve, pero a un país distinto? Las preguntas siguen siendo las mismas de siempre –la serie nunca dejó de estar presente, con algún reestreno; la nada memorable parodia de Guinzburg y Fontova; homenajes dispersos desde la historieta o la animación. ¿Por qué vive Hijitus en un caño, si tiene a la mano súper poderes y amigos con plata? No es cinismo: Hijitus es, está claro, con su aspecto andrajoso y su sombrero sombreritus desfondado, un nene de la calle, y ha pasado tanto nuevo realismo por el cine y la televisión argentinos –y tanta devastación verdadera– que no es posible dejar de pensárselo un poco en serio.

Camiseta y caño

Uno puede buscar en las entrevistas que se le han hecho a Manuel García Ferré –las que están disponibles, que no son tantas– pero no encontrará una respuesta muy precisa a por qué Hijitus es un nene pobre. ¿Y por qué no?, es una posible. Hay algo de la simpatía por los personajes populares que está en todas las creaciones de este hombre nacido en Almería hace 78 años y llegado a la Argentina, desde la España franquista, a los 18. Alguna vez dijo: “Por haber sobrevivido a la violencia de la Guerra Civil, no me interesa promoverla. En mis producciones aparece cierta violencia, pero es defensiva. Los personajes responden a una ley natural de ataque y defensa”.

Hijitus nació en los años ’50 como personaje secundario de su historieta Pi Pío, que se publicaba en Billiken antes de que existiera Anteojito, y que transcurría en Villa Leoncia, donde también vivían el malcriadito Oaki y su padre millonario y filántropo, el atildado Gold Silver. La llegada a Trulalá y a la televisión fue en años del Canal 13 de Goar Mestre y se extendió por siete temporadas, en 45 episodios fraccionados en emisiones de un minuto diario y permanentes continuarás de un nivel de animación que no tenía nada que envidiarle al de las producciones de Hanna-Barbera y un diseño gráfico –de personajes y de fondos– encantador. Durante esos años –y sus repeticiones para la renovación generacional– se incrustaron en nuestro imaginario los malos de la “tira” que, como suele y debe suceder, eran infinitamente más atractivos que los buenos. Los malos –el gran Neurus y sus secuaces Pucho y Serrucho, las voces inolvidables de “Pelusa” Suero– y también los un poco desconcertados o desconcertantes: Larguirucho, por supuesto, y el niño bien Oaki, que escondía sus pistolas en sus pañales y decía aquello, tan perturbador a decir verdad, de “Tiros, líos y cosa golda”. Tanto más interesante que ese vago y en el mejor de los casos distractivo “Ojalá, ojalita y hojalata, chuculita-chuculata” con el que el personaje titular epilogaba tantos capítulos y que vaya uno a saber qué quería decir.

En ¡Peligro en el volcán!, uno de los episodios recién editados en DVD (ver www.planetadeagostini.com.ar), la misión de Hijitus consiste en llevar a su amigo el Boxitracio a curarse de una enfermedad en los vapores de un volcán apagado. Pero una vez allí, se encuentran con que Neurus, el muy vivillo criollo, está llevando adelante un inescrupuloso plan de embotellamiento de aguas termales, para hacerse rico vendiéndolas masivamente (“un gran acierto financiero”, en palabras de Pucho, siempre en camiseta y con acento arrabalero). En otro episodio (que con un poco de suerte será rescatado pronto), Neurus se confabulaba con “Guti”, el villanesco mayordomo de Gold Silver, para secuestrar al pingüino linyerius (el único pajarraco hippie del mundo, espécimen que pone en peligro el equilibrio ecológico con su canto y su guitarra rompe-hielos) y ponerlo a grabar “¡Millones de discos de música hippie (sic), canciones de protesta, folklore polar y lo que venga, Mbue-je-jei!”.

Trulalá

Hace cuatro años, tres décadas después del final de Súper Hijitus, el dibujante y animador rosarino BK y Basta hizo un corto de actualización, por así decirlo, llamado Trulalá City, en el que ilustra las miserables vidas de Hijitus y compañía, con un Pichichus rabioso y Neurus y sus secuaces como una banda de criminales más reales y más pesados que los desacataos de otras épocas. Por ahí alguien ha colgado una pieza de fan-fiction sobre el personaje y en YouTube puede verse (tipiar: Super Hijitus Returns) un trailer falso que anticipa una superproducción de la Warner en la que el protagonista, de carne y hueso y de capa negra, enfrenta a un robot gigante entre efectos digitales no profesionales y con el Obelisco y la música de Superman de fondo.

Como resguardo para los que prefieran seguir viéndolo como lo veían décadas atrás –o no volver a verlo salvo en sus propios recuerdos–, la edición del DVD viene acompañada por una revista y “Dos juegos de mesa” (así se anuncia) que son la cosa más retro y encantadoramente berreta que haya llegado a los kioscos de revistas en los últimos tiempos. Un verdadero objeto de otra galaxia, un cartón pintado –literalmente– y dividido en dos, con sendos “divertimentos”: uno con fichas recortables y un recorrido de casilleros, llamado “Los paneles mágicos”, y otro titulado “La lotería de los oficios”, que se juega con dados y en el que Hijitus repara artículos de computación, la Vecinita de enfrente es diseñadora de modas y Larguirucho, albañil. Casi como si no fuera 2007, como si todavía existiera la revista Anteojito. De verdad.

Mariano Kairuz
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