lunes, 25 de mayo de 2009

Adictos a la adrenalina

Te corre un frío por todo el cuerpo. Ves venir una ola de tres metros de alto y en una fracción de segundo tenés que decidir si te subís o esperás. Y si te equivocás, fuiste. En ese momento se te aceleran la cabeza y los músculos. Te da una energía y una velocidad impresionantes”, describe Gabriel Nosceda (36), especialista en informática y fanático del windsurf. “El mayor placer es cuando ves que lo lograste, que remontaste esa ola y estás allá arriba, aunque dure menos de un minuto”, confiesa. Nosceda descubrió este vértigo a los 15 años, cuando fue con un amigo a surfear a la laguna de Monte. “Navegué 50 metros y dije: esto es lo mío”, recuerda.

Aunque practica otros deportes de riesgo, prefiere el surf. “Meterte en una ola gigante y estar a merced del viento es más extremo que hacer bungee [jumping], porque ahí de última estás atado con un arnés”, asegura.

Aunque reconoce que “las cosas cambiaron un poco” desde que tiene una hija, Nosceda no se privó nunca de practicar deportes de riesgo. Finalmente, hace 2 años pudo unir pasión y profesión y creó con un socio el portal de Internet Youextreme.com, que ofrece noticias, ofertas de equipamiento, clases y paquetes especializados. El próximo paso es convertir la página en una red social donde los fanáticos intercambien videos, fotos y experiencias.

Es uno de los tantos casos de gente que elige el riesgo como actividad, de los adictos a la adrenalina, de los que tienen lo extremo como motivador, ya sea montados a una ola gigante, lanzados desde un avión con un paracaídas o con los nervios de punta por el subibaja de las acciones.

Como Claudio Zuchovicky (42), operador bursátil desde los 23 y licenciado en administración, para quien el riesgo es parte del día a día. En el recinto de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, que conoce como pocos, Zuchovicky se mueve como pez en el agua. “Este negocio se basa en asumir riesgos todo el tiempo, porque todo el tiempo se toman decisiones”, explica. Asegura que en todos estos años vio a operadores hacer fortunas de la nada y arruinarse en minutos por una mala decisión. “La Bolsa es así. Tiene mucho de pálpito, de intuición, pero no es una ruleta –advierte–. No dependo de la suerte de un número, sino de un análisis previo.

“A largo plazo, es menos riesgosa que un plazo fijo –sostiene el operador–. Sin embargo,

[en el caso de] los traders que operan todos los días, hay un punto en el que no lo hacen por dinero, sino por el placer de acertar, de demostrarse a sí mismos que su análisis fue el correcto –asegura–. A veces ni sacan la cuenta de cuánta plata ganan o pierden. Es una cuestión de vértigo, de mirar el partido desde la cancha y no desde la tribuna.”

La pasión por esta vida llena de pizarras y números acompaña a Zuchovicky desde que llegó de Mar del Plata para estudiar en Buenos Aires y empezó a trabajar para un agente bursátil. “Puede ser que exista un perfil más osado entre los operadores de bolsa. Pero no es mi caso. No voy al casino ni corro autos a 300 km por hora. Cubro mi cuota de vértigo acá. Lo que sí comparto con mis colegas es la necesidad constante de estar conectado, que genera una dependencia de la información. Por lo demás, soy un tipo tranquilo”, afirma.

¿Y quién dice que las mujeres son menos arriesgadas? Teresa Mardaras (42), profesora de educación física y paracaidista aficionada, desmiente el preconcepto. “Hace 11 años que salto, y empecé en esto por casualidad –cuenta–. Yo era productora de seguros de vida y una mañana me fui a Lobos a vender un seguro a una escuela de paracaidismo. Nunca lo vendí, pero me invitaron a saltar, y dije, ¿por qué no? A partir de entonces no paré más. Ahora me dedico a vender equipos para paracaidismo y organizar encuentros de aficionados.

“Saltando a cuatro mil metros tenés un minuto de caída libre y en tres minutos estás en el piso. No hay mejor sensación que saltar al vacío –asegura Mardaras–. Cuando abren la puerta del avión, el corazón te late fuerte, se te seca la boca y tu cabeza está pendiente de lo que vas a hacer después. Te da un poco de miedo. Pero no es un terror que te paraliza. Al contrario, está bueno.” La única limitación para tanto frenesí es la económica. Tres minutos en el aire cuestan entre 60 pesos y 30 dólares (depende la zona y si es con filmación o no).

Una liberación

¿Por qué necesitamos adrenalina? Esta sustancia, liberada por la glándula suprarrenal en respuesta al peligro, es fundamental para la supervivencia. Entre sus múltiples efectos fisiológicos, estimula el corazón para que aumente la frecuencia de sus latidos, favorece la liberación de glucosa, produce la dilatación de las pupilas para mejorar la visión, disminuye el tiempo de coagulación de la sangre y provoca piloerección (piel de gallina). En segundos, el organismo está preparado para luchar o huir.

Además, “estimula la liberación de dopamina en el sistema nervioso central, una sustancia que provoca sensación de bienestar anímico”, detalla el psiquiatra y psicoanalista Ricardo Rubinstein, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y director de Sportmind, una consultora especializada en deportistas de alta competición. “A este aspecto biológico debemos añadirle el componente psicológico, donde la sensación de bienestar es provista por la acción de la descarga muscular, las vivencias de alivio, triunfo y engrandecimiento del yo tras superar el peligro. Así, lo riesgoso puede transformarse en algo buscado para eliminar otras vivencias desagradables, y puede potencialmente resultar adictivo”, afirma Rubinstein.

La endocrinóloga y psiquiatra María Teresa Calabrese, también miembro de la APA, coincide: “Si tomamos el término en su forma más genérica, como la búsqueda y el consumo compulsivo de hábitos dañinos pero gratificantes, se puede hablar de una adicción a la adrenalina, reforzada por la liberación de dopamina”.

Pero, ¿dónde está el límite? La portada de la edición on line del periódico británico Daily Mail del 14 de enero último estremece. Muestra el video de un adolescente que filmó él mismo con su celular mientras un tren le pasaba por encima. Lo más asombroso es que la página lleva a una decena de secuencias similares de play chicken: juegos peligrosos para demostrar quién es más valiente. ¿Qué buscan los que arriesgan su vida al límite? “En general –analiza Calabrese–, son personas que han pasado por situaciones de riesgo emocional extremo en su temprana infancia, antes de la adquisición del lenguaje. Sienten un algo innombrable en su interior que los acerca a la muerte psíquica. Las situaciones de riesgo permanente a las que se someten son un intento de externalizar esa sensación interior que no pueden verbalizar. No es que no sientan miedo. Sino que tener miedo ante una situación determinada siempre es más tranquilizador que el miedo interno sin nombre. Utilizan el riesgo y el temor para autocalmarse, por extraño que parezca.”

Ocurre que la adicción al riesgo, como tantas otras, está socialmente aceptada. “Es frecuente en deportistas y profesionales exitosos que se muestran muy seguros de sus logros pero que en realidad son inseguros y tienen vínculos de muy pobre calidad afectiva”, sostiene.

El psicoanálisis habla de una “erotización” del peligro. “Se produce un efecto de borde donde aquello que normalmente provocaría displacer (el temor) termina generando un plus de placer erótico, análogamente a lo que ocurre con el dolor en el masoquista –explica Rubinstein–. Su trasfondo inconsciente incluye una gran carga tanática (deseo de muerte) y la búsqueda de límites. El sujeto se ubica en una posición omnipotente, maníaca. Se siente dueño, amo y vencedor sobre la muerte, con la que confronta una y otra vez.” Paradójicamente, detrás de esta aparente búsqueda de placer y aventura a través de la autosuperación suelen esconderse estados de angustia extrema, duelos no elaborados, y una sensación de vacío insostenible.

María Naranjo

Para saber más: www.youextreme.com

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