lunes, 18 de mayo de 2009

Justicia poética

2007 fue el año que Arnaldo André, sin proponérselo y sin buscarlo, se resarció plenamente del precio que hubo de pagar por ser, durante largos años, un exitoso galán de telenovelas. Aunque muy joven, a fines de los ’60, se hizo famoso como partenaire de Mirtha Legrand en el escenario (Cuarenta kilates), nunca nadie volvió a llamarlo para hacer teatro (todas las piezas que encabezó las gestionó él mismo) y en el cine aceptó papeles secundarios en películas mediocres esperando la oferta interesante que nunca llegó. Aunque la tele no lo abandonó, ni aquí ni afuera (México, Venezuela), el “cuchillo teatral”, como diría el personaje de Esther en Los monstruos sagrados –la pieza que actualmente coprotagoniza André–- siguió clavado en su corazón paraguayo argentinizado. Y al quitárselo con mucha felicidad el año pasado gracias a la pieza de Cocteau, cobró nueva vida su carrera, incentivada además por dos personajes importantes en sendas películas nacionales.

Aunque todavía en los reportajes que le hacen aparecen preguntas de cajón sobre sus habilidades para besar, hablar en guaraní (como hacía en Piel naranja en los ’70) o propinarle cachetadas a Luisa Kuliok (Amo y señor, en los ’80), la verdad es que AA prefiere recordar los tiempos de la comedia (Gerente de familia, en los ’90) antes que al Alonso machista de Puerto Caliente que ejercía la ley del más fuerte sacudiendo la pelambre de Kuliok, que, todo hay que decirlo, a veces tomaba la iniciativa en materia de violencia física, aunque al final terminara como la fierecilla domada mediante el viril recurso del golpe desigual.

Desde las primeras incursiones televisivas en los ’60 hasta los éxitos apabullantes de Pobre diabla, Piel naranja, Amo y señor, El infiel, Amándote, Amor gitano, Gerente de familia... Arnaldo André –después de ceder alguna vez al reclamo de la prensa del corazón que lo quería mostrar con novia– mantuvo total reserva sobre su vida privada, quitándose de encima con gracia traviesa a los que pretendían sacarlo de algún closet sin respetar sus secretos. Con la misma hidalguía que sobrellevó el ostracismo que le decretaron el cine y el teatro, el actor prescindió de la vida de farándula y se ganó una sólida fama de buena persona.

En estos días, André ha retomado las funciones de Los monstruos sagrados en el teatro Broadway, junto a Claudia Lapacó, Susana Lanteri, María Abadi, Graciela Martinelli y Julián Vilar, bajo la conducción de Rubén Szuchmacher. Con aplomo, gallardía, un humor soterrado y una hermosa voz bien timbrada, Arnaldo interpreta a Florent, un actor fogueado de la Comédie Française, “débil en la vida, no en el oficio” –como lo describe Cocteau–, que a su vez está haciendo el Britannicus de Racine. Casado con la legendaria actriz Esther desde hace añares, ambos caen en las redes de Liane, joven bonita, mitómana, trepadora. Esther despierta y percibe el peligro, pero decide provocarlo, espolearlo en una incierta jugada.

“Sí, el pasado fue un año sorprendente para mí”, se ilumina el rostro del actor después de haberse entristecido al comentar su estado de alerta permanente porque su madre está postrada, muy enferma. “Surgieron dos películas espontáneamente, una detrás de la otra, La extranjera y La confesión. Estaba en la mitad del rodaje de la segunda cuando me llamaron para proponerme Los monstruos... Me nombran a Cocteau, a Szuchmacher, a Claudia... Me entusiasmé mucho, me mandaron la pieza, obviamente que acepté. Supongo que me llamaron con la anuencia de Rubén, porque se trata de un director al que nadie le impone un nombre. Me aboqué a este trabajo con mucha entrega, según mi costumbre, pero quizá con una expectativa especial por causa de estos tres nombres tan importante del teatro. Sabía que me iba a valer mucho estar en un proyecto como éste. De hecho aprendí mucho con Rubén, su forma de dirigir, de analizar el texto. Una experiencia nueva y gratificante para mí. Creo que el éxito actual de dos Coc- teau en cartel –-Monstruos y Los padres terribles– es como el triunfo de la palabra. Lo maravilloso de la obra que estoy haciendo es poder percibir cómo el público disfruta de la palabra: está atento, pendiente, se ríe porque pesca el humor entre líneas”.

Este fenómeno vale para convencer a quienes piensan que al público más amplio hay que darle recetas predigeridas, nivelando para abajo. Acaso en algunas funciones haya gente que, por ejemplo, no entiende el chiste sobre Racine y su obra Britannicus, pero no por eso disfrutan menos de la obra.
–Exacto. Creo que es digna de elogio la decisión de Rubén y de Ingrid Pellicori, que hizo la traducción, de no quitar una serie de referencias sutiles a clásicos franceses, o a Hitler. Creo que es una forma de respetar al público más conocedor y también al otro que de pronto algo va a captar, va a querer saber más. Me he encontrado con espectadores que me preguntaron en dónde podían comprar la pieza, cosa que me resultó muy alentadora.

Entre la gente más teatrera, no deben faltar las personas que vienen con un prejuicio hacia vos, el galán de las novelas...
–Totalmente, lo tengo claro porque es algo que he experimentado toda mi vida desde cierto sector. Pero por suerte no estoy nada solo en este emprendimiento: me siento muy respaldado al trabajar con intérpretes que se paran en escena. Claudia te mira de verdad, dice su texto, es como en el toreo, uno de los grandes regalos que me puede dar este oficio. Porque algunas veces me ha pasado, sobre todo en la televisión: dialogar con un actor, una actriz que no te está oyendo, no tener réplica. Y en Los monstruos... además está el texto, que es inagotable: te juro que muy a menudo sigo encontrándole otros significados a ciertas frases.

No es de sorprender porque, más allá de la calidad de su escritura, de su trama ingeniosa, es un texto de teatro del teatro, que habla con conocimientos de los rituales, de los actores, también del público.
–Sí, habla de todo eso y por otra parte, en esta pieza se manifiesta uno de los misterios del teatro: la risa de la gente, que puede depender de una manera de decir, del clima de una función. Fijate que Claudia decía un texto de una manera hasta fines de la temporada anterior, y de pronto le encontró una picardía, otra intención y el público la aplaude, la celebra.

La puesta y la actuación mantienen un equilibrio difícil entre el drama y la comedia, aunque a vos se te nota que te divertís todo el tiempo.
–No podría hacerse con total seriedad esta pieza, nada de Cocteau te diría... Recordemos que la risa no quiere decir superficialidad; al contrario, si se trata de un humor que apela a la inteligencia...

El personaje de tu mujer, que tan magníficamente hace –para no variar–- Claudia Lapacó, es muy complejo y se guarda cierta ambigüedad...
–Claro que sí, va por distintos andariveles, sube, baja, se queda en una meseta. Y realmente, es una gran actuación de Claudia. Aunque me reitere, debo decirte que el placer de trabajar con ella es muy grande. Más allá de su calidad como ser humano, es muy generosa en su oficio, arriba del escenario al tirarte un texto, devolverte un texto para que vos te alimentes y te potencies y puedas responder mejor. Ya es una alegría llegar al teatro y encontrarte con ella: te levanta el ánimo aunque estés con algún problema –como yo con el tema de mi mamá–, siempre bien dispuesta, cariñosa.

Florent, tu personaje ¿es una especie de masculino universal? (Risas)
–Según me han comentado los espectadores hombres, en un momento Florent está en una posición envidiable: tu mujer de toda la vida te abre una puerta y te da la posibilidad de estar con una joven hermosa. Cocteau lo describe como un ser débil, cómodo, que se deja llevar, no se replantea su conducta, no mira más allá.

Se deja embaucar, digamos...
–Es que para aprender, necesita pasar por la experiencia. Solo frente a ciertas pruebas concretas se da cuenta de que está siendo utilizado por la joven y ambiciosa actriz, que los sentimientos de ella no son puros, que no tienen un código en común. Y sobre todo, toma conciencia del gran amor de Esther. En los matrimonios de muchos años, bien avenidos, hay códigos que se afianzan. Cuanto más en este caso que los dos son actores y se interesan mutuamente en los respectivos trabajos, tienen chistes privados. Florent vive con esa chica su pequeña pasión hasta que empieza a tomar conciencia de cómo son realmente las cosas. Entonces es cuando más crece el personaje de Esther.

¿Esther ha calculado desde el vamos que esa historia iba a fracasar y prefirió dejar en libertad a Florent, casi incitarlo y correr el riesgo?
–Yo no creo que lo calculara desde el vamos, pero sin duda ella prefiere tener el peligro cerca. Sí, Florent es un inmaduro, manejable. Como dice Esther, el único lugar donde se siente seguro es en el teatro. En los últimos ensayos, Rubén nos marcó esta impronta teatral de los personajes, aun en la vida privada, fuera del escenario. A mí me sirvió para encontrar la actitud física de mi personaje. Porque, como decías, es una obra que habla mucho sobre el teatro y a la vez le da al público el lugar para que asocie, reflexione. No está todo servido, te deja imaginar completar. Al revés de lo que suele ocurrir en la TV, donde todo se explica, se reitera. “Hay que repetir porque el espectador está distraído”, he oído decir. Me parece una manera de subestimar al público. De todos modos ¿no te parece maravilloso que a pesar de la estupidización de la TV, de la presencia casi constante de estas chicas que no tiene ninguna preparación, que no aportan nada salvo sus curvas y escandaletes, la gente vaya en masa al teatro? Porque si sumás, a través del año y de los distintos circuitos, es enorme la cantidad de espectáculos, y no sólo obras de teatro, también óperas, conciertos. Porque si ves la TV abierta a distintas horas y pensás que eso es lo único que quiere la gente –como lo piensan los que manejan los canales-, habría que sacar en consecuencia que no hay público para Cocteau o para el under. Sin embargo, la impresionante actividad teatral en Buenos Aires llama la atención mundial.

Con un público mayoritariamente femenino, vale aclararlo.
–Qué bueno que lo señales, porque sí, en las funciones de Los monstruos sagrados, hay mayoría de mujeres. Y se podría pensar que es por la temática, el elenco. Pero se ve que hay un interés, una inquietud por parte del público femenino, entonces.

¿Cómo te sentís frente a la reivindicación que ha tenido los últimos años la telenovela como género, antes poco apreciado por la crítica en general?
–Imaginate, yo viví los grandes éxitos en los que participé peleando contra ese preconcepto. En cierta forma, fui víctima del éxito que me acompañó durante años, porque nadie me tuvo en cuenta para ofrecerme una película, una obra de teatro. Las piezas que hice las gestioné yo. Esa marginación hizo que no disfrutara plenamente del éxito en la TV. Esa herida, ese dolorcito me quedó para siempre. Y cuando pensé que mi carrera iba a terminar sin que me llamaran para hacer cine, teatro, apareció este maravilloso 2007 por el que me siento tan agradecido.

Moira Soto© 2000-2008
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