lunes, 25 de mayo de 2009

Las cuatro lecciones del error de Galtieri

Sus compañeros en la academia militar nunca imaginaron que pudiese llegar a ser presidente. Pero los avatares de la política con frecuencia propulsan a sorprendentes personajes a las más altas posiciones. Si bien es cierto que esto pasa en todas partes (ver: Bush, George W.), también lo es que en América latina sucede con penosa frecuencia.

Por ejemplo, este militar latinoamericano, cuyo rápido ascenso sorprendió a sus colegas, llegó al poder gracias a un golpe de Estado que impulsó su carrera política. Pero una vez en el poder las cosas se le complicaron: la economía en picada, protestas frecuentes, la oposición, pésima relación con uno de sus vecinos.

Ante este panorama, nuestro personaje decidió que ir a la guerra era lo mejor que podía hacer. Pensó que comparados con una guerra todos los problemas pasan a ser secundarios.

Además, las guerras aderezadas con propaganda patriótica y desinformación sobre la maldad del enemigo unen a la población en apoyo del gobierno. Y las críticas son fácilmente despreciadas como actos de traición a la patria. La guerra permite a los gobernantes centralizar el poder, censurar los medios de comunicación y, en general, ignorar los derechos individuales.

Estas tentaciones fueron demasiadas para el general Leopoldo Galtieri, presidente de facto de una Argentina plagada de problemas y quien en abril de 1982 ordenó a las fuerzas armadas argentinas invadir las islas Malvinas.

Esta decisión de Galtieri tuvo cuatro consecuencias: la primera fue que en la Argentina las manifestaciones callejeras en contra del gobierno fueron brevemente reemplazadas por otras de apoyo. La segunda fue que para sorpresa de nadie, excepto de Galtieri, Margaret Thatcher no respondió a la agresión con la diplomacia sino con toda la ferocidad militar de Gran Bretaña. La tercera, que los británicos propinaron una devastadora derrota a los argentinos. Y la cuarta, que el gobierno de Galtieri se desmoronó.

¿Qué tiene que ver esta aventura bélica en el sur del Atlántico de hace casi tres décadas con una posible guerra en los Andes ahora? Ojalá que nada. Una guerra entre Venezuela y Colombia sería tan demencial e irresponsable como lo fue la de las Malvinas. Pero la Guerra de las Malvinas, desquiciada y criminal, ocurrió. Las actuales circunstancias en los Andes tienen parecidos que dan que pensar. Y asustan.

Al presidente Chávez, otro militar cuya carrera, al igual que la de Galtieri, también ha sorprendido a quienes lo conocieron desde joven, las cosas tampoco le salen bien.

La rapidez con la que se han inflado los precios en Venezuela es sólo superada por la rapidez con la que se ha desinflado su prestigio internacional. Internamente, su hegemonía política también ha comenzado a resquebrajarse. Millones de votantes y centenares de aliados le han dado la espalda.

A pesar de la escasez de alimentos y medicinas, Chávez compra armas a una velocidad y en volúmenes preocupantes. Estas armas, sin embargo, no han servido para darles más seguridad a los venezolanos: tanto el crimen organizado como las bandas callejeras hacen que los fines de semana en Caracas sean más sangrientos que los de Bagdad. Las encuestas indican que el descontento popular crece.

En estas circunstancias, una guerra podría ser una distracción muy tentadora. Especialmente si, como dice Chávez, son otros quienes la provocan: "Acuso a Colombia de fraguar una conspiración contra Venezuela por orden de Estados Unidos".

Además, Chávez piensa que el presidente de Colombia, Alvaro Uribe, es "cobarde, mentiroso, cizañero y maniobrero... Más digno de ser jefe de una mafia que presidente de un país". Chávez siempre aclara que su hostilidad no es contra el pueblo de Colombia, sino contra la oligarquía colombiana, "esa misma que traicionó al libertador Simón Bolívar". Quizá por esto Chávez acaba de crear una comisión para investigar cómo murió Bolívar. La sospecha es que fue asesinado. Ya se imaginan por quién...

¿Cómo evitar esta locura? Quizá lo más importante sea impedir que Chávez cometa el error de Galtieri, quien apostó a que el mundo no reaccionaría en su contra ante su aventura bélica.

A Chávez debe hacérsele ver con total claridad que su belicosidad empujará al mundo al lado de Colombia. Las dádivas petroleras con las que cuenta para ganar aliados pueden no ser tan potentes como él cree. En esto cabe esperar que países como Brasil y organismos como la OEA jueguen un rol menos ambiguo que el que han jugado hasta ahora.

Lo segundo es reconocer, aplaudir y rogar que se mantengan la paciencia y la mesura del gobierno y del pueblo de Colombia, que no han respondido a las provocaciones.

Una manera inmediata de hacerlo es participando de las marchas que hoy tendrán lugar en muchas ciudades del mundo para protestar contra las FARC. Estas marchas serán multitudinarias en Colombia y en otros países. Pero especialmente en Venezuela, donde su presidente no oculta sus simpatías por este grupo terrorista. Millones de venezolanos y colombianos impedirán que los profundos lazos que los unen sean rotos por un Galtieri del siglo XXI.

Moisés Naím
De El País de Madrid
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