lunes, 22 de junio de 2009

Crítica constructiva

Qué separa la crítica constructiva de la destructiva? Son tantas las respuestas como seres humanos hay. Es que nadie está del todo preparado para escuchar y asimilar cualquier otra cosa que no sea el elogio o, al menos, el reparo menor que no implica juicio adverso al fondo de nuestras obras y acciones. Todos decimos: “Bienvenida sea la crítica que nos ayuda a corregir errores y cambiar a tiempo caminos equivocados”. Y no agregamos, pero sí pensamos: “Siempre y cuando se reconozcan mi capacidad, mi talento, mi buena intención, mi honradez, mi honestidad y las pautas sociales que me determinan y que no puedo modificar porque están instaladas en el mundo, y de las que no soy autor original y por lo tanto no son mi responsabilidad; o sea, hago lo que puedo como mejor sé; no me hinchen con tanta crítica”. Artistas, políticos, deportistas, dueños de empresas y profesionales varios son los eternos contendientes en furibundas discusiones acerca de lo que dejan sus actitudes, costumbres, obras y filosofías. El afuera y el adentro son tan diferentes y a veces enigmáticos e inescrutables que la supuesta objetividad que debe presidir cualquier intento de crítica se tiñe frecuentemente con la subjetividad y la simpatía o antipatía personales que los que critican tengan con los criticados.

A veces los temas son intrascendentes y se limitan a opinar sobre un peinado nuevo, una determinada prenda de vestir, la elección del color del empapelado o la pintura de un departamento. Ahí es fácil ser “constructivo” diciendo: “Ese color no realza tu belleza”, “tu gusto es mucho más fino que ese empapelado”, “¡me extraña en vos, tan elegante!”, “ese peinado te agrega años, vos sos mucho más joven con el corte anterior”, y quedamos como príncipes. Cuando se trata de obras artísticas, la cosa se pone más vidriosa, porque si lo que se muestra es arriesgado, transgresor, audaz y alternativo, se corre el riesgo de irritar a los tradicionalistas; si la obra es de carácter clásico y tradicional, caerán sobre el creador los vanguardistas de turno acusando al autor poco menos que de dinosaurio agónico de un mundo perdido. Y allí no habrá piedad. El poder de la palabra escrita y publicada (no importa la tirada) es tremendo, y construye o destruye más por el impacto emocional que significa para el criticado que por la real difusión y, sobre todo, la duración del burlote o el elogio en la memoria del lector. Nadie entenderá a nadie. El artista, porque está en “carne viva” después de un proceso de creación que él creyó que era por lo menos interesante, y el crítico, porque no puede dar crédito de la impericia, la equivocación y la soberbia de un engreído que se cree un supergenio. Es inútil refugiarse en aquello de que “el público es el que decide” porque el crítico responderá: “El público decide lo que le gusta; también le gusta la comida basura, y todos sabemos lo perjudicial que es para la salud; eso no tiene que ver con la calidad”.

Ni hablar de los políticos en el poder que creen que la mayoría que los votó es el cheque en blanco para emprender cualquier cosa sin atender razones, críticas y necesidades, y se enojan con los que critican acusándolos de disolventes, mercenarios y basuras mediáticas; olvidan que ellos aplaudieron esas mismas críticas cuando eran oposición. Al llegar al poder exigen “código de honor” y excluyen, o tratan de hacerlo sin demasiado éxito, a los más indómitos “tábanos sociales” que aguijonean permanentemente sus contradicciones.

Unos y otros, críticos y criticados, debemos defender nuestra independencia y honestidad. Con esa tranquilidad de conciencia podemos expresarnos haciéndonos cargo de que el criticado no nos sonreirá –quizás hasta nos dé vuelta la cara– y que el crítico tendrá que estar preparado para el derecho a réplica. Pero tanto unos como otros deberíamos saber que lo único importante son los resultados más o menos finales. Una trayectoria personal, artística y política habla por sí sola. Tendales de desocupados, hambrientos y arruinados son la peor crítica “constructiva” para cualquier gobierno.

Enrique Pinti
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