lunes, 29 de junio de 2009

El ocaso de los dioses

El 5 de este mes, cuando las cenizas de Yves Saint Laurent fueron depositadas en su amado jardín de Majorelle en Marruecos, sus amigos de siempre, vivieron, tristísimos, la segunda y definitiva despedida. La anterior, en 2002, todavía joven en sus 65, y ayudado con una tintura de pelo rubio, hábito desconocido en ese siempre joven de timidez extrema y presencia formalísima, fue decididamente festiva. Se despedía en realidad de su taller de alta costura en su casa de la Avenue Marceau, luego de 40 años de reinar en la costura francesa. Ese día eligió como emblema una chaqueta de lana negra bordada con espigas doradas, de la colección invierno 1985-86, para que la usara Catherine Deneuve, su amiga favorita, quien la lució, en medio de aplausos y vivas entusiastas, rodeado por sus mannequins y un público frenético, entre el cual se veía a muchas otras celebridades que, como Bianca Jagger o Paloma Picasso, habían elegido su etiqueta para vestir sus bodas respectivas en los años ’70, antes de que ni siquiera sospecharan sus estruendosos divorcios respectivos. Ambas habían lucido tailleurs, la imagen de marca más fuerte de YSL. Blanco, con falda larga para Bianca, y rojo como sus labios, para Paloma, entonces. Al arte de la sastrería, Yves lo había conocido bien y antes, en lo de Dior, con no más de 20 años de edad y dos de oficio en la casa del gran modisto. Luego de semejante estadía, a los 22 inauguró su propia etiqueta que en cierto momento, y según cálculos de Pierre Bergé, su feroz asesor de finanzas, llegaría a ingresar más divisas a Francia que la propia fábrica Renault, decían.

REBELDE CON CAUSA
La rebeldía de Saint Laurent tenía una causa, mansa, sin embargo. Era descubrir que se puede ser independiente de la moda oficial, sin ser estrepitoso, para, en cambio, buscar inspiración en la calle, en la vida, en la diversidad étnica que sólo se da en París con tal riqueza. Y, envalentonado, acceder a otros desafíos, como posar desnudo en una foto de Jeanloup Sieff, para publicitar su perfume Pour Homme, al final de los ’60. Era ya el rey del tailleur reformulado para mujeres libres y atractivas que le sugerían, con sus actitudes, crear para ellas incluso el smoking, confeccionado en un género glorioso e irrepetible que se llamó grain de poudre, similar a la pólvora por fuera y muy sensual al llegar al forro, de una seda pesada y adecuada para lograr la caída perfecta del saco y el pantalón ancho. Otros emblemas de sus colecciones que todavía se recuerdan son los vestidos en forma de trapecio, y el look andrógino del tailleur pantalón sensualmente feminizado por blusas transparentes lucidas sin soutien debajo. Para Veruschka, la modelo preferida del momento, inventó la chaqueta sahariana de algodón, luego vulgarmente llamada cazadora entre nosotros, y que todavía perdura en colecciones retro. Menos populares o masivas fueron sus geniales colecciones fastuosas, adonde unió el arte de Picasso, Braque, Warhol y Mondrian, cuyo vestido tubular sin mangas fue el más difundido por las revistas, quizá no tanto por el mensaje que emitía la sola firma de Mondrian sino, tal vez, por la calidad gráfica que ofrecía a los editores.

En los ’80, el joven Yves fue el primer ídolo de la moda en entrar por la puerta grande a los museos: en el Metropolitan de Nueva York y en el de Bellas Artes de Pekín. También allí se inspiró en las calles y en las tradiciones, que lo llevaron a hacer una colección dedicada a China y a reinstalar el kimono entre las occidentales. No menos entusiasmo por lo exótico para un mundo parisino fue la colección que se inspiró en Rusia, logrando la mimetización de las elegantes del mundo enfundadas a manera de cosacos con botas y tocados de piel y faldas de brocato.

La mirada a España se cristalizó, también en los ’70, en ropas de gitanas de lujo, vestidas de falso flamenco, peinados sueltos y flores en el pelo, conformando verdaderos contrastes a sus tailleurs que nunca fueron severos. En todo caso, la severidad le era ajena, a pesar de su aspecto formal y discreto hasta la exageración.

Sus relaciones con la moda, siempre apasionadas, se fueron enfriando, probablemente azuzado y asustado por su asesor Pierre Bergé, fidelísimo a las feroces leyes del mercado y a la globalización. Por algo de eso, en 2002, Yves decidió colgar los hábitos y retirarse a gozar de su casa y jardines de Majorelle en Marruecos. Allí se mantenían aún el refinamiento y la elegancia innatos e intocados de su arte, y que tantas veces fuera fuente de inspiración en sus colecciones. Especialmente el rico colorido, manejado como los dioses. Varios diseñadores jóvenes lo continuaron sin reemplazarlo jamás, al frente de su etiqueta YSL. Actualmente es Stefano Pilati quien respeta su estética a la hora de confeccionar cosas nuevas y reeditar, con el mayor respeto, sus clásicos de siempre. Insospechadamente, anuncian que Naomi Campbell será la cara de la nueva campaña 2008-2009 de la etiqueta. Una elección que YSL hubiera aprobado sin dudas, ya que no hay que olvidar que fue el primer modisto que invitó a lucir sus elegancias en una pasarela a mannequins de color. Las más bellas, como siempre.

EL TOQUE ARGENTINO
Mercedes Robirosa fue mannequin de Saint Laurent en 1977, 1978 y 1979, en París, y está en Buenos Aires por pocos días. Recuerda, no sin nostalgia y diversión, sus comienzos. “Conocí a Yves a través de Martine Barat, gran fotógrafa under de aquellos años, a su vez amiga inseparable de la infancia en Orán, donde nacieron Yves y ella. Me llamó para trabajar en un documental sobre Saint Laurent, adonde aparecía en un cuento disparatado inventado por Martine, como un hippie de pelo largo, encerrado en una jaula dorada, y preservado de un mundo que se venía abajo. En esos días, él me propuso que fuera a su Maison de la Avenue Marceau, adonde trabajé como mannequin entre el ’77 y el ’79. Me explicó que me había elegido porque daba muy bien el perfil de una especie de dama chic sudamericana, o esposa de un embajador o presidente argentino, con un chignon estilo Evita y mi pelo negro. Me destinó, gracias a mi chic latino, a vestir, convenientemente ambientada, la colección española con faldas amplias y corsets atados con miles de lazos y lacitos que había que atar y desatar en dos minutos. Fue menos torturante la colección rusa donde, salvo ponerse las botas, era todo más llevadero. Especialmente porque no había que estar preocupada por el peinado, cubierto por tocas de piel. Los tapados de cosaco y las faldas amplias eran también más fáciles de vestir. En la colección de China, el peinado tenía mariposas y los kimonos eran difíciles de manejar al caminar por la pasarela. La colección Picasso, en cambio, eran vestidos ilustrados, y faldas con blusas no difíciles, mientras que en los de moda retro de los mismos años, Yves me dedicó los vestidos de tela pied de poule, con cuello bebé blancos, muy para mí, según su opinión, yo a veces parecía ‘une fille de Chaplin’. En cambio, se escandalizaba cuando me rebelaba en las fiestas post-desfiles y no me vestía con un Saint Laurent sino con trapos punks ingleses. Entonces se acercaba y me decía: Mercedes, vous etes une fille d’avant garde (“usted es una hija de la vanguardia”), con gran estupor. Las pruebas de ropa hasta las 4 de la mañana eran rigurosas y en silencio absoluto, con la presencia concentrada de Yves y todo el taller con sus diferentes y jerárquicos rangos, además de los obligados jefes Pierre Bergé y Loulou de la Falaise. Ella vigilaba hasta el último detalle desde los aros creole que me quedaban muy bien, hasta los zapatos de Massaro para YSL, que lucían ideales en ‘los tobillos de raza de Mercedes’, según ellos. El maquillaje lo hacía el genial José Luis, el chileno”, recuerda.

Por su lado, otro argentino, Marcial Berro, diseñador de joyas y objetos decorativos, quien también ha llegado a Buenos Aires, para preparar su exposición en agosto, en el Museo de Arte Decorativo, evoca sus días en el mundo de la moda y su breve paso por la Avenue Marceau. “Llegué a París luego de años en Nueva York, y conocí a Yves vía Paloma Picasso y Clara Saint. A él le gustaron mis cosas y me encargó un pastillero de plata que hice en forma de mapamundi, dividido por el Ecuador. A raíz de ese objeto que le gustó, me encargó joyas de plata y vermeil para su colección rusa y orientalista. Lo vi muchas veces con amigos comunes y fui a su casa, donde quedé deslumbrado por su refinamiento y sus magníficas colecciones de pinturas de todos los tiempos y firmas, en la rue de Babylone.”

EL LADO OSCURO
Para ilustrar los días del glamour y los excesos felices del mundo de la moda en París en los ’70, acaba de aparecer un libro cuyo título lo dice todo acerca de la caída de los dioses. The Beautiful Fall se llama el ejemplar que salió en 2006, de la periodista Alicia Drake, del Herald Tribune, y que hoy devoran las víctimas de la moda y quienes les gusta espiar el lado oscuro de los famosos, especialmente del mundo de la moda. El trabajo de Drake está focalizado en las figuras de Yves Saint Laurent y en la del alemán sucesor de Chanel, Karl Lagerfeld, y la rivalidad entre ellos. Su libro es un retrato brillante de las bambalinas de la alta costura en los ’70 y su trágico final.

Dice su autora: “En los años ’70, la moda en París fue como abrir una botella de champagne al sol. Desde los bailes de disfraz hasta los tea parties que se alargaban hasta la madrugada, todo giraba alrededor del chic y el vestido. Y el suspenso por saber quién era el elegido. En los ’80 y ’90, eso se convirtió en miedo al ocaso de la gracia. Todo se fue desvaneciendo y entonces el mundo de la gran moda empezó a desteñir. Y a desmayar, con el advenimiento de la heroína y la sombra fatal del sida. Había llegado el momento lógico para que la moda se convirtiera en industria, prevaleciera el dinero y la beautiful people descubriera el peligro de vivir acorde con sus sueños”. Muy lejos han quedado esos días en que el propio Yves decía a quienes le preguntaban sobre la moda: “El mejor vestido son los brazos del hombre a quien se ama. Para quien no conoce esa felicidad, yo estoy ahí, en cambio”.

Felisa Pinto
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