lunes, 25 de mayo de 2009

Etiopía: enigmas y tesoros de una tierra prometida

De un largo viaje por Africa, Etiopía sería el país más singular. Todo allí es único: la lengua, las comidas, los rasgos de la gente y su particular fe cristiana.

Después de pasar por Sudán, el cambio fue drástico; de la soledad del desierto a la sobrepoblación de un país montañoso. Ya desde la frontera nos llamó la atención la cantidad de niños, muchos de ellos bebes llevados por sus madres, atados en las espaldas.

Mientras uno hacía los trámites de migraciones, el otro practicaba las primeras palabras en amárico, la lengua local. Por ejemplo, seulam, que quiere decir hola, y ameuseugenallô, que significa gracias. Sin embargo, lo primero que escuchamos fueron pedidos en inglés, como ¡give me pen!

Etiopía nunca fue colonizada y tampoco se sabe mucho sobre su origen, aunque la creencia local lo establece a partir de una referencia bíblica a la reina de Saba (ver recuadro).

Empezaríamos a conocer más sobre su peculiar cultura en la ciudad de Gondar, antigua capital etíope, a 2200 metros de altura y con una temperatura agradable.

En 1636, el rey Fasiladas estableció en Gondar su sede de gobierno e inició la construcción de los castillos que hoy son el sello distintivo de la ciudad. Allí tuvimos el primer contacto con la religión Ortodoxa Etíope, en la iglesia Debre Berhan Selassie, con sus vibrantes pinturas y los 104 ángelesque sonríen desde el techo. En las paredes, además de santos, se ven el infierno y al profeta Mahoma en un camello guiado por el diablo. El arte religioso etíope, con sus fuertes colores y sus dibujos estilo naïf, parece tomado de un libro de historietas. Unos 150 kilómetros al Norte está el Parque Nacional de las Montañas Simen.

Llegar allí implica transitar por serpenteantes caminos de ripio con vertiginosas vistas de hasta 4300 metros de altura. Este parque es conocido por ser hábitat de animales como la cabra de Abisinia, los monos gelada y el endémico lobo etíope. Los geladas, que en grandes grupos cepillan la zona en busca de semillas, son fáciles de descubrir y pueden entretener durante horas. A las cabras se las ve generalmente desde arriba, en las salientes de los precipicios. Lo más raro es el lobo, ya que se cree que no hay más de setenta ejemplares en todo el parque. Pero tuvimos suerte.

Ruta con historias y leyendas

Siempre por la ruta histórica, hacia el Norte, un camino ondulado lleva hasta Axum, otra antigua capital del país. A pesar de que la leyenda sobre la reina de Saba la sitúa en el siglo X a.C., lo único que se sabe con certeza es que hacia el año 400 a.C. empezó a proliferar allí una civilización. La ciudad dominó el comercio entre Asia y Africa cerca de mil años, decayendo a partir del surgimiento del islam. Hoy, su mayor atracción son los obeliscos, en excelente estado. Enormes monolitos de granito esculpido reflejan el poder de las familias gobernantes de ace 1800 años. Figuras en relieve de ventanas, puertas y hasta picaportes dan cuenta del estilo propio de Axum.

Cerca, el pueblo de Adwa rememora la batalla más ilustre de un pueblo africano. En 1896, cuando los italianos colonizaban lo que es hoy Somalia e intentaban dominar el norte de Etiopía, el rey Menelik II ordenó a sus súbditos resistir. Su victoria en Adwa es conmemorada cada año.

Hacia el Este está el pequeño pueblo de Yeha, cuyo simétrico templo es un ejemplo de las influencias yemeníes en la cultura etíope. Al no haber hoteles allí, nuestra mejor opción era acampar en el enclave de la iglesia. Al preguntar al párroco a qué hora se daba misa al día siguiente, la respuesta fue: Termina a las dos de la tarde.

Lo que nadie mencionó fue a qué hora comenzaba. A eso de la 1 de la mañana escuchamos unas cuantas campanadas y luego los pasos de los feligreses.

Alrededor de las 2 empezarían los cantos. Los hombres dentro de la iglesia; las mujeres, vistiendo blancosmantos sobre sus cabezas, permanecían afuera. A las 7, sin haber pegado un ojo, fue hora de irse, y los fieles seguían cantando...

Hacia el Sur quedan las singulares iglesias de Lalibela. Talladas en la roca, las once iglesias conforman uno de los sitios histórico-religiosos más peculiares del mundo. Para quien sepa de Petra, en Jordania, se puede decir que Lalibela es similar, salvo por el hecho de que las iglesias no fueron talladas en una pared de roca, sino directamente en el suelo, excavando la roca basáltica y descendiendo unos quince metros. Se sabe que datan del siglo XII o XIII, de los tiempos del rey Lalibela, y que intentan reproducir a Jerusalén, que había caído en manos de los musulmanes. Lo que no se sabe es quién las construyó ni cuánto tiempo llevó hacerlo.

Las iglesias más interesantes son Bet Maryam, con sus frescos en paredes y techos; Bet Golgotha, de acceso prohibido a las mujeres; Bet Mikael; Bet Amanuel, una de las mejor conservadas, y Bet Giyorgis, la pieza maestra de todo el complejo, con su perfecta forma de cruz.

El precio de la entrada sorprende, ya que es mucho más alto que en otros sitios históricos. Al preguntar al responsable de la iglesia local, propietaria de las iglesias de Lalibela, a qué se destinaban estos fondos, la respuesta fue, sin vueltas, "a los sueldos del clero". Afuera, en las calles, niños y ancianos piden para poder comer...

Addis Abeba, la actual capital, es moderna. La gente aquí se viste con ropas occidentales y las jóvenes parecen salidas de los clips de MTV.

También hay muchos extranjeros ya que la ciudad es sede de varias organizaciones de ayuda, además de la Comisión Económica para Africa, de las Naciones Unidas.

Hacia el lejano sur

Hacia Kenya había dos alternativas: la ruta asfaltada hasta Moyale, o las más exóticas y a veces intransitables pistas por el valle del Omo, con sus variadas tribus indígenas, que resultaban más interesantes. En el camino quedaba Shashemene, con sus rastas venidos de Jamaica.

¿Qué hacen jamaiquinos en Etiopía?

La historia es tan descabellada como real. En la década del 20, el líder jamaicano Marcus Garvey empezó a promover la idea de volver a los orígenes, regresar a Africa. Cuando, en 1930, Haile Selassie fue coronado emperador de Etiopía, muchos vieron la antigua profecía bíblica que dice que los reyes vendrán de Africa hecha realidad. En Jamaica nacería una nueva religión que identificaba al flamante emperador de un país africano independiente como a un dios. La nueva fe adoptó entonces su nombre de nacimiento: Ras Tafari.

Así, en 1963, Selassie regaló tierras en Sashemene a los jamaiquinos y desde entonces hay una población rasta estable. Hoy algunos tienen una especie de museo; en realidad no son más que posters de Bob Marley y de Su Majestad, como llaman todavía a Selassie. Allí, un rasta de unos 70 años nos explicó los principios de su movimiento.

Luego de visitar la zona de los lagos y el Parque Nacional de Nechisar, con sus cebras, kudus y monos, tocaba internarse en zonas rurales con poblaciones casi aisladas del mundo moderno. Fue como aventurarse en el pasado. Si bien hay transportes y algunas edificaciones nuevas, la mayoría vive de acuerdo con sus tradiciones, en casas de adobe y vistiendo pocas ropas con muchos abalorios. Los hamar, por ejemplo, se destacan por su afición por las cuentas de colores y los ornamentos en la cabeza. Algunos hombres llevan plumas y es muy común verlos con rifles al hombro. Las mujeres tiñen su cabello de marrón rojizo y visten faldas de cuero y collares de caracoles.

Llegar a Jinka es como arribar al fin del mundo. La ruta hasta allí está en permanente construcción y a veces queda bloqueada por camiones atascados en los ríos. Si llueve es directamente intransitable. Los sábados, el día del mercado, Jinka se transforma. Gente de diversas tribus camina hasta allí para vender productos: frutas, verduras, aguardiente artesanal, ropa, zapatos. Los mursi son los más exóticos. Oscuros, altos y lánguidos, llevan pocos ornamentos.

Son sus mujeres las que se destacan ya que usan una especie de plato que se coloca en una incisión entre el labio inferior y la mandíbula.

Cuando no lo usan, el labio queda colgando inerte cerca del mentón. Lo curioso es que son conscientes de su rareza y la explotan cobrando a los turistas que quieren fotografiarlas. Son incluso muy duras al negociar.

Aquellos días en el sur del valle del Omo, por los remotos caminos entre Jinka y Turmi, y luego hacia Omorate, serían memorables. En Jinka se nos unió Klaas, un holandés con otro Landcruiser. Así que, con dos vehículos, los atascos o fallas mecánicas serían más fáciles de solucionar. Pero todo salió bien y nos dedicamos a disfrutar de los encuentros con los locales, que rara vez habían visto turistas y se mostraban sumamente curiosos.

En Omorate, un pueblito a orillas del Omo, hay un puesto de migraciones y un par de hoteles donde incluso e puede conseguir combustible, traído en barriles. Fue la despedida de Etiopía. Desde allí una huella mínima se internaba en Kenya, cerca del lago Turkana.

María Victoria Repetto

La Reina de Saba y el Arca de la Alianza

Muchos de los misterios históricos y arqueológicos en Etiopía se explican por medio de leyendas. Los etíopes creen que sus orígenes se remontan a tiempos de la reina de Saba, que es mencionada tanto en el Antiguo Testamento como en el Corán. Hoy se supone que vivió en el siglo X a.C. y que su reino estaba entre Etiopía y Yemen.

Se dice que, atraída por la sabiduría del rey Salomón, la reina acudió a él en busca de consejo llevando consigo especias, oro y piedras preciosas. Salomón le aseguró que su consejo sería gratuito, que sólo si tomaba algún bien de Israel le exigiría una retribución.

La noche previa al retorno de la reina a Saba, el astuto Salomón ordenó cocinar manjares con abundante sal y colocó un vaso de agua junto a la cama de la reina. Al despertar, sedienta, ella tomó el agua, uno de los bienes más preciados de Israel, por lo que Salomón exigió ser compensado.

Y así fue cómo la reina volvió a Saba embarazada de su hijo Menelik, que sería el primer rey de Etiopía.

La leyenda cuenta también que Menelik volvió a recibir educación en la tierra de su padre. Pasado un tiempo, decidió retornar a Etiopía llevándose la famosa Arca de la Alianza, con las tablas de los mandamientos. Aún hoy los etíopes dicen que el Arca permanece en la iglesia de Santa María de Sión, en la ciudad de Axum, pero que sólo está permitido verla a los sacerdotes del templo.


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