lunes, 22 de junio de 2009

Yo no soy tu benjamin

Puede echarle la culpa al jet-lag y al consecuente desacomodo horario/biológico/anímico, pero la cara de cansancio con la que aparece Benjamin Biolay en el salón comedor de un coqueto hotel del Abasto tiene una explicación más, digamos, artística. En la noche parisina de ayer, el músico estaba dándole las puntadas finales al inminente nuevo disco de Julien Clerc, un cantante francés que se hizo famoso allá por fines de los ’60, mientras las agujas del reloj del estudio avanzaban inexorablemente hacia el horario de partida que marcaba su boleto de avión con destino a Buenos Aires. “Cuando terminé la última mezcla, me pasó a buscar el bus y de ahí salimos directo para el aeropuerto. El dead-line era ayer, así que fue una noche agitada, pero por suerte todo salió bien”, explica, mientras le da unos sorbos a una taza de café humeante.

Además de construir una carrera propia como cantautor, que dicho sea de paso es el motivo por el cual fue invitado a presentarse en el marco del Bafici, Biolay también ha dedicado tiempo, esfuerzo y talento a la producción y la colaboración como compositor o arreglador de trabajos ajenos. La lista es larga e incluye a iconos como Henri Salvador, la “musa de los existencialistas” (una ocurrencia de la prensa de la época) Juliette Gréco y Françoise Hardy, pasando por Isabelle Boulay, Heather Nova y Coralie Clément, hermana de Biolay, para la que escribió y produjo los temas de sus dos discos a la fecha. Si alguien indagara en la génesis de ese espíritu colaborador, entonces lo escucharía explayarse sobre sus comienzos como aspirante a rockero, un adolescente provinciano nacido en Villefranche-sur Saône que quería dejar atrás su infancia de aplicado estudiante de violín: “Empecé a tocar en una banda a los 14 años. Eramos chicos, y mis compañeros no querían hacer todos los esfuerzos necesarios para convertirse en músicos. Cuando uno tomó la decisión a esa edad, sabe que va a ser muy-muy complicado. Pero no podía pedirles a los demás que me siguieran, entonces me convertí en una especie de hombre-orquesta”.

Aquel primer grupo, dice, tenía un nombre con un significado tan estúpido que prefiere olvidarlo. Más tarde ingresó a las filas de L’Affaire Louis Trio, una banda de Lyon que había alcanzado cierta popularidad en los primeros ’90. Pero su vocación de solista parecía marcada de antemano. “Quería hacer mis propios álbumes”, se justifica. “Por eso después grabé algunos completamente solo. Aunque también necesito trabajar con otra gente: es interesante poder hacerlo con alguien muy famoso y con mucha trayectoria como Henri Salvador, o encontrarme con nuevas cantantes salidas de EuroDisney, como Karen Ann. Y disfruto de cada caso, especialmente si no son muy famosos. En realidad, me encanta trabajar con artistas que nunca han sacado un disco.” La experiencia de producir, componer o arreglar canciones que cobran vida en la voz de otros, asegura, termina enriqueciendo su propia obra. Aunque, claro, con cierto delay: “A veces me doy cuenta que algo puede ser útil tres años después de haberlo hecho, pero no en el momento en el que lo estoy haciendo. Porque cuando estás produciendo un álbum que no es el tuyo, tenés que meterte en el mundo musical del artista. Recién cuando volvés a tu propio mundo podés reencontrarte a vos mismo. Cada vez es diferente. Y tengo suerte de poder hacerlo”.

¿En qué medida tu trabajo se basa en el formato de canción pop?
–Mi público es un público pop. Tengo suerte porque en Francia, cuando me paran por la calle, me doy cuenta que en general es gente que no escuchó mucha chanson francesa. Son fans de hip-hop, de rock y de otras cosas por el estilo. No son fans de la chanson, seguro. Y para mí esa es una cuestión que tiene que ver con la calidad. Por supuesto que popular quiere decir ‘más fácil de entender’, pero es muy importante tener canciones que puedan conmover a una nena de cuatro años o a un anciano. Todo el mundo ama cosas de la música indie, la mainstream y la ópera.

Entonces no podés decir que no te importa sonar en la radio.
–Soy un gran oyente de radio. Mis canciones suenan en radios de Francia y de Alemania. No todo el tiempo, por supuesto. Pero en cada álbum tengo una o dos canciones que pasan en la radio.

En nuestro país sonaron en la radio algunos temas de Home, el disco que grabaste con Chiara Mastroianni.
–Sí, me lo habían comentado. Chiara ya no es mi mujer, pero seguimos estando cerca uno del otro. Y vamos a hacer un nuevo disco en el futuro. Home fue muy sincero: a los dos nos encanta la música. Y el próximo va a ser más fácil, porque en Francia saben que ya no estamos más juntos. Tuvimos muchos problemas desde que nos conocimos. Cuando salió Home, a nadie le importó una mierda la música, excepto afuera de nuestro país. Lo hicimos con toda la sinceridad, pero los diarios y las revistas sólo hablaban de la pareja e inventaban pavadas. Fue un momento muy extraño, muy perturbador.

ENTRE WOODSTOCK Y LA NBA
Dejando de lado las colaboraciones, la discografía solista de Biolay comenzó a tomar forma con trabajos como Rose Kennedy, su debut de 2001, y el doble Negatif, fechado dos años más tarde. Su estilo a la hora de interpretar sus propias composiciones se reconoce a primera escucha: una media voz que puede resultar sobria o distante y, a los pocos segundos, melancólica o directamente al borde la desesperación, sin perder las formas y la elegancia. Según el caso, suele acompañar sus arrebatos de romanticismo con aires de pop, rock, electrónica, jazz y, claro, chanson. Consolidado como cantautor, respaldado por el público indie de allá y de acá, el año pasado se lanzó a una nueva aventura en solitario que finalmente se editó en su país bajo el título de Trash Yéyé. “Fue un período extraño de mi vida. Me sentí totalmente libre con respecto a mi música en ese momento”, confiesa. Y agrega: “El disco anterior no había tenido éxito ni repercusión comercial. Y eso hizo que al empezar este álbum me sintiera totalmente libre. Quería hacerlo exactamente a mi manera. Trash Yéyé es muy personal. Y excepto la gente más cercana, entré al estudio prácticamente solo: canté, toqué y grabé exactamente lo que quise. Es muy personal, pero todos mis discos solistas lo son. La música es mi manera de expresar mi intimidad.”

¿Cómo se diferencia de tus trabajos anteriores?
–Crecí. Me puse más viejo. Había diferentes escalones y fantasías musicales que quería alcanzar y probar. En cada oportunidad, se trata de hacer lo que tenés en tu cabeza y en tu corazón. No quiere decir que todo el tiempo haga la misma clase de álbumes, la experiencia siempre es única.

¿Es cierto que querías grabarlo solo, pero que Paul McCartney te ganó de mano?
–¡Sí, fue así! No es que me haya obsesionado con su disco, pero cuando empecé a tocar solo todos los instrumentos empezaron a salir un montón de artículos en los diarios diciendo que Paul McCartney estaba haciendo un disco tocado todo por él mismo. Y entonces pensaba: “¡Es Paul McCartney! Tal vez se me ocurra otra idea”. Pero bueno, finalmente toqué casi todos los instrumentos, excepto las baterías. La idea cambió, pero quedó la energía, la vibra original. Aunque participaron otros músicos, en su mayor parte lo hice solo. No me considero un gran instrumentista: soy bueno, pero hay gente que toca mejor. Pero el impulso de ponerle el cuerpo a las canciones es natural. Y es más rápido, además. Trash Yéyé es un álbum intimista, como si hubiera estado escribiendo mis diarios.

En buena medida, la versión musical de sus diarios fue concebida durante una estadía en Estados Unidos por motivos laborales y también de placer. “Escribí algunas canciones en Woodstock, adonde estuve un tiempo trabajando en una casa rodeada por un paisaje maravilloso, respirando aire puro. Y de ahí fui a Texas, a visitar un amigo que juega en la NBA, Tony Parker. Texas no me gustó, era exactamente lo opuesto a Woodstock: parecía increíble que fuera en el mismo país. Es un lugar muy duro, aún si te quedás en la casa de una estrella de la NBA. Por ejemplo, Manu Ginóbili se queda todo el día en su casa: no creo que esté feliz de vivir ahí, se debe morir de ganas de volver a Argentina”, especula.

Tratándose de básquet, la NBA y los San Antonio Spurs, Biolay abandona el papel del entrevistado amable y se suelta a hablar como si estuviera tomando una cerveza en el mostrador de un bar a unas pocas cuadras de un estadio cualquiera. O sea, se comporta como cualquier fanático y no hace nada para disimularlo: “Me gustan los deportes, sobre todo el basketball y el fútbol, porque en algunas jugadas se producen situaciones que están cerca de la expresión artística. Manu Ginóbili hace cosas increíbles, da gusto verlo jugar. Admiro a la gente que trata de cambiar las reglas de su propio deporte. Y Ginóbili tiene una habilidad especial para conseguirlo. Tiene cualidades que uno normalmente encuentra en los jugadores de fútbol argentinos. ¡Es increíble! Es una especie de Maradona, excepto por su estilo de vida: vive en su casa, con su esposa y sale poco. ¿Es muy famoso Manu en Argentina? ¿Y qué pasa con otros como Andrés Nocioni o Luis Scola? Son todos muy buenos jugadores, forman parte de una generación notable. Vienen de Sudamérica, pero antes de llegar a la NBA pasaron por ligas como la de Italia: son los últimos exponentes mundiales del estilo del eurobasketball”.

UN CANTANTE DE RAZA
Aunque hayan transcurrido unas pocas horas desde su llegada a la ciudad y haya aprovechado una parte de las mismas recuperando el sueño perdido, los carteles que anuncian el Bafici en las calles porteñas no pasaron desapercibidos a los ojos del cantautor francés. “Sí, vi el de Woody Allen”, comenta. La fórmula que proclama cosas como “Ya viste a Fellini. Vení a ver lo nuevo”, ¿podría en su caso transformarse en “Ya escuchaste a Serge Gainsbourg. Vení a escuchar lo nuevo”? Biolay frunce el ceño, como si le molestara la comparación y dice: “No. Serge Gainsbourg era realmente un genio, porque hasta que él empezó, no había pasado nada: era el período yéyé, una música horrible. Y entonces apareció Serge con un sonido diferente, viajó a Inglaterra, a América, escuchó mucha música brasilera. Hay un álbum muy viejo, Percussions, que grabó con percusiones afrobrasileñas. Encontró distintos paisajes sonoros para la música, tuvo que hacer de todo desde cero. Para mí es mucho más fácil de lo que fue para él en su momento”.

Si alguien supone que la etiqueta de nueva chanson con la que se lo identificó desde sus comienzos le resulta molesta, acierta: “Con Karen Ann, mi compañera en este ‘equipo’, fuimos los primeros cuyo trabajo se lanzó en Francia en un período en el que no existía ninguna canción francesa. Nunca nos sentimos parte de algo llamado ‘nueva chanson’. En nuestros dos primeros discos, nadie dijo nada ni siquiera parecido a eso. Pero la compañía grabadora firmó después a un montón de cantantes, un poco basándose en nuestra experiencia. Es cierto que no hubiéramos tenido tanto éxito sin haber hecho antes un álbum con Henri Salvador: los dos escribimos canciones para él. Pero cuando empezamos no queríamos hacer algo ‘francés’. Por ejemplo, cuando salió mi disco debut, mi principal influencia era Massive Attack. ¡Me encantaba, quería sonar así! No estábamos metiéndonos con lo ‘francés’. Nunca usamos acordeones, nunca hablamos de la gente común. ¡Queríamos hacer que la gente soñara!”.

Vas a tocar en el marco de un festival de películas “independientes”. ¿Tu música tiene algo en común con la búsqueda de historias alejadas del circuito mainstream?
–Por supuesto. Además, también actué en algunas películas. Y sólo lo hice en esta clase de películas. Capaz que algún día me convierto en un producto de Blockbuster, pero por ahora no creo que suceda. Este es el cine que disfruto como espectador, también. Cuando vi el programa del Bafici, me encontré con un montón de películas que había visto en Europa y en Francia, y con otras que tenía ganas de ver. La programación es muy cercana a la de Cannes, que además del gran festival le dedica un lugar a las películas sudamericanas.

¿Y qué descubriste como intérprete a partir de la actuación?
–Cuando actúo trato de saber cuán cerca estoy del personaje que me toca interpretar. Nunca me fijo en eso cuando toco. Pero es diferente al actuar. Observo detenidamente a gente como Jack Nicholson y Marcelo Mastroianni, al que admiro desde mucho antes de conocer a su hija, Chiara, mi ex mujer. Y también el español Javier Bardem. Me gusta mucho el cine. Empecé como fan, obviamente. La primera vez que me propusieron actuar dije que no, que nunca podría hacerlo. Pero cuando fui a ver la película, pensé: ‘¡Qué cagada, por qué dije que no!’. Entonces, la vez siguiente, dije que sí enseguida. Fue algo totalmente inesperado. Y me encantó. Como todo músico, soy un poco un freak controlador: necesito controlar todo el proceso. Pero cuando estoy actuando, la sensación de complacer a alguien es maravillosa. Cuando el director te dice: ‘Gracias, estuviste bien’, te sentís vacío y, al final del día, estás bien con vos mismo. El proceso de la música es bastante más largo como para tener esa clase de feedback: tarda un año, como mínimo. Hace unos años empecé a actuar y soy muy afortunado de poder seguir haciéndolo.

Juan Andrade
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