lunes, 11 de mayo de 2009

Un millón de amigos (menos uno)

Hace un año, las librerías de Brasil recibieron con entusiasmo Roberto Carlos em detalhes, una biografía que ponía por primera vez en
el lugar que le corespondía a la obra del rey de la canción brasileña. El autor, Paulo Cesar de Araújo, es un estudioso y fanático confeso de Roberto Carlos. Como tal, conoce como nadie a su biografiado. El libro recorre los mitos y responde las preguntas sobre los momentos claves y oscuros de la vida del Rey: el accidente infantil en el que perdió parte de su pierna derecha, sus difíciles comienzos cuando lo despreciaba tanto la bossa nova como la MPB , su consagración como cantante popular, sus romances, sus brotes místicos y hasta su trastorno obsesivo compulsivo, que suele influir en su carrera. Tanto cuenta Araújo que a Roberto Carlos no le importó que el libro sea elogioso ni que la crítica lo haya puesto por las nubes. A él no le gustó. Entonces, consiguió que la Justicia lo prohibiese, decretando que Roberto Carlos es dueño de su propia historia. Radar presenta la historia de la biografía maldita, habla con su autor y repasa vida y obra del ídolo.
Que le veían una estrella especial. Que todos sentían que iba a tener éxito. Que tenía un aura, una luz. Que todos podían ver eso en él. Según consigna Paulo Cesar de Araújo hacia el final de su biografía Roberto Carlos em detalhes, ése parece ser el discurso que repiten muchos de los que conocieron en el comienzo de su carrera al que terminaría por convertirse en el mayor cantante popular brasileño de todos los tiempos. Pero Araújo se pregunta por qué, si tantos son los que dicen haber visto en él algo tan especial desde el primer momento, las cosas le fueron tan difíciles en sus comienzos. La respuesta es sencilla: en realidad, Roberto Carlos no era un talento evidente para quienes lo conocieron en los inicios de su carrera.


A diferencia de, por ejemplo, Elvis Presley o Elis Regina, que apenas abrieron la boca para grabar sus primeras canciones fueron reconocidos como talentos en potencia, al futuro Rey nadie le regaló nada. Llegó solo a Río de Janeiro a los 16 años, sin ningún contacto con el mundo de la música, y con su guitarra a cuestas golpeó las puertas de todas las radios y todas las discográficas. La lista de rechazos fue larga, y Araújo parece disfrutar con su minuciosa enumeración: “No tiene cualidades artísticas” le dijeron en Copacabana discos; “Voces como la suya aparecen veinte veces por día”, respondieron los de Continental; “El muchacho no sirve para el negocio”, opinaron en RCA Victor. Incluso grabó un único simple en Polydor, y la indiferencia general llevó a que le devolviesen casi inmediatamente su contrato. Apenas si consiguió por aquel tiempo un trabajo en un night club carioca, donde cantó durante nueve meses ante una platea de ejecutivos, críticos musicales, periodistas y productores sin llamar mucho la atención. Luego pasó a cantar en una boîte de menor calidad, para terminar después en un cabaret.

Por entonces ya había aceptado resignadamente el consejo de sus padres, y —sin dejar jamás la música— se inscribió en un curso para aprender a escribir a máquina. Vivía ajustadamente de su salario en un empleo en la repartición pública como dactilógrafo cuando le llegó su primer éxito. Después de haber calificado brevemente como el Elvis Presley brasileño, y abrazar la bossa nova sólo para ser denigrado como un Joao-Gilberto-para-pobres por quienes patrullaban el género, Roberto Carlos pasó a ser —a caballo de los éxitos que comenzaron a llegar, y que harían de CBS la discográfica más poderosa del Brasil— primero el Rey de la juventud, luego Rey de la música popular brasileña y más tarde simplemente el Rey, a secas. Tal como señala Araújo, una vez que se puso la corona no se la pudieron sacar. Durante su época beat, por ejemplo, Roberto y sus muchachos de la Jovem Guarda vendieron más que Los Beatles. Un fenómeno que se repitió más tarde ante la avasallante presencia continental de un cantante como Julio Iglesias, razón por la que en su momento Caetano Veloso llegó a decir que Roberto Carlos era “nuestro Ministro de Defensa”. Tres son las razones que según el biógrafo explican la larga continuidad de su biografiado en el trono de la música brasileña. Por un lado, la suerte de haber estado en el lugar exacto en el momento oportuno. También hay que hablar de su carisma. Y, por último y fundamental, su talento para componer canciones que llegan a las multitudes. Araújo se extiende sobre este tema, y ensaya un ejemplo: si artistas como Caetano Veloso y Chico Buarque alcanza principalmente con su obra —salvo excepciones— a un público de clase media, y las canciones de Odair José y Amado Batista son consumidas principalmente por un segmento más popular, el Rey rompe esas barreras y llega a todo el mundo. Algo que llevó a un periodista al extremo de afirmar que Roberto Carlos había abolido la lucha de clases en la música popular brasileña. La voluntad para sobreponerse a las adversidades (que no fueron pocas en toda su vida) y la intuición para no errar en casi ninguno de los pasos de su carrera luego del primer éxito son otros de los ejes de las más de 500 enormes páginas a dos columnas en las que se extiende Roberto Carlos em detalhes, un formidable volumen que se ha convertido en el libro del año en Brasil. Y no sólo por la forma en que su autor se apasiona por entender, resumir y explicar la vida y la obra, deteniéndose especialmente en las canciones de Roberto Carlos hasta lograr ubicarlas en un lugar de privilegio dentro de la historia de la música brasileña, algo que nunca antes un historiador cultural había reconocido con tanta propiedad. También por el hecho de que al Rey le importó muy poco todo esto, y exigió —y logró— que la Justicia brasileña lo sacase de las librerías y prohibiese su venta. “Aunque su autor lo adora y el libro es consagratorio, Roberto Carlos vive solo, es muy cerrado y es el Rey —le dijo Caetano Veloso a Radar sobre el tema en su última visita porteña—. En general, resulta difícil sentirse a gusto con lo que se escribe de uno. Pero la verdad que no me gustó su reacción, y no me hace feliz de que haya ganado judicialmente.” La opinión de Caetano reproduce la que la sociedad brasileña ha tenido respecto del libro, excepto por una persona: Roberto Carlos. Con eso alcanzó para que el volumen haya dejado de existir, al menos físicamente: en un acto que su autor confiesa ajeno pero que considera de desobediencia civil, se lo puede encontrar en Internet. A pesar de las decisiones judiciales, sus revelaciones —y su prohibición— ya forman parte de la historia del cantante más popular que ha dado la música de Brasil.

Cómo me hice rey

Cuando su libro recién se había editado y la polémica con Roberto Carlos aún no existía, cada vez que le preguntaban por la parte que había sido más difícil de la investigación, Araújo respondía que lo que le dio más trabajo fue la época anterior al éxito. “Creo que el libro tiene el mérito de reconstruir la infancia de Roberto, que no estaba muy documentada”, explicó el autor, que viajó a Cachoeiro de Itapemirim —donde el 19 de abril de 1951 nació Roberto Carlos Braga, apodado Zunga— para entrevistar a sus amigos de la infancia y al personal de la radio local, donde el niño cantó por primera vez con 9 años, y a los 11 ya tenía un programa propio. Uno de sus indudables logros biográficos es haber reconstruido con lujo de detalles un hecho de la vida del Rey al que se refirió muy pocas veces públicamente: el accidente en el que perdió parte de su pierna derecha cuando tenía 6 años. Lo socorrió un bancario (que el cantante movió cielo y tierra para encontrar casi dos décadas después, ya famoso, para que lo apadrinase en su tardío bautismo), y tuvo la suerte de que el médico local hubiese leído un texto que recomendaba —contra lo habitual por aquel tiempo— amputar lo mínimo posible el miembro accidentado. Sus recuerdos de aquel momento forman parte de dos de sus canciones más personales de comienzos de los años ‘70: “O divá”, y “Traumas”: “Los días que permanecí en el hospital fue cuando creé mi estructura, inventé oraciones que repito hasta el día de hoy”, confesó alguna vez. Como su familia era de pocos recursos, Araújo explica que el pequeño Zunga atravesó el resto de su infancia ayudado por una muleta. Sólo luego de mudarse a Río de Janeiro pudo conseguir su primera prótesis. “Pero se engaña quien imagine que la tragedia lo convirtió en una persona infeliz, solitaria y triste durante su infancia y adolescencia”, aclara, mientras revela que sus amigos de aquella época lo recuerdan como un tipo alegre y siempre sonriente.

Antes de llegar a ser ídolo de la juventud conduciendo el programa Jovem Guarda en la TV Record, los inicios musicales profesionales de Roberto Carlos incluyen haber sido considerado —a comienzos de 1958— el Elvis Presley brasileño, cantando canciones como “Jailhouse Rock” y “Hound Dog” en un programa juvenil de TV Tupi llamado Clube de Rock, el primero en su género. Pero aquel período también le dejó una frustración: la de no haber podido tocar, por ser menor de 21 años, antes de la presentación de Bill Halley en el Maracanazinho de Río. No le duró mucho la inicial fase rocker a Roberto, ya que luego de escuchar a Joao Gilberto tocando “Chega de saudade” pasó a tocar bossa nova, como el resto de su generación. Cantando bossa fue que consiguió su primer contrato discográfico en Polydor, y mantendría en parte el estilo en su primer LP para CBS, el olvidado Louco por voce (1961), en cuyo primer tema, el bolero “Nao e por mim”, el émulo del intérprete de “Desafinado”, por un error de producción canta... ¡desafinado! Araújo revela que por eso el disco permanece excluido de cada relanzamiento de su discografía. Durante su etapa de bossa nova, Roberto Carlos nunca logró ser aceptado por la línea dura de la movida, que lo consideraba apenas como una copia menor de su maestro. “¿Quién no lo era en esa época?”, se pregunta Araújo. Y descubre que, si bien la turma de la bossa nova lo echó de sus shows siempre que pudo, Joao increíblemente escuchó a Roberto antes de conocer Caetano Veloso, Chico Buarque, Gilberto Gil o Edu Lobo, entre otros. Una noche de mediados de 1959 lo fue a ver cantar al Plaza (“Nunca supe si realmente me había visto”, le confesó Roberto Carlos a Araújo en una conversación informal), y le aseguró al autor del libro haberlo encontrado “muy musical”. Mientras sus discípulos lo consideraban como una copia sin talento, el creador de la bossa nova reconocía su talento musical, aclara Araújo, reescribiendo la historia oficial sostenida en los libros de Ruy Castro y Ronaldo Boscoli. Y remata triunfal: “El tiempo le daría la razón a Joao Gilberto”.

La popularidad, la Jovem Guarda y el Tropicalismo

Uno de los tantos momentos históricos que Araújo destaca en su libro fue el que significó la definitiva consagración de Roberto Carlos, cuando a fines de los sesenta Elis Regina comenzó a grabar sus temas. Su eterno compañero a la hora de componer, Erasmo Carlos, confiesa haber llorado cuando escuchó a Elis cantar la bellísima “As curvas na estrada de Santos” en su show en el Canecao, en 1971. “Lloré porque era la prueba de que éramos buenos —confesó Erasmo—. Para mí aquello significaba estar por encima de todo, el comienzo del reconocimiento.” Pero, ¿por qué esa reacción de Elis significaba tanto? Después de todo, desde que Erasmo había comenzado a colaborar con Roberto en 1962 —cuando éste grabó en su segundo disco su adaptación de “Splish splash”, el tema de Bobby Darin—- juntos habían conocido sólo éxitos, tanto en las listas de ventas como al frente del programa de televisión de la Jovem Guarda. Sin embargo, aquellos éxitos también habían despertado críticas, muchas de ellas más o menos feroces. Según afirma Araújo, Roberto Carlos de alguna manera siempre fue un extranjero dentro de su propio país, ya que fue el primer ídolo de la música brasileña desvinculado de los ritmos nacionales. “Más radical que Carmen Miranda, ya que mientras aquella se fue americanizando, Roberto Carlos ya surgió americanizado”, escribe.

Cuando se organizó por las calles de San Pablo una marcha contra la guitarra eléctrica a mediados del ‘67, Elis Regina estaba al frente de la misma junto a Geraldo Vandré, uno de los principales agitadores contra la “extranjerizante” Jovem Guarda. De aquella vergonzosa marcha, organizada en realidad para difundir un programa de TV estilísticamente enfrentado al de Roberto Carlos, participó también Gilberto Gil. Pero si Caetano Veloso recuerda que Gilberto le hizo prestar atención a Los Beatles, también asegura que fue él quien hizo que Gilberto se tomase más en serio a Roberto. Había sido Maria Bethania la que le había advertido inicialmente a Caetano que prestase atención a la vitalidad de los chicos de la Jovem Guarda. Y poco después de esa marcha, Gilberto ya estaba complotando junto a Caetano y Bethania para reivindicar a Roberto, ensayando “Querem acabar conmigo” —un clásico de Roberto y Erasmo— para tocarlo en el programa de Vandré. “Aquel podría haber sido nuestro primer gran momento tropicalista”, calcula Caetano, recordando ese acto que nunca fue, ya que alguien advirtió al conductor, que reaccionó de mala manera, abortando la idea. Pero Araújo aprovecha para subrayar, no sin razón, que la Jovem Guarda y Roberto Carlos son injustamente soslayados como antecedentes inmediatos del Tropicalismo. Y señala que eso se hubiese podido evitar si Caetano se hubiese atrevido a invitar a la banda de Roberto Carlos a acompañarlo a cantar “Alegría, alegría” en el festival de Record del ‘67, uno de los actos fundacionales del Tropicalismo. “Fue más por timidez que por opción estética que no invité a los músicos del Rey”, confiesa Caetano. De hecho, los RC-7 —como se llamaba al grupo de Roberto por entonces— acompañaron a Veloso en “Superbacana”, uno de los temas de su álbum debut. Pero por entonces el Tropicalismo ya había estallado, y nadie le prestó mucha atención a ese detalle.

El vínculo entre Roberto Carlos y Caetano Veloso se extendió a través de los años. Cuando el bahiano estuvo exiliado en Londres, uno de los momentos que recuerda con más emoción es la visita que le hizo Roberto Carlos. Y cuando volvió al Brasil, la canción de Roberto que sonaba en todas las radios era “Debaixo dos caracois dos seus cabelos”, que le había dedicado casi en secreto. Caetano escribió dos canciones especialmente para que las grabase Roberto, y sólo lo criticaría públicamente en los ‘80, cuando éste apoyó la prohibición de la película Dios te salve, María, de Jean Luc Godard. Pero eso ya fue en la época más fervientemente cristiana del Rey. Cuando se hizo famoso en todo Brasil, dos décadas antes, Roberto lo hizo con un tema para nada católico, titulado “Quero que va tudo pro inferno”. Aquella aparición dividió aguas dentro de la escena musical hasta fines de los ‘60, cuando Elis comenzó a cantar sus temas. “Había llegado el fin de los extremismos dentro de la música popular brasileña —escribe Araújo—. A partir de entonces, Roberto Carlos comenzó a ser aceptado por sectores de la intelectualidad que anteriormente le negaban crédito artístico alguno.” Pero también comenzó, a partir de esa preeminencia dentro de la escena musical, la resistencia militante contra su actitud de prescindencia ante la política brasileña. La generación del ‘68 nunca lo aceptó, y le hizo la vida imposible. Pero esa resistencia sucedió, paradójicamente, en la época en que Roberto Carlos —junto a Erasmo— compusieron y grabaron sus mejores canciones, las que (a pesar de sus detractores) se transformaron en clásicos populares eternos.

El apóstol del amor

“Roberto Carlos es el poeta popular de las ciudades de Brasil. Provinciano y puro, fatalista y arisco, dulce y nostálgico, rebelde y sumiso, puritano y sexy, ídolo y ciudadano humilde, es el gran Rey, situado exactamente en la frontera entre lo permitido y lo prohibido”. Según Araújo, esta definición de Jorge Mautner es una de las mejores de su biografiado, del que cuesta recordar que comenzó su carrera con imagen de transgresor, con temas como la mencionada “Quero que va tudo pro inferno”, y también “Lobo mau”, “E proibido fumar” y “Namopradinha de um amigo meu”, entre otros. Sin embargo, destaca Araújo, se puede decir que Roberto encendía el fuego y lo apagaba con la misma intensidad. A su hit sobre el infierno le siguió, casi respondiendo a un pedido eclesiástico, uno titulado “Eu te darei o ceu” (o sea, “Yo te daré el cielo”). Y si en las portadas de sus discos su cabellera era cada vez más grande —algo que, en una época en la que la policía les cortaba sistemáticamente el pelo a los jóvenes, era casi una declaración tácita pro hippie—, al mismo tiempo era capaz de grabar una canción como “A janela” (“La ventana”), un llamamiento a la reflexión para los jóvenes rebeldes que quieran irse de su casa.

Esa contradictoria imagen conservadora y audaz al mismo tiempo tiene su mejor ejemplo en la decisión de casarse con su primera mujer, Cleonice Rossi, más conocida como Nice. Por entonces Roberto aún formaba parte de la Jovem Guarda, y era el Rey de la juventud, por lo que sus asesores le recomendaban mantener el vínculo en secreto, como lo hicieron todos los grandes ídolos de la época, incluso Los Beatles. Para colmo, Nice no sólo era mayor que él sino que además estaba separada y tenía una hija. Pero contra la opinión de todos, incluso la de la Justicia de un Brasil en el que aún no existía el divorcio, Roberto consiguió que un juez de paz en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, aceptase casarlos sin exigirle los tres meses de residencia previa necesarios. La luna de miel fue en Las Vegas, ya que el soñado viaje a París se frustró porque la capital francesa era más apropiada para las barricadas que para los romances. Durante aquella polémica pública, el Rey le regaló a Nice la canción “Amada amante”, que fue un secreto entre ambos hasta que finalmente la grabó en 1971, y terminó siendo inicialmente prohibida por la censura, ya que la palabra “amante” no tenía lugar en la música popular brasileña desde los tiempos de Getúlio Vargas. Pero lo que Araújo subraya es que, en una época marcada por guerras, guerrillas y violencia urbana, Roberto Carlos elegía rebelarse contra el hecho de no poder oficializar el amor que sentía por su mujer. Así lo decía su letra original: “Este amor sin preconcepto/ sin saber a lo que tiene derecho/ hace sus propias leyes”.

Aquella polémica parece haberle servido de lección a Roberto, ya que con sus dos siguientes mujeres no se apuró tanto a contraer matrimonio: con María Rita se casó casi en secreto en 1990 después de convivir algunos años. Y con la anterior, la actriz Myrian Rios, fue más terminal: vivió once años con ella sin preocuparse por oficializar la pareja. Al respecto, otro de los hallazgos del libro es haber descubierto que no fueron tres las mujeres importantes en la vida de Roberto Carlos, sino cuatro: antes de todas sus mujeres oficiales estuvo Magda Fonseca, una joven cuyo desencuentro le inspiró el tema del infierno. “Me enteré de su existencia gracias a los comentarios de sus músicos, y finalmente conseguí entrevistarla”, cuenta orgulloso Araújo.

Para Myrian, la única sex symbol con la que se casó, a la que conoció a fines del ‘78, cuando ya estaba separado y vivía en el hotel Copacabana Palace, Roberto escribió canciones como “Simbolo sexual” y “Cama y mesa”, pero también la romántica “Eu preciso de vocé”. La historia con María Rita es menos fogosa pero aún más apasionante: el cantante la conoció casi al mismo tiempo que a Myriam, cuando la joven tenía apenas 16 años y era compañera de escuela de su hija Ana Paula. Pero sus primeros acercamientos no fueron bien recibidos por la familia de la joven, y no insistió. Más de una década después, cuando Myriam decidió alejarse de él, María Rita volvió a acercársele, y a partir de entonces fueron inseparables. Su relación con ella coincidió con la época de su cristianismo más recalcitrante, casi medieval. Cuando a María Rita se le diagnosticó un cáncer a fines de 1998, además de proporcionarle los mejores doctores, Roberto creyó que la religión la salvaría. Y cuando un análisis señaló que la dolencia había remitido casi un año después de haber aparecido, no tuvo dudas en declarar que se había realizado un milagro. Pero después de casi un mes de misas de agradecimiento públicas, cuando de pronto se descubrió que la mejoría no fue tal, el Rey siguió esperando ese milagro hasta el momento mismo de la muerte del amor de su vida, a la edad de 38 años. Su primer disco después de la tragedia fue el primero sin un tema religioso en 21 años de carrera. “Aquella fe que mueve montañas es para mí una ilusión”, declaró entonces, dando por terminada su fase apostólica, que había comenzado en su disco de 1978 con la canción “Fe”.

Lágrimas negras

Nunca pasa debajo de una escalera. Se retira de los lugares por la misma puerta por la que entró. Se niega a pronunciar palabras como azar y desgraciado, o términos negativos como maldad y mentira. Nunca rebobina la cinta de un casete. Le gustan los números pares y jamás firma contratos o documentos importantes durante la luna menguante. Detesta los colores marrón y rojo. Nunca comienza una temporada o una grabación en agosto. Y siempre deja para las ánimas el último bocado de lo que está comiendo. Estas son apenas algunas de las manías y supersticiones que Roberto Carlos ha ido coleccionando durante toda su vida. Son tantas, que finalmente ha aceptado que padece de trastorno obsesivo compulsivo, y desde julio del 2004 se encuentra bajo tratamiento. Con su fase apostólica terminada, su actualidad lo encuentra en pleno dogma amoroso: desde la muerte de su mujer se ha negado a cantar canciones románticas que se refieran a la melancolía, los desencuentros o a las despedidas, tal vez las mejores de su repertorio.

Es ese Roberto Carlos, un hombre solitario, al que incluso los familiares de María Rita le desean que encuentre una compañera para el resto de su vida, el que ha logrado prohibir la biografía que a los ojos de todo el mundo lo ubica por primera vez en el lugar musical que se merecía su carrera y su obra. ¿Las razones? Sus allegados han explicado que le molestan particularmente las menciones al escandaloso proceso por abuso sexual que en su momento recibieron integrantes de la Jovem Guarda, el capítulo sobre la agonía de María Rita, y los supuestos romances con la cantante Maysa y la actriz Sonia Braga. En la audiencia previa, Araújo le propuso a Roberto Carlos sacar esos párrafos, pero el cantante se negó, alegando que eso hubiese significado censura. Prefirió sacar de circulación el libro, y confiscar los 11 mil ejemplares que quedaban sin vender, prohibiendo su reedición. Cuando se comentó que Roberto terminaría quemando los libros, los editoriales de los diarios argumentaron que semejante hoguera haría las delicias de Goebbels. Fue tal el escándalo, que en un reportaje televisivo el Rey debió negar que fuese a quemarlos. “Yo creo que a Roberto Carlos no le molesta ningún pasaje en particular —-calcula Araújo, por teléfono desde Rio de Janeiro—. Si no estuviesen los párrafos que dice que le molestaron, se quejaría por otros. Porque lo que a él le molesta es la existencia misma del libro. Le molesta que cuente su historia cualquier otro que no sea él, que planeaba contarla en sus memorias, que escribiría o dictaría cuando decidiera que había llegado momento de hacerlo.”

Subraya Araújo que Roberto no rebatió ningún pasaje del libro, ni apeló a la acusación de calumnia para prohibirlo. Simplemente dijo que él era propietario intelectual de su historia, y la Justicia le dio la razón. “Lloré mucho en esa audiencia, porque el producto de quince años de mi vida dejó de existir en unas horas. Allí tuve mi primer encuentro oficial con Roberto Carlos después de pedirle en vano una entrevista durante el tiempo que duró mi investigación. Le dije, con lágrimas en los ojos, que estaba prohibiendo un libro elogiado por la crítica y el público, y que sólo a él no le había gustado.” Pero Araújo asegura que apelará esa decisión, y está seguro de ganar en esa instancia, ya que los argumentos del cantante son inconsistentes. “Claro que la Justicia, salvo para Roberto Carlos, es muy lenta en Brasil. Así que tomará su tiempo. Pero estoy dispuesto a esperar lo que haga falta: me tomó 15 años hacer este libro, y puedo pasarme los próximos 15 peleando para que vuelva aparecer.” De la misma manera que defendió a los cantantes bregas contra su olvido en la historiografía oficial en su anterior libro, Eu nao sou cachorro nao, Araújo logra en Roberto Carlos em detalhes darle estatura artística a la obra de su ídolo. ¿Cambian sus opiniones luego de la prohibición? “Por supuesto que no. En el libro alego que Roberto Carlos es un ser humano con limitaciones y contradicciones, y este episodio no hace más que confirmar eso. Así que Roberto no me decepcionó. Porque, es una opinión personal, pero yo ya sabía que la obra siempre es mayor que el artista.”

Martín Pérez / Radar

Cronología de una prohibicion

El enojo de Roberto Carlos con su biografía se hizo público pocos días después de que salió a la venta, el 30 de noviembre del año pasado, luego de que el libro hubiese sido unánimemente celebrado por el periodismo especializado. Durante una entrevista colectiva en Río de Janeiro realizada el 11 de enero, dijo que “le parecía raro que alguien le echase mano” a lo que él entendía como “su patrimonio”. Y agregaba: “Estoy enojado y muy triste”. Por entonces sus abogados reconocían que Roberto no había leído el libro, pero eso no impidió que iniciase una demanda legal ese mismo mes. La primera audiencia conciliatoria se realizó en abril, y la presión fue tal que el juez llegó a amenazar con cerrar la editorial Planeta. El resultado fue un arreglo que pareció una rendición incondicional: el artista retiraba la demanda si la editorial aceptaba retirar el libro de las librerías. Desde un polémico artículo en la Folha do S. Paulo, Pablo Coelho acusó a su editorial de colaborar en un caso de censura al aceptar semejante arreglo. “Estoy extremadamente impactado por la actitud infantil de Roberto”, agregaba Coelho. A pesar de la polémica que despertó su actitud, el Rey envió un camión a llevarse los 10 mil ejemplares remanentes de la tirada del libro, algo que formaba parte del arreglo realizado con la editorial. Sus abogados explicaron que de ser posible serían reciclados, y si no, incinerados. “El Rey es intolerante y burro. La Justicia es indigente. Y las víctimas somos todos nosotros”, escribió un columnista del semanario Veja. Desde Miami, Roberto Carlos niega que vaya a quemarlos: “Creo que sería muy agresivo y no es mi estilo hacer cosas tan drásticas”. En sus flamantes memorias, el abogado y ex ministro Saulo Ramos lo contradice: recuerda que una demanda del cantante contra un libro de un ex asistente realizada en 1979 terminó con una prohibición y todos los ejemplares quemados en una hoguera en los fondos de la Municipalidad de San Pablo. A mediados de este año, el caso se reabre con una presentación judicial de Paulo César de Araújo rechazando los términos del arreglo y pidiendo eliminar la prohibición del libro. La Justicia aún no ha respondido a sus pedidos.


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