lunes, 18 de mayo de 2009

Uno que tenemos tod@s

Una mujer que quiere acostarse después de acostarse –sin pensar en irse, en huirse, en blindarse– sabe que si los dos cuerpos se rinden y se dan vuelta, se reinventan. Entonces el cuerpo gira, se acomoda y así se hace noche y se re-hace el día. Una mujer que duerme con un cuerpo desnudo, abrazado, despatarrado, sabe que es su atrás, su columna vertebral, su trasero, su cuerpo sin voz, sin palabra, sin siquiera mirada, el que arrima. Una mujer que sabe desandar sus maratones y volverse caminante con sus manos apoyadas, sabe que ahí –ahí donde un soplido puede dividir el cuerpo–, ahí donde el cuerpo hace una vertical entre las piernas y la espalda, ahí el cuerpo se pone redondo. Y como si estuviera Galileo vociferando pero se mueve el verano descubre las colas como si descubriera América.

“¡Estalló el verano!” es el grito con el que las placas rojas comienzan a buscar el mar y con el mar las notas de verano y las notas de verano son colas y colas y colas. Colas de culos, de traseros, pompis, cachas, tujes, nalgas, pan dulce, pavito, el cu-cu que hay que mover, el bombón asesino (¿por qué la mirada sobre el deseo se transforma cada vez más en una idea de matar o morir?) que se pone suculento, la cola-less, ese invento, si no argentino, sí masificado acá, en donde las colas son altar, altar de verano. Acá donde las modelos tuercen la cabeza para mirar a cámara, para que aparezca de refilón una teta, pero para dar la cola a primer plano, mientras ellas arquean la cintura y disimulan convirtiéndose en jirafas profesionales de torcer el cuello.

Acá donde las mallas se cavan y la playa o las piletas se vuelven un campo minado. Acá donde las colas son santificadas, petrificadas, glorificadas. Acá donde las colas son trabajadas como –ahora– se trabaja la adicción al amor, la autoestima, la lactancia, el erotismo en el matrimonio y –también– la cola, que cuando se trabaja se vuelve plural y se llaman glúteos. Y las que no la trabajan lo sufren en verano: nuestras colas clandestinas, fatigadas de desparramarse en pantalones, nuestras colas fiacas de subir la rodillita, nuestras colas camufladas en pareos y gozosas cuando el mar rompe en olas y apabulla las miradas y el desnudo vuelve a ser libertad y no cachetes apretados como mofletes de niño o niña de tres años.

Acá, en este paisito, donde mostrar la cola ya no es destaparse, sino contraerse. ¿Quién puede relajarse sin tener cubierta la espalda? ¿Y quién puede disfrutar con el culo fruncido? Toda una expresión, justamente, la de tener cara de culo. O la de que te vaya para el culo, para el traste, para el orto o para el ojete. Ya lo cantó Alejandro Lerner: “Hoy me siento para el culo/ es más fuerte que yo...”. El culo, ese objeto del deseo, goteado de verano, puede ser sinónimo de mala o buena suerte.

Que culo!

“El traste de las mujeres, lo mismo que las tetas, es un descubrimiento del siglo XX. En el XIX los vestidos ocultaban todo y había que imaginar las formas femeninas. El descubrimiento de la cola se produjo después de la II Guerra Mundial. De hecho, las nuevas imágenes del cine y los medios de comunicación contribuyeron mucho a hacer exponenciales esas zonas erógenas”, recalca la historiadora Dora Barrancos. El crítico de cine Jorge Belaunzarán repasa: “Hasta hace pocos años la sensualidad y la sexualidad de las minas no pasaba por la idea que hoy tenemos de culo. En los cincuenta, con Marilyn, la sensualidad era verla menear la cadera, que no es lo mismo que mover el culo; en los sesenta el sex appeal de las minas eran las tetas. El culo se impone en los noventa. Ahora, por ejemplo, en una de las últimas de James Bond, Halle Berry tiene un paneo muy lento sobre su cuerpo saliendo del agua en una playa para mostrar bien su culo, por más que después también reluzcan sus tetas”.

Pero en el protagonismo del culo también tiene mucho que ver el crecimiento de la cultura gay. La pedagoga y ensayista Daniela Gutiérrez asienta: “Cierto día del siglo XX, Tom Selleck exigió que un número determinado de tomas lo agarrara desde atrás. La exigencia fue de inmediato celebrada por la comunidad homosexual norteamericana porque, a diferencia de tantos otros carilindos de la pantalla, el galán Selleck, de bigotes y metro noventa, hacía confesión y firmaba sus predilecciones dándonos la mejor de sus sonrisas: dos lindos glúteos apretaditos y simpaticones”. Y enlaza la historia de la cola con un presente en donde la diversidad sexual se hace deseo. “El caso ‘Tom Selleck’ pone el culo dentro de una economía del deseo y de una política del cuerpo. Jim Morrison comenzó su carrera de vocalista actuando de espaldas, como sugiriendo que las puertas de la percepción (The Doors of perception) se abrían en otra óptica. Ya antes el trasero embutido en pantalones bien ceñidos de Mick Jagger era una réplica exacta a la lacerante pelvis del bueno de Elvis. El culo –unisex, androginizante– había comenzado a sincerarse como ese radiante objeto del deseo.”

Argentina tiene una larga alegoría a las categorizadas de buenas colas: Adriana Brodsky era la bebota y usaba minifaldas que zigzagueaba el manosanta personificado por Alberto Olmedo. Los pantalones By Deep fueron el icono de un calce profundo (que ya no se usa). Y Patricia Sarán bajaba por un ascensor antiguo y a la vista subiéndose un jean ajustado, en una toma de 1989, que –ahora– sería un homenaje a la insinuación. Después, llegó la televisión y los primerísimos primeros planos a las T-nellys o a las chicas que menean la pollerita en los programas de bailanta. Pero Internet hace todo más explícito. Las mujeres que quieren mostrar su cola muestran su cola y los hombres que quieren mostrar la cola de sus mujeres postean una foto y piden comentarios para el aplauso de la platea cibernauta con el subject de “mirá el pavito de mi esposa”.

En el 2008 –hasta que aparezcan las nuevas chicas del verano– están de moda Rocío Guirao Díaz, Luciana Salazar y (aun embarazada) Pampita.

Pero el auge de las colas objeto de deseo y de mercado no es, solamente, obvio por tratarse de una zona erógena. El 14 de julio de este año, Norberto Chab, director de la neomisógina revista Hombre explicó: “Es un misterio saber qué hubiera pasado si al principio hubiéramos mostrado colas en lugar de tetas y vendíamos el triple. Este año hay una seguidilla de colas. Visualmente, parece, el mercado coincide: pide colas”.

¿Por qué venden más las colas? Hay algunos disparadores posibles: cuando en el sexo una mujer da la espalda, los varones pueden tener mayor sensación de dominación. Incluso, la mujer que muestra la cola en una revista no está de frente, no mira ni desafía, está dada vuelta, casi fuera de foco y sí o sí tiene que agacharse o inclinarse. Esto, tal vez y solo tal vez, pueda explicar el rebrote de la demanda de ver mujeres agachadas o encorvadas ante la suculenta realidad de mujeres –por el contrario– cada vez más paradas.

Otro mito –con grandes dosis de prejuicio– es que el sexo anal les gusta a los varones y las mujeres lo conceden. No por nada, el latiguillo “¿vas por colectora?” lo impuso, en la FM Metro, el joven TVR Gabriel Schulz y la pregunta es tan explícita como la requisitoria: “¿Entregás?” es literal como si el sexo fuera un correo. Ellas entregan aunque duela, ellos ganan poder sin distinción –vamos, no a todos les gusta lo mismo–.

¿O desear las colas es una manera de desear más abierta? De hecho, las colas pueden ser de un varón o de una mujer, a diferencia de las tetas. Por eso, Gutiérrez arriesga: “Hay algo más unisex en el culo. Los culos perfectos puestos en la postura general del cuerpo parecen de centauros, no de mujeres”.

También puede ser que el fervor de mercado por ver exhibidas colas tenga que ver con la masificación de las siliconas femeninas que provocaron que sean pocas –poquísimas– las tetas naturales. Ya no es novedad ver pechos porque todas las chicas de revista son pechugonas. En cambio, la cola, apenas un poco más resguardada del quirófano, conserva algo de singularidad y atractivo ante el virus de las tetas clonadas. Sin embargo, desde las famosas pompas revisitadas del ex ministro del Interior menemista José Luis Manzano es sabido que en las camillas de los cirujanos, cada vez más, se dice: “Date vuelta”.

Con el culo, se nace o se hace?

Las cirugías de cola tal vez no lleguen a generar la contradictoria naturalidad de esas tetas armadas como si nunca se les corriera el bretel, bajaran una escalera, dieran la teta, pasaran los años, se les erizaran los pezones. Pero cada vez más, mujeres y varones, de clase media/alta, van a operarse para irse distintos/as. “Tratamientos microquirúrgicos para glúteos firmes con buena forma y sin celulitis”, prometen en la clínica del médico Julio Ferreira, cirujano plástico y ex presidente de la Academia Sudamericana de Cirugía Cosmética. Aunque no es cuestión de soplar y pedir pompas. La lista es amplia:

Gluteoliplastia con lipoescultura tumescente

El nombre da miedito. La operación, también. Ferreira dice que realiza esta cirugía desde 1989 y que es para los/las que tienen exceso de tejido graso (culonas/es) y que hay una reducción de grasa circunferencial. El riesgo es que si algún cirujano mete bisturí más allá de la zona superficial se puede afectar el sostén del glúteo (¡mamita!) y todo desde los tres mil pesitos.

Lifting glúteo con tensores naturales

Es para los casos de flaccidez. El problemita es que podría recomendarse a todas las mujeres (y la que tire la primera piedra que se saque las medias o el retoque digital). Pero si la flaccidez es universal: ¿las cirugías deben serlo también? Mal de muchas: ¿consuelo de tontas? ¿O potencial mercado de miles de consumidoras? Tal vez, los culos turgentes se vuelvan –como en algún momento el bronceado fue símbolo de poder adquisitivo para disfrutar de un verano– un símbolo de clase social. En contra de las clásicas morochas latinas, las bamboleantes mulatonas o chicas de barrio que podían ser (¡y son!) atractivas pero que no fueron ni son estatuas glúteas, las mujeres que muestren su cola dura dura dura –como indicaría Tu Sam– tienen que poder pagar –desde– 5 mil pesos por los tensores naturales. “Los glúteos toman una posición más alta y se les otorga una agradable forma redondeada”, promete, a cambio, Ferreira.

Gluteoplastia de aumento

Esta es la Gran Manzano. ¿O no? “Se utiliza la colocación de prótesis especiales de silicona para la corrección de alteraciones en el volumen de la región glútea”, informa el cirujano plástico. A los treinta días ya se puede hacer gimnasia. O leer algún clásico como Robo para la corona si es que se pueden apoyar las pompis. Pero, más allá de la avispa en la cola que definió la estética y ética menemista, también es cierto que el glam gay –con más fervor por el hedoconsumismo que por democratizar la diversidad– que crece en Buenos Aires también hace aumentar la demanda de esta operación en los consultorios estéticos. El precio, en dólares (gay frendly) va desde los 3500 (verdes).

La yapa: reconstrucción anal

Este es el sumum del momento, un símil a la himenoplastía de vagina que algunas mujeres se realizan para embellecer su vulva o con la ilusión de recuperar su virginidad. En Argentina, todavía, es una operación bajo receta. “Aún no es usual que nos pidan una reconstrucción anal, salvo en casos de fisuras o hemorroides o mujeres que quedan impresentables después del parto. Pero ya va a llegar. Ahora voy a Estados Unidos y si hay una novedad pronto van a empezar a pedirla acá. Por ejemplo, aunque no le preguntamos la orientación a los pacientes que consultan, cada vez más varones consultan por un tratamiento nuevo de recuperación de glúteos con hilos de siliconas”, apunta Guillermo Blugerman, director de la Clínica B&S, presidente de la Asociación Argentina de Medicina y Cirugía Cosmética y ex médico del programa Transformaciones. “La reconstrucción anal es una intervención que se realiza con fines reparadores tanto en cirugía general, proctológica o plástica, ya que son varios los motivos que pueden ocasionar la ruptura del esfínter o desgarros en la región, pero, a diferencia de la vagina, no tiene una membrana que reconstruir”, subraya Ferreira.

Culocracia afuera

“Abajo la culocracia” es el título de Mu, el periódico de lavaca, del verano 2007/08, en donde una nota a la organización Mujeres al Oeste es ilustrada con dos fotos de mujeres desnudas con el cuerpo pintado por esas palabras que laceran, lastiman, estigmatizan, avergüenzan, reprimen, envuelven los cuerpos femeninos y, mucho más, justo, cuando el calor invita a desenvolverlos. “Gorda, fofa, quedate quietita”, son las palabras que se pintan las chicas para despintarse el terror al rollo, a la flaccidez, a los pocitos, a ser, a disfrutarse, a mostrarse, a insinuarse, a gozarse. La antítesis de la revista Gente que pega chicas en bikini y promete los cuerpos perfectos del verano. Pero el problema no son las ondas del verano de Gente sino que se gentizó la Argentina. Y, ahora, a las actrices, a las diputadas, a las abogadas, a las periodistas, a las escritoras, a las maestras, a las médicas, a las empleadas, a las desocupadas, a las mozas, a las vendedoras, a las promotoras se les pide, mide, exige, calcula cuántos centímetros de culo, cuánto de piel de naranja, cuánto de levantado o caído. ¿No hay otro roce, otro deseo, otro goce, otra mirada, otro tacto distinto? Gutiérrez recalca: “Tanto culo, tanto culo es una suerte de entrenamiento sensorial y brutal educación emocional para todos: así es la sociedad donde la anatomía complacida y complaciente es considerada el súmum de la felicidad, además de un bien de intercambio y entonces el bikini open resulte una parte más de la gran maquinaria mediática de la excitación”.

Después de todo, Galileo tenía razón, la Tierra es redonda y nosotros/as vivimos en el culo del mundo. ¿O ésa es una mirada desde arriba? Mejor, echarse. Hacerse milanesa entre la arena, re-hacer el amor en cucharita, convertir a la redondez en viaje o montaña rusa y aprovechar la espalda para abrir los poros y cerrar los ojos y que las caricias circulares fluyan ahí, ahí donde el cuerpo tiene dónde dar cobijo, donde las colas grandes son el don de dónde agarrarse, sin shop ni photoshop.

Sin más contorsiones que las que se eligen.

Luciana Peker

Las colas, el ano y el capital

Hay que distinguir entre la “cola” y el “ano”. Cola o culo incluyen el ano, aunque la referencia pueda ser opaca, pero también a los glúteos. Si hablamos del ano, entendiendo por eso no sólo el orificio sino también el recto, hay sin duda una historia simbólica, es decir, de las regulaciones sociales de su uso, no sólo en su función de excreción, sino también en la de zona erógena. Por ejemplo, son famosas las condenas a la sodomía en la Biblia. O también han circulado en dibujos y bajorrelieves escenas de sexo anal de las culturas antiguas, incluidas las occidentales. O la persistencia del rechazo de la satisfacción anal que sostiene la noción de perversión en la teoría psicoanalítica.

No obstante, si pasamos al terreno de las prácticas sexuales reales, la historia es muy distinta. Allí el horror al ano se despliega en una multitud de usos que se ajustan bastante mal a los cánones eróticos oficiales. Lo importante es considerar los cambios que ocurren en el tiempo, de acuerdo con las sociedades y sus jerarquías. En la antigua Roma un ciudadano tenía permitido tener sexo anal, pero ejercido sobre inferiores sociales como los esclavos de ambos sexos. No se trata sólo de un órgano con una función fisiológica. Es también un arma de representación del otro. Esto es claro en el uso del “les rompimos el culito” de las canchas de fútbol, pero también fue y es un instrumento de insulto a un enemigo. Sucedió en las persecuciones medievales a las “sectas” heréticas, a las que se les atribuía, entre otras cosas, la sodomía. También comunistas y nazis se acusaban mutuamente de ser homosexuales. Si hoy el tema está tan presente es porque esta sociedad también hace del cuerpo una mercancía, que exhibe, vende y transforma. El culo no podía estar exento de la fuerza del capital.

Sin duda que los tiempos contemporáneos han modificado la tradicional relación de penetrador y penetrada. En parte por la difusión de las prácticas homosexuales, pero también por la generación de instrumentos o prótesis que permiten que una mujer pueda sodomizar a un varón, incluso partes del cuerpo que no eran usualmente pensadas para la penetración anal, como el puño o el antebrazo (en el fist-fucking) son indiferentes a la diferencia anatómica. Técnicamente podría haber, en ese sentido, una superación de la presunta barrera con la sexualidad lésbica. El debate es si eso reproduce el “falocentrismo” o lo desbanca, al mostrar que ese pequeño trozo de tejido, que es el pene, es sólo eso. Lo cierto es que la progresiva flexibilidad de las prácticas sexuales, entre ellas las gays, favorecen un relajamiento, justamente, de la defensa del ano, pequeña fortaleza que pretende conservar la homofobia.

Me parece que la preferencia de las colas en las imágenes se transforma muy rápidamente. Por ejemplo, son un fenómeno estacional, como en el lema “las colas del verano”. Y no tanto por una suerte de deseo masculino o femenino por mirarlas, sino por las estrategias de promoción mediática. No estoy seguro de que las revistas argentinas presten una atención particularmente intensa a las colas. Si las comparamos con las revistas brasileñas, pienso que las locales se dividen bastante entre las dos zonas de objetualización del cuerpo femenino: las tetas y la cola. Si pudieran mostrar en las tapas las vaginas, habría que ver cómo se reordena ese ajedrez que los varones, como género dominante, diseñan para lucrar con el cuerpo femenino. En Brasil las colas, sobre todo en las revistas directamente pornográficas, suelen ser más grandes y son situadas en un plano fotográfico que las hace más importantes que el rostro. En la Argentina ese ángulo es menos dominante. La misma dificultad de hallar un patrón estable aparece en las revistas eróticas gays, donde la cola, el pene erecto o los pectorales coexisten con el rostro en una fluencia notable.

Ahora bien, ¿son deseos de ver tal o cual parte del cuerpo los que llevan a esa presentación? ¿O son los productos los que crean el deseo? Viejo problema, probablemente insoluble, de cómo nace el deseo. ¿Qué se imagina en una cola? ¿Firmeza, juventud, lozanía? Pero eso es también un producto de la publicidad. ¿Cómo sabemos que una cola celulítica y caída no produce más placer, en la cama real, que la vendida por una modelo en una revista? Yo no apostaría nada al respecto.

Omar Hacha. Historiador, docente en la UBA, investigador del Conicet y autor del libro El sexo de la historia.


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