lunes, 18 de mayo de 2009

Adriana "Nana" Schnake: La Dama del Sur

Se hace largo el camino a Chiloé. Hay que tomar uno o dos aviones, algún micro, el transbordador que, muy al sur de Chile, a kilómetros de Puerto Montt, cruza el canal de Chacao y se adentra en este archipiélago de lejana y mítica belleza. Fueron muchas las veces que Adriana Schnake hizo este recorrido; en su juventud, a lo largo de numerosos veranos familiares y durante más de una huida del infierno urbano de Santiago.

Hasta que, hace unos veinte años, tomó la decisión. Convertida ya en la Nana –el apodo que recibió una vez en Buenos Aires para no quitárselo jamás–, Schnake se afincó en un campo a la vera de una bahía chilota, construyó su casa, unas cuantas cabañas para huéspedes y sentó las bases de lo que hoy es Anchimalén, el centro de actividades terapéuticas donde vive, recibe pacientes y transmite los principios de la psicoterapia gestáltica. Entretanto, asegura que no fue sólo el silencio embriagador de las islas lo que la decidió a instalarse allí. Ni la proximidad de ese mar que adora o la amable frondosidad del bosquecito que rodea su vivienda. También tuvo que ver la distancia: “La gente que se acerca hasta aquí tiene que estar muchas horas viajando. Eso les da tiempo para saber realmente por qué están viniendo”. Se ríe mientras lo dice, dejando entrever cuánta solidez se esconde tras sus gestos de mujer madura. Mujer que ha vivido, y mucho. Que sufrió las consecuencias del golpe de Estado de Pinochet, al perder su trabajo en la Universidad de Chile. Que tras desempeñarse como médica psiquiatra, y profundizar en el psicoanálisis, eligió la gestalt como su espacio de trabajo hasta convertirse en uno de sus principales referentes en América latina desarrollando un enfoque centrado en una particular “escucha” de la enfermedad física. Pero, sobre todo, la Nana es parte de una generación que, formada en el existencialismo sartreano, nunca gustó de las complacencias ni las medias tintas. “Siempre fui existencialista, me metí a fondo en lo que hice sin esquivar nada”, asegura con suavidad. Escuchándola, uno siente que la ternura también puede ser cosa de valientes.

De amores y cambios

“A ver, Nanita, diga qué le parece esto”, llama Patricio –el “Pato”– desde la cabaña donde se amontona la lana recién esquilada. Patricio es el segundo de los hijos de la Nana (tiene cuatro). Antropólogo, conocedor de las tareas del campo y handyman capaz de lidiar con cañerías, maderas o instalaciones eléctricas, acompaña desde el primer momento el proyecto. El sugirió el nombre “Anchimalén” (en mapuche, “doncella del sol”) y es un seguro sostén del funcionamiento del lugar. Viéndolos a ambos en acción, es claro que la complicidad que une a madre e hijo tiene raíces profundas, que van mucho más allá del modesto rebaño de ovejas, de la huerta, de los cotidianos quehaceres en común. “En América latina, la gente todavía mantiene la familia –reflexiona la Nana–. No nos damos cuenta, pero eso tiene un valor muy grande. En Europa, en los Estados Unidos, esto ya casi no existe, ¿te fijas? Los europeos envejecen, no tienen niños. Pueden poseer muchos valores económicos, pero ante una crisis, ¿qué los sostendrá? Porque lo que más sostiene son estos núcleos afectivos.

–¿No se pueden construir lazos primarios con gente que no sea de la propia sangre?

–Claro que sí, pero son lazos que surgen de alguna vivencia importante. Es difícil que puedas construir vínculos así si nunca te sentiste profundamente cerca de alguien.

Nos acercamos a la casa principal del complejo, el hogar de la Schnake. Desde el mar, el viento disipa restos de nubarrones que persistían desde el día anterior. “En esta bahía es muy difícil que no haya sol –cuenta la Nana, explicando así el nombre elegido para el centro terapéutico–. Incluso si está nublado, siempre lo está menos que en otras zonas de la isla.” Rodeamos canteros de azaleas, hortensias, todo tipo de plantas que derrochan vigor. Chiloé es húmeda, pero también de condiciones climáticas rudas. Sólo una mano amorosa puede lograr estas espléndidas flores. “¡Pero si ahora no están tan bien –se ríe–. Estuve en España, dictando unos cursos. Mucho tiempo sin cuidarlas.” La vivienda, de madera como casi todas las casas de la isla, está repleta de esos detalles que revelan los lugares que fueron creciendo de a poco, al ritmo que la vida de sus habitantes les fue imponiendo. Aquí suelen venir, en especial durante el verano, los 15 nietos y los dos bisnietos de la Nana, a confirmar esa unión familiar que a ella tanto le importa.

–Usted suele decir que hay que recuperar el “lenguaje materno”, el que conocimos en el útero. ¿A qué se refiere con eso?

–Hay que dejar hablar al cuerpo. Dejar fluir lo que sentimos, sin escalas de valores, sin prejuicios, sin orientar lo que decimos de antemano. Como cuando estás embarazada: de repente sientes un leve movimiento, sabes que ese ser dentro tuyo está vivo. Percibes sus latidos y no necesitas calificarlo ni compararlo con nada. No sabes lo que está pasando ahí adentro, no lo has visto todavía; sólo lo sientes. Algo sutil. Eso es lo que les enseño a mis alumnos. Como la fenomenología: no se trata de mirar algo y buscar la causa, que es lo que siempre hacemos, sino de describir lo que hay. Y si frente a una situación uno no entiende nada, no asustarse y quedarse con la descripción abierta. Con ese silencio, ese espacio. Vuelvo al embarazo: ¿no te das cuenta de que es un verdadero fenómeno? Un milagro. Pasarse la mano por la panza, sentir al bebé, ¿cuándo vamos a recuperar un lenguaje más primitivo?

–¿Cómo se ubican las mujeres actuales frente a esta propuesta?

–Mira, hay un cambio bastante grande. Tú ves las parejas actualmente, el modo en que los hombres están asumiendo la paternidad. Se ha logrado un equilibrio bastante bueno. Aunque a veces también ocurre que las cosas se pasan para el otro lado. Yo he tenido pacientes con casos insólitos: parejas en las que la mujer juega absolutamente el papel del hombre. Por momentos, el rechazo de lo doméstico y lo pasivo en la mujer se ha hecho demasiado extremo. Dejando a un lado la impronta cultural, en lo femenino hay más tendencia a la pasividad y la dependencia que en lo masculino. A mí me da mucha pena ver casos de mujeres que rechazan tanto sus rasgos femeninos. De todos modos, creo que estamos teniendo ejemplos de verdadero equilibrio en lo que hace a lo verdaderamente femenino. Por eso me siento muy orgullosa de la presidenta de Chile. A mí me parece que Michelle Bachelet es un ejemplo de mujer integral, generosa, inteligente, que ha pasado por una serie de cosas, pero no guarda resentimientos. Yo diría que tiene las mejores cualidades que puede poseer una mujer, con la firmeza y la seguridad propias de alguien que ocupa el lugar que ella ha alcanzado. Indudablemente que se la hacen pesada los hombrecitos que están del lado opuesto. Pero, por fortuna, del lado de ella hay hombres que le facilitan las cosas.

–¿El gran cambio pasaría por dejar de sentir como vergonzantes ciertas cualidades femeninas?

–Esto es muy importante en el enfoque que yo hago de las enfermedades. Fíjate que hay órganos que tienen las cualidades más femeninas del mundo. Los pulmones, por caso. Si uno los describe anatómica y fisiológicamente, son pasivos (te pueden mantener respirando con una maquinita), dependientes (funcionan porque los músculos los mueven), indiscriminados (reciben el aire como venga). Durante muchos años, el cáncer de pulmón era una dolencia preferentemente masculina, porque los hombres rechazan mucho la dependencia y la pasividad. Ahora ha aumentado en las mujeres, y un médico me dijo que es porque ellas están fumando tanto como los hombres. Sin embargo, yo creo que esto ocurre porque numerosas mujeres rechazan la pasividad y la dependencia. Características femeninas y eminentemente positivas, en cierta medida. Porque un ser humano tiene lo femenino y lo masculino. Un hombre no es menos hombre en la medida en que también tiene pasividad o dependencia. “Nunca fui pasivo y dependiente”, dicen a veces los pacientes. Entonces hay que recordarles que cuando nacieron tuvieron que ser pasivos y dependientes. De lo contrario, no habrían sobrevivido.

Subimos una escalera de madera. Allí, en lo alto de la casa, protegido del trajín diario y dominando el paisaje, está el estudio de la Nana, abarrotado de libros e inundado de luz. El rostro sonriente de Fritz Perls (el creador de la psicología gestalt) en una de las paredes, las obras completas de Goethe, Neruda y Dostoievski sobre un estante. También hay estudios sobre psicosomática, volúmenes de poesía mística, el Viaje a Ixtlan de Castaneda, novelas de Isak Dinesen, obras de Nietzsche y Sartre, tratados de psiquiatría. Una biblioteca nutrida, diversa, con el desorden propio de los lugares muy frecuentados. Textos, nombres y teorías que forjaron el pensamiento de una mujer inquieta y amante del conocimiento. Antes de ser reverenciada por la comunidad gestáltica de habla hispana, Adriana Schnake fue profesora de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, participó en investigaciones sobre sustancias alucinógenas, trabajó con pacientes psicóticos. Esa misma mujer ahora se encarama sobre un sillón, pone los pies convenientemente en alto, se termina de acomodar y saca de una bolsita un tejido a medio hacer. “Tú sabes que yo siempre estoy tejiendo”, comenta como al pasar. Sí, se sabe. Como también que alguna vez, en alguno de los muchos grupos terapéuticos que dirigió, un paciente se asombró por esta costumbre. “Mira, de esta manera yo tengo una certeza –rememora ella que le contestó–. Sé que al cabo de unos días, al terminar estos encuentros, habré producido algo concreto. Porque de los resultados con ustedes... nunca hay garantías.”

–Lo más difícil en una terapia es aceptar los propios límites. ¿Cuándo experimentó esto en lo personal?

–Muy precozmente: cuando nació mi hija. Mis dos primeros hijos fueron hombres. Si tomamos las ideas de Freud, y pensamos que una mujer nunca es más completa que cuando está embarazada de un hijo varón, yo ya había dado final (se ríe). Era psiquiatra, había sido buena alumna, estaba en la Cátedra Titular de Psiquiatría. Además, no era nada fea, te diré. En ese tiempo éramos pocas mujeres en medicina; elegí con quién casarme. Cuando nació mi hija, yo pensaba que había alcanzado lo máximo, porque mi marido siempre había querido una niñita. Y justo en ese momento se me cayó la estantería. Mi marido salió con que estaba enamorado de otra. Me quedé sin piso, no sabía a quién podía recurrir o preguntar; parecía que sólo cabía ser “la pobrecita”. Empecé a hacer análisis y me metí muy profundamente con la cosa de ser mujer, con mi hijita que había nacido recién, con el desafío de tener que criar a dos niñitos hombres. Yo me decía: “Mis hijos tienen que ser hombres en este mundo, aquí y ahora, con el padre que tienen, con la madre que tienen. Y mi hijita tiene que ser mujer con una mamá herida, triste, que cree que nunca más en la vida va a poder levantar cabeza”. Pero logré atravesar esa situación. Hasta pude tener una cuarta hija, porque volví con mi marido en algún momento. Luego nos volvimos a separar; nuevamente me enamoré, tuve otro compañero. Yo diría que mi vida ha sido bastante positiva y buena.

–¿Por qué cree que la sociedad actual está tan dominada por el miedo?

–Creo que las personas son víctimas de la propaganda, del mercado. Se ponen modelos exteriores a la persona; las cosas no surgen desde adentro. Así te encuentras con que una mitad de la humanidad se muere de hambre y la otra mitad de obesidad, más o menos. Horroroso, ¿no es cierto? Te determinan desde afuera qué es lo que hay que comer, lo que no hay que comer, lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer. La gente toma cualquier modelo, no se siente libre ni segura. Por eso es que yo me he preocupado tanto por la salud y las enfermedades. Siento que la medicina también está absolutamente perturbada. Algunos descubrimientos que se han hecho, en vez de ayudar a curar, han ayudado a asustar a la gente. Y esta idea de la “guerra”, del “combate” contra los síntomaas, no es buena. Se le tiene terror a la enfermedad, en vez de entender que forma parte de todo. A mí lo que me interesa es que la gente entienda que las enfermedades pueden traer un mensaje, pueden tener un significado. No me interesan las curas mágicas ni me opongo a la medicina alopática. Sólo busco que, en la medida de lo posible, la gente se dé cuenta de lo que le pasa.

–El silencio, la naturaleza, ¿son elementos de su terapéutica?

–Básicos. A los que llegan acá, yo les ofrezco este entorno fantástico y cambiante. En este lugar de repente llueve como si se rompieran los diques del cielo y al rato sale un sol maravilloso. Esto de los cambios es algo bien lindo, porque nuestra vida es así. Creo que el ochenta por cierto del “darse cuenta” depende de las personas. Si la gente no está dispuesta a mirarse a sí misma para entender los mensajes que le envía su propio cuerpo y el mundo que la rodea, es difícil que alguna vez logre un cambio real.

Diana Fernández Irusta
Para saber más: www.anchimalen.cl

Un enfoque integral

“He buscado algún método más eficiente, un modo de trabajar que diera resultados con más rapidez y claridad.” Así explica la Nana su acercamiento a la psicología gestalt, en el marco de la cual desarrolló lo que ella llama “el enfoque holístico de la salud y la enfermedad”. Básicamente, su método apunta a explorar elementos de la personalidad a partir del “diálogo” con algún órgano que manifiesta determinada enfermedad. No lo propone como una medicina alternativa, sino como algo que puede ayudar a la sanación y al crecimiento personal. “Una de las cosas más positivas que tiene este trabajo es que, conociendo al órgano enfermo, la persona se da cuenta de que rechaza ciertos aspectos de su personalidad –explica–. Luego viene el trabajo: ver cómo es que ese ser humano decidió ser quien es, dejando de lado características que pueden ser esenciales.”

–¿Cómo es su participación en los grupos terapéuticos?

–¿Sabes lo que es el tai chi? Pues bien, yo sigo a las personas como en un tai chi (arte marcial chino basado en secuencias de movimientos continuados y muy suaves). Las acompaño en su diálogo con el órgano enfermo, las ayudo a darse cuenta de cuál es su participación en esa dolencia. Si tienen una idea muy errónea acerca de cómo es ese órgano, les ofrezco información; las ayudo a representarlo: ser su pulmón, su corazón, su colon. No les impongo una meta, sino que dejo que cada uno llegue hasta donde pueda en ese momento.

–¿Qué opina de un trastorno tan frecuente hoy como la depresión?

–Cuando Kierkegaard escribió La enfermedad mortal, la describió como “la destrucción del yo en un vano intento de hacerlo autosuficiente”. Hay algo muy omnipotente, exigente y desafiante en la depresión. Creo que este yo hipertrofiado que da la depresión posiblemente es el mismo yo omnipotente que puede favorecer a las células oncológicas, que son igualitas a él. Por eso la depresión y el cáncer han aumentado tanto en el mundo, porque la sociedad actual nos ofrece todo el tiempo la sensación de no tener límites, la ilusión de ser autosuficientes.

Qué es la gestalt

Esta terapia surge en la década del 40, de la mano de Fritz Perls, psicoanalista que se aleja del círculo de Freud y, tras publicar el libro Ego, hambre y agresión, inaugura esta escuela. El enfoque de la gestalt es holístico: busca percibir los objetos y los seres vivos como totalidades. Entre sus conceptos básicos se encuentran el “aquí y ahora” (énfasis en el presente y en lo real) y el “darse cuenta” (entrar en contacto natural y espontáneo con lo que uno es). El psiquiatra chileno Claudio Naranjo, considerado uno de los tres discípulos más cercanos de Fritz Perls, fue una importante figura en la divulgación de estos principios. Adriana Schnake, que reconoce en muchos de sus libros la influencia de Naranjo, es hoy una de las representantes más destacadas de la gestalt en el mundo de habla hispana.


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