lunes, 29 de junio de 2009

La caída del poder: el ocaso de Carlos Menem

Miércoles 15 de agosto de 2007. Hace frío y está nublado; justo en La Rioja, esta tierra de cielos límpidos. Menem trae la mirada perdida, como aturdido. Está de pie, rodeado por su custodia, en la caja de una camioneta Ford F100 XLT doble cabina, encabezando una caravana que cierra su campaña para gobernador. Avanza por el barrio Mataderos: casas bajas descascaradas, casas sin revocar, pequeñas, con las persianas bajas. Menem va rumbo a la derrota. Y lo sabe.

¿Entonces, por qué se metió en esta pelea? La parábola de Menem sirve quizá como pocas para ilustrar la caída del poder. Ese momento de la vida de un político en que la realidad impone un final.

Todos los políticos importantes construyen su vida en torno del poder; ninguno renuncia de motu propio: suelen caer junto con su proyecto. Perón murió en la cumbre, pero disminuido y con su movimiento en pedazos. Alfonsín operó desde su partido para mantener influencia; su fracaso fue el fracaso de la UCR, y nunca intentó volver a un cargo electivo.

Menem se define como “un animal político”. Un ex colaborador suyo lo describe así: “El prioriza el poder: echó a su mujer y a sus hijos porque le discutieron el poder. El es como Juan Pablo II: no renuncia más”.

Claro que la Iglesia no es una democracia. Si a algo se le parece es a una monarquía. Quizá por eso, el error que más lo perjudicó a Menem fue su voluntad de buscar una segunda reelección, contra la Constitución y en contra de quienes le decían que era imposible y le recomendaban apoyar a Duhalde para regresar cuatro años después. Desde entonces, comenzó a declinar: ante Kirchner, por la presidencia de la Argentina, primero, y luego frente a Beder Herrera, por la gobernación de La Rioja. Entre tanto, obtuvo la senaduría de su provincia, por la minoría. Es lo único que le queda, y quizá sea poco para protegerlo de causas judiciales por sus actos de gobierno.

Menem es el caso del líder a quien parecen no importarle las malas noticias, tal vez porque perder el poder es perder todo lo que importa. Es líder el que sabe algo que los demás no ven, confía en su visión y la hace creíble a los otros. Para eso hace falta cierta indiferencia a la realidad, un grado de negación, ausencia de culpa, capacidad de soportar a los enemigos permanentes, los momentos de todo o nada. En ese sentido, liderazgo y sensibilidad no combinan bien.

* * *

En la caravana hay apenas 20 autos. Hay gente en las veredas. Mujeres, sobre todo, de todas las edades, pero también viejos, y chicos corriendo a la par de los autos. Y motos, dos filas de dos y tres motos a cada lado de los autos viboreando con enorme pericia.

Es la tercera caravana en una semana para Menem y el rito dura unas cuatro horas a la intemperie, con gente que le tira del brazo continuamente. Tiene 77 años. Hace media hora que ha empezado y ya pide acortar el recorrido.

En la caja de la camioneta hay seis guardias, todos con camperas. Algunos son oficiales de la Policía Federal. Abajo, trotando, hay otros dos; uno impide que las motos se acerquen y choquen a la gente; otro, bien grandote, va junto a Menem: es quien le alcanza nenes y nenas para que él los bese.

Atrás, un auto de la custodia seguido por la camioneta de la música: bombo, redoblantes y dos trompetistas. Uno, maduro, con un pulóver de cuello alto, parece un profesional por la manera de tomar el instrumento. El otro es un amateur. Ambos suenan bien. Pero al último se le nota mucho el esfuerzo. Tiene un gorro de esquiador celeste y azul. “Vamos-vamos, Argentina, vamos-vamos a ganar…” Tocan ese tema.

La caravana para y se arma un remolino de gente junto a Menem:

Vamos Carlo
Vamos presi
Arriba Carlo, como cuando eras presidente

Los gritos parecen responder a la mirada triste que tiene Menem. Tal vez no es tristeza y es algo físico: los ojos negros tienen un velo apenas perceptible y los párpados se han caído.

Una mujer le besa la mano y el grandote controla que la suelte.

Te quiero mucho, responde el candidato, y ahora le brillan los ojos. Por momentos se reconoce su antigua seducción, esa capacidad para entablar un diálogo exclusivo con alguien en medio de una multitud, una sinceridad y un cariño en la mirada.

No hay mucha gente por ahora, pero hay mucho entusiasmo y cierta alegría crispada: será porque Menem es la aparición fugaz de una celebridad y quieren verlo y tocarlo. La caravana es un todo un espectáculo en la tarde mansa de La Rioja.

* * *

¿Será la rabia lo que lo llevó a buscar un triunfo imposible en La Rioja?

Kirchner llegó a ridiculizarlo en el Congreso tocando madera el día en que el riojano asumía como senador, y lo usa siempre como un ejemplo del mal. Pero Menem ha digerido cosas más difíciles; la prisión que le impusieron los militares, por ejemplo, a los que iba a indultar años después.

Quizás antes de la ira está el mero error. Menem decidió entrar en la campaña apenas 45 días antes de las elecciones, con escasa estructura y poca plata. Fuentes cercanas a él dicen que su hermano Eduardo lo convenció. Con Carlos gobernador de La Rioja, Eduardo podía esperar una candidatura legislativa en octubre y la vuelta a la escena nacional.

Cuentan esas fuentes que Carlos y Eduardo especulaban con la posibilidad de recibir el apoyo del otro candidato, Quintela, intendente de la capital riojana –algo que jamás se concretó–. Al contrario, Quintela recibió el apoyo de la Casa Rosada.

Un allegado de ambos cuenta que en la última entrevista que Carlos y Quintela mantuvieron en secreto, el ex presidente insistió en pedirle su apoyo:

–A a mí me queda la senaduría. A vos te espera la cárcel –le dijo–. Se refería a las versiones de que el vencedor investigaría presuntas irregularidades en la gestión de Quintela en la capital riojana.

Sería injusto con Eduardo Menem no consignar que su hermano Carlos tenía oídos bien dispuestos porque soñaba con que un triunfo en La Rioja le abriera paso a su candidatura para presidente por el peronismo anti-K en octubre. Además, sobrevaluaba el cariño que le tenían los riojanos.

Pero “Carlos no sabía que el 20 por ciento del padrón es gente que ha venido de otras provincias. No tiene ningún afecto especial por él. Tampoco los jóvenes. Se equivocó. Hasta los grandes políticos se equivocan”. Palabras de una mujer que lo ha acompañado siempre.

Por último, en una lista improbable de motivos está el instinto de conservación. Menem ha dicho muchas veces que la lucha es vida y que seguirá “en la brecha” hasta morir. Quizá tema que si cesa su lucha cesa su vida.

* * *

Los guardias tiran sachets de aceitunas, camisetas azules y blancas, y gorros, todo con la fórmula Menem-Martínez.

El sachet tiene la foto de los candidatos. Sobre ellos, una leyenda bien grande: “Lealtad y Dignidad”. Debajo: “Aceitunas verdes en salmuera”. Luego: “Menem-Martínez”. Son pequeñas y bien ricas.

Regalos humildes. El gobernador Beder Herrera había entregado baños completos, puertas, ventanas, que poca gente instaló en sus casas: convirtieron todo en plata.

Así que las aceitunas y demás cotillón eran una expresión patética de la modestia de la campaña menemista. Parecían un regalo simbólico, como quien va de visita y no quiere llegar con las manos vacías. Tal vez haya generado gratitud, pero votos, difícil.

Durante todo el trayecto hay paños como banderas que la gente muestra desde la vereda al paso de Menem: un corazón con una equis dentro y, debajo, el nombre del ex caudillo. Debe leerse: con Menem por el corazón. Puede entenderse: no por lo que me regala.

Hay otra bandera en la misma línea; una chica en el asiento de atrás de una motoneta se ha arrebujado con ella como con un poncho: “Por ser un secreto del corazón, Carlos Menem”.

* * *

Faltaban tres días para las elecciones y nadie lo daba como favorito: el corazón no alcanza. Entonces, ¿por qué no puso más recursos en la campaña?

–Ya me fundí en 2003: me quedé sin viñedos, sin la bodega; lo único que me quedó es Anillaco.”

Un ex aliado, riojano: “El nunca pone plata de su bolsillo. Que traiga la que tiene afuera”.

Un ex funcionario de su gobierno: “Menem nunca ha sido de derrochar nada: ni afectos ni guita”.

Un amigo, al día siguiente de la derrota: “Agassi nunca se arriesgaría a perder con un pibe de los nuevos aun con el 20 del ranking”.

Otro más: “Haberse presentado es una falta de respeto a su propia historia”.

* * *

Su historia, claro, está llena de decisiones importantes. Más allá de la eficacia que demostraron, algunas revelan un estilo que puede explicar por qué se equivocó tanto al presentarse en La Rioja. La más importante, para él, fue mandar dos fragatas misilísticas a la Guerra del Golfo en 1991.

–La tomé después de hablar con el presidente Bush, el padre. Me pidió colaboración y le dije que «con algo» íbamos a colaborar. Tomé la decisión solo; después la comuniqué al gabinete.

–¿El costo de esa decisión no habrá sido los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA?

–Puede haber sido por mi visita a Israel. Fui el primer presidente argentino en hacerlo. Y un hijo de árabes. Se pueden invocar muchas causas.

En otro diálogo para este retrato Menem había narrado que el presidente de Siria le había reprochado que hubiera visitado Israel antes que “la tierra de sus padres”. Y había puntualizado: “El terrorista era de Siria, del Líbano, del lugar en el que Jesús hizo los milagros”.

–¿No cree que pudo haber sido un riesgo no calculado visitar primero Israel?

–Al contrario. Fue un gesto muy bueno. Israel es uno de los países más poderosos del planeta pese a su pequeñez. Las vidas no se pueden recuperar. Pero nosotros hemos hecho compensaciones por muchos millones de pesos.

Un político que pasó muchos años exiliado cuenta que el canciller Guido Di Tella le había advertido a Menem del peligro: “Los árabes no perdonan a un árabe que hace algo así“.

Otra decisión, otro ejemplo. Un ex ministro de Menem recuerda: “Un día, al final de julio de 1996, a las 9 de la mañana, Menem leía los diarios en un pequeño escritorio a la entrada de su despacho y casi todos sus ministros conversábamos de pie. Estábamos haciendo tiempo antes de un acto oficial. Entró Cavallo como una tromba: «Si se firma el decreto de los bancarios yo renuncio». Menem siguió leyendo el diario. Nosotros nos quedamos mudos. Cavallo parecía confundido por el silencio de Menem, pero insistió: «Si se firma, yo me voy». Sin levantar la vista, Menem le dijo: «Bueno, andate». Cavallo se quedó absolutamente desconcertado. Pasaron 40 o 50 segundos interminables. Menem siguió leyendo. Cavallo se empezó a ir. Uno de los ministros fue tras él y lo convenció de que se quedara al acto. Media hora después, Menem convocó a Rodríguez y a Corach, y les dijo: “Echenlo, no lo quiero ver más”. Les ordenó, también, que consiguieran un reemplazante.

Al día siguiente, Rodríguez se encargó de darle la noticia por teléfono a un Cavallo incrédulo porque pocas horas antes había estado con el Presidente y no le había dicho nada del pedido de renuncia.

Los dos ministros empezaron a entrevistar en el hotel Alvear a los posibles candidatos. Algunos le tenían miedo a la reacción de Cavallo; Broda, por ejemplo, dijo que no. Hablaron con Alemann; otra negativa. Y con Arriazu, que estaba fuera del país y rechazó la oferta. Alemann y Arriazu: semejante contradicción ideológica revela la desorientación y el apuro.

Finalmente, Pedro Pou propuso a su primo Roque Fernández, su jefe en el Banco Central. Había aparecido un voluntario.

El posible que Menem viniera madurando la expulsión de Cavallo. Pero el proceso de reemplazo revela indiferencia por las consecuencias. O la convicción de que, si la decisión es correcta, los hechos posteriores se ordenarán solos. El se lanza confiado.

Ese mismo estilo lo hizo llegar a la Presidencia de la Nación. No es raro que siga practicándolo. Fue para las elecciones internas del justicialismo, que decidirían la candidatura para 1989. Cafiero era la estrella, seguro ganador en las encuestas y en la percepción de los políticos. Por eso Menem se dedicó a la gente; recorrió todo el país.

“Verdaderamente, Menem construyó su poder desde la gente. El caminaba cualquier pueblo donde hubiera cuatro peronistas y compartía con ellos una copa o una empanada”, dice Carlos Corach, su ministro del Interior.

Nadie logró convencerlo de que Cafiero era invencible. El probó que tenía razón y siguió usando la fórmula ya candidato a la presidencia.

Cuenta Alberto Kohan, su secretario general: “Para la primera campaña electoral, yo lo acompañé a hacer la línea sur de Río Negro en invierno: una serie de pueblitos entre los que está Ingeniero Jacobacci. Un punto de rating son 100 mil personas: pero eso no reemplaza el contacto personal.

* * *

En la tarde de La Rioja la caravana crece con la hora. Los custodios dicen que hay 120 autos, que los cuenta la policía desde una avioneta. En el cielo sólo se ven nubes.

El ruido impregna todo: bocinas, sirenas de autos, gritos, música, perros excitados ladrando furiosos tras las rejas de las casas. Hay un fuerte olor a la combustión de la nafta de autos y motos.

Ahora le alcanzan niños y ancianos. Son los más débiles, los que necesitan de un poder superior que les dé suerte en la vida que recién comienzan, y los que requieren ayuda para soportar la enfermedad y el misterio de la muerte. Aparece un viejito, traído por varias mujeres. Tiene 98, grita alguien. Los labios se le hunden en la boca. Tiene miles de arrugas. La camioneta va demasiado rápido para él. Menem lo ve y grita “¡pará!” y golpea el techo porque no lo han escuchado.

Entonces la custodia abre paso; el viejito viene alzado en el aire, recostado sobre las mujeres. Al final alcanza a darle la mano al caudillo. Papá, dice el viejito en un suspiro. “Cuidelón”, les dice Menem a las mujeres, con la mano alzada como bendiciendo. “Tenés que volver, papi”, intenta gritar el viejito al caudillo que se aleja.

Menem ya saluda a otros. Con enorme flexibilidad pasa de la compasión a una emocionada alegría, de la sorpresa (de encontrar a un conocido en el gentío) a la dedicación con que rompe un pedazo de galleta que tiene sobre el techo del auto y se lo lleva a la boca, abstraído. Está cansado, pide otra vez acortar la caravana.

Nada más lejos de la imagen que construye Hugo Anzorregui, su jefe de la SIDE, sobre el día en que los carapintadas quisieron hacerle un golpe de Estado: “Era el 3 de diciembre de 1990. Lo llamé a las 3 de la mañana a Olivos y le avisé que se largaban. «Andá y esperame en la puerta de la Casa de Gobierno», me dijo. Apareció en remera colorada y vaquero, con un revólver al cinto: «Rendición incondicional; el que venga a negociar, preso», me dijo mientras subíamos las escaleras. Unas horas después, algunos disparos rompían los vidrios y él caminaba tranquilo. No levantó la voz en ningún momento. A la tarde, se fue a dormir la siesta.”

Su inflexibilidad dio resultado.

* * *

Otras veces, esa inflexibilidad lo llevó al fracaso. Si su mayor error fue intentar una segunda reelección, el siguiente fue bajarse de la segunda vuelta con Kirchner.

–¿Cómo tomó la decisión de no presentarse en la segunda vuelta?

–Es muy simple. Primero, no contábamos con recursos: se nos habían acabado. Hacía falta mucha plata y no la teníamos. Además, no queríamos participar de la segunda vuelta; ni Romero, ni Maza, ni seis o siete dirigentes, entre ellos, Jorge Castro.

Romero –gobernador de Salta– y Maza –gobernador de La Rioja– veían en peligro su futuro político si iban contra un Kirchner que arrasaba.

En una actitud no común en él, me dice:

–Considero que ése fue uno de los errores que cometí en mi vida política. Tendría que haber dado batalla.

–¿Se equivocó por escuchar a los demás?

Menem duda entre repartir el error o asumirlo para reforzar su autoridad. Tal vez por eso da una respuesta ambigua.

–Sí. Me equivoqué por imponer mi criterio.

Hay un relato que muestra hasta qué punto Menem estaba tironeado, frente a la decisión, por sus asesores y por sus propias dudas. Después de varios días de deliberación, resuelve grabar un mensaje televisivo anunciando su abandono. Lo hace una tarde en la residencia del gobernador de La Rioja. En la sala, el único político era él. El resto eran técnicos. Uno de ellos recuerda que antes de hablar ante la cámara Menem se dirigió así a ellos, extraños para él: “Quiero que los que están acá sepan que esta decisión no la tomo por mi voluntad”.

Estaba pálido, sin expresión.

* * *

En el cordón de la vereda, aún lejos del centro de La Rioja, un chico agita un banderín hecho con una hoja Rivadavia y un palito pegado con cinta transparente. Dice: “Carlos Nair te quiero”, escrito con marcador azul con poca tinta.

En aquellos días, algunos medios habían subrayado que el chico, de súbita fama en Gran Hermano, había sido reconocido muy a tiempo para la campaña en La Rioja. Los entretelones revelan el estilo del riojano. Una amiga suya cuenta que fue el propio Menem quien instó al chico a que iniciara el juicio por paternidad, que él no lo contestaría. De ese modo, la paternidad quedaba firme y él se ahorraba la ira de su hija y la de su ex mujer.

¿Ahora Menem sueña con un sucesor? Sería una excepción; ningún líder ha dejado sucesores en la Argentina, y mucho menos a un hijo. Sin embargo, lo ha hecho ciudadano de La Rioja porque le ve futuro político.

–¿Qué sacó de su padre?

–Todo. El gusto por los autos y por la política. Se desempeña bien con la gente.

Carlos Nair y Zulemita ocultan sus diferencias lo mejor que pueden. Han participado en caravanas y han viajado al interior: llegan a una ciudad, van a la radio, dan un reportaje y saludan a la multitud en la puerta. Esa rutina.

La familia siempre fue un factor en las campañas de Menem. En la campaña para la primera elección presidencial se reconcilió con Zulema, una iniciativa de la cual se arrepentiría más adelante. Hugo Anzorregui lo informaba de los contactos que ella mantenía con Seineldín antes del golpe carapintada. “Se daban manija entre ellos”, cuenta Anzorregui. Cualquiera que haya sido el contenido de esas conversaciones, era un desafío a su poder, y Menem no dudó en echarla de Olivos y pagar un costo afectivo en la relación con sus hijos, que luego recompondría. Para la campaña del 2003, Menem estaba casado con Cecilia Bolocco. Para la de La Rioja, estaban sus hijos Zulemita y Carlos Nair. Bolocco le había anunciado el final por los medios sacándose fotos con otro semidesnuda junto a una piscina.

Cuando se le pregunta a Menem sobre los espacios que la familia y la política han ocupado en su vida, otra vez su respuesta es reveladora por lo ambigua:

–Parte de mi mundo es la política; gran parte. Por supuesto la más grande es mi familia. Pero hay una familia mayor, la del mundo de la política, que acapara gran parte de mi vida.

Menem hace un balance agridulce:

–No me faltó nada en la vida: desde llegar a la cúspide en el mundo de la política hasta llegar al infierno, en el caso de la muerte de mi hijo. Perder un hijo...

–¿Cuál ha sido el mayor precio que le cobró el poder?

–Resignar la vida privada. Uno se coloca, para bien o para mal, en una vidriera. Y así como uno tiene mucha gente que lo ama, también tiene mucha gente que lo detesta, lo odia.

* * *

Barrio Hospital; son las 17.30. Una mujer parada en la puerta de su casa, con el delantal plegado sobre la falda, extiende las manos y uno de los custodios lanza las aceitunas como un frisbee. La mujer las ve venir y la cara se le ilumina: justo a ella entre todos. Un chico llega corriendo por la vereda y atrapa el sachet sin esfuerzo como un jugador de rugby interceptando un pase.

Menem parece un santón rodeado de suplicantes:

Carlito, dejame besarte la mano.

¡Dame una camiseta!

El mismo chico viene corriendo, ¿habrá dado la vuelta manzana?

Ahora cae otro sachet en la vereda, diez centímetros atrás de él, y cuando se da vuelta cae un paquete con una remera Menem 2007 adelante. Es un maestro, el chico. No duda, no se detiene, se inclina con elegancia y recoge… la camiseta, claro.

Entramos al barrio Las Malvinas. Hay olor a factura en el aire: se intuye una panadería cerca. Aquí se ve menos cuidado en la ropa, menos dientes, más ojeras, pieles curtidas por la intemperie y el trabajo rústico.

Arriba de un techo, un muchacho de pelo enmarañado agita una paloma viva al paso de la caravana. La tiene de las patas, boca abajo, y la paloma aletea. Menos mal que las palomas no gritan.

En la avenida Córdoba entramos en la clase media. La banda toca El matador.

Otro tumulto. Cuando se reanuda la marcha, alguien le ha puesto a Menem en el cuello una cinta azul y blanca con flecos dorados; está ajada y parece haber adornado hace muchos años una bandera de ceremonias.

Ya es casi de noche. Menem llega a la plaza 25 de Mayo. Pide, por tercera vez, acortar el recorrido; está agotado. Hay muchas chicas y muchachos. Allí están la catedral y la Casa de Gobierno. “Esta es tu casa, turco”, grita un señor. Menem ni la mira. Será por cansancio. O porque no es en esa casa de gobierno donde quisiera estar.

Pasamos por un casino. La pequeña ciudad tiene dos después de la crisis de 2001. Y muchos más prostíbulos.

A las 19.20 llegamos a Vía 5, un salón multiuso donde suena RFG, ex Ráfaga, un grupo de cumbia que ha sido famoso y ahora quiere volver. Seguro que el parecido con Menem es pura casualidad.

Acá se iba a realizar el acto final. Pero hay poca gente y sólo chicos que no pasan los 18 años. RFG era el gancho, pero resultó insuficiente; la versión oficial es que jamás se pensó en otra cosa que un recital.

Menem aparece una sola vez en el escenario junto a sus dos hijos –Zulemita y Carlos Nair– y saluda “feliz de estar con mi familia”. Los chicos se besan. Eso es todo.

* * *

Viernes 17 de agosto. Hoy Menem juega al golf con amigos. Su casa es la única construida hasta ahora en el club. Es un chalet rojo oscuro, casi bordó, de dos cuerpos y aire colonial. Dos columnas en la entrada le dan un aire ampuloso. Pero el resto de la construcción lo desmiente. El interior está puesto con muebles de un marrón oscuro y tapizados color natural, muy sobrio.

El pasto está amarillo por las heladas. Los cardones, esos cactus como candelabros gigantescos; las retamas despeinadas y los algarrobos, todos en tonos verde-gris, están cubiertos por un polvo muy fino. La aridez le da un aire austero al green.

El silencio es casi total. Dos policías caminan a cincuenta metros de la casa y sus pasos en la grava resuenan en la mañana. No sólo se aguza el oído acá. El aire es tan limpio que también la visión es más poderosa. El Velazco, la cadena de cerros que limita la ciudad por el Oeste y el Noroeste, parece más cerca de lo que está; es que los ojos no están acostumbrados a ver tanto detalle tan lejos. Tal vez la inmensidad es eso: lo enorme y lo pequeño juntos. Menem y tres amigos caminan en ese escenario.

Si, como diría un fisiólogo, caminar es una caída controlada, la de Menem es una caída menos controlada, más fuerte. Es una señal de la edad. Lleva los hombros tumbados hacia adelante.

Pero su approach va con dirección y fuerza.

“Mirá el efecto que tiene la presencia del periodismo…”, chichonea Carlos Santander, “aliado político de toda la vida, amigo en la adversidad”, un hombre clave en la campaña.

Cuando llega al green, Menem necesita tres tiros para hacer hoyo: “Qué maleta –se dice–; no me di cuenta de que la pelota corría tanto”.

La cancha tiene 19 hoyos. Menem descansó en el cuarto, en un banco junto a un cardón, y abandonó en el octavo, quizá por el frío; o por el cansancio o el desánimo.

No sólo sabe que va a perder en La Rioja. Descuenta que Cristina será presidente.

Poco antes, en su casa había dicho, entre críticas ácidas a Kirchner: “Muerto el rey, viva la reina. Ese es el país que nos espera”.

* * *

Faltan dos días para las elecciones. Menem recibe poca gente, mira mucha televisión. “Se ve todos los partidos que hay”, dice un asistente.

–Menem, ¿es cierto eso de la soledad del poder?

–Eso es mentira, una torpe mentira. Hay soledad cuando no se ejerce el poder: te quedás solo.

Y vulnerable.

Veintidós días después, fue procesado por contrabando agravado de armas. Y nueve meses más tarde, un fiscal pide su desafuero por el caso AMIA.

Roberto Guareschi
Informe: Ana Da Costa

Los autores

Roberto Guareschi
Periodista y docente

Dirigió la redacción de Clarín entre 1990 y 2003. Profesor visitante en la Escuela de Graduados de Periodismo de la Universidad de California en Berkeley. Editor para América latina de la agencia Project Syndicate. Publica sus artículos en distintos diarios del mundo. Recibió el premio Konex de Platino en periodismo, en 1997.

Diego Goldberg
Fotoperiodista

Publica regularmente en Time, The New York Times Magazine, Paris-Match y The Observer, entre muchos otros. En 2006 recibió el premio de la Fundación Nuevo Periodismo, dirigida por Gabriel García Márquez, por un trabajo publicado en LNR. Fue director de Fotografía de Clarín. Es miembro permanente y ha presidido el jurado del premio World Press Photo.


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