domingo, 28 de junio de 2009

El “niño-grande”

El niño de hoy suele integrarse en distintas redes sociales y así queda tempranamente ligado a estímulos de gran diversidad. Aun la pertenencia familiar llega a multiplicarse, ya que, a partir del divorcio, él puede formar parte simultáneamente de dos grupos familiares. Por lo demás, el imperio del mercado neoliberal y la vigente y extendida exclusión social conforman una sociedad desamparante, que puede devenir amenazadora, en la que pocas pertenencias grupales e institucionales satisfacen los requerimientos de protección.

Observamos que la niñez presentada por la modernidad (ver abajo) parece diluirse y va perdiendo algunos de sus rasgos específicos. Se dibuja, en cambio, un “niño-grande”, que parece capaz de autoabastecerse en muchos aspectos; supuestamente, entonces, poco necesitado de los otros. A la vez, se espera de él un aprendizaje veloz y diverso, éxito y rendimiento, de acuerdo con expectativas epocales. En la Argentina en particular, la presencia de mitos y modelos globalizados se conjuga con la expansión de la pobreza, que se extiende a numerosos grupos familiares.

Hoy las familias promueven, en lugar de ciudadanos, pequeños grandes consumidores: como consumidor, el niño es sujeto en actualidad, no en función de un futuro. Estos niños nacen en un mundo donde las leyes, si bien no han dejado de existir, ya no siempre son el fundamento del lazo social, regulado por el mercado neoliberal. Al mismo tiempo, los verticalismos van dejando paso a la preeminencia de una horizontalidad que asume los caracteres del lazo fraterno.

Notamos de tal modo, en muchas familias, cierta tendencia a la pérdida de la asimetría propia del vínculo entre padres e hijos, o entre adultos y niños. Los padres encuentran frecuentes dificultades para sostener su saber, para contener y regular a los hijos por el empleo de modalidades horizontales, contrapuestas a los excesos verticales en las familias de etapas anteriores. Y, en la primera infancia, el sostén de las asimetrías es fundamental para la constitución del psiquismo infantil, el cual se desarrolla en lazos que, a la vez que contienen, establecen interdicciones.

Los “niños-grandes” son liberados antes de intentar ellos mismos desprenderse de las livianas tutelas familiares. Si fue antes necesario luchar por el desarraigo para desplegar las alas, hoy parece fácil volar y difícil echar raíces. Las familias simétricas adjudican al niño un saber intuitivo e innato que parece liberar a los padres de las responsabilidades propias de la crianza. Al mismo tiempo, merece ser valorado el respeto por el niño como sujeto, que es propio de estas nuevas formas vinculares: el problema adviene en su exceso o distorsión, cuando el niño es idealizado como portador de un saber que superaría al del adulto, invirtiéndose así la posición asimétrica; esto puede dar lugar a formas de abandono y desprotección no percibidas como tales.

El mito de época, al equiparar el niño con el adulto, tiende a descartar la fragilidad infantil, dejando de lado el diferente grado de constitución del psiquismo y la cuestión de la responsabilidad adulta. Cuando los niños se ven sometidos a un exceso de expectativas y exigencias de rendimiento, se constituye una modalidad peculiar, invisible, de la violencia. Se tiende a extremar el margen de participación y de consulta de los más chicos, al punto de confrontarlos con la angustia de las decisiones, antes de la conformación de seguridades básicas que den bases a su pensamiento y habiliten su capacidad singular de juicio y resolución.

En estos casos, el niño ha de responder a situaciones que están más allá de sus legítimas posibilidades: precozmente debe vivir el pasaje del mundo del juego, que lo exime de comprender y hacerse responsable, al del “trabajo”, que supone asumir los efectos de su palabra y su accionar. Entiendo que el niño requiere puntos de referencia, soportes dinámicos, pero estables y consistentes: se sustenta así en tramas de pertenencia, cuyo fortalecimiento considero un recurso terapéutico y preventivo. Me refiero a la importancia de la vigencia de lazos de contención y regulación en los distintos ámbitos de inclusión de los niños. En cambio, cuando un grupo ofrece un sustrato a predominio narcisista, indiscriminado, se aliena la singularidad, en tanto dicho grupo puede convertirse en único dador posible de identidad, constituyendo una patología de la pertenencia que anula la riqueza de lo múltiple. Esta forma que aparece de modo extremo en la inclusión en sectas.

La familia ha de ofrecer al niño una pertenencia inicial que requiere asimetría, fusión, amparo extremo; luego, las formas de pertenecer podrán ligarse a aspectos más discriminados.

Concepciones de época confunden con frecuencia autonomía con aislamiento, independencia con soledad, libertad con falta de sostén y de interdicción: se trata, en cambio, de ir siendo-estando con otros, sosteniendo diferencia y alteridad: en esas condiciones, pertenecer es creativo y la autonomía se da en interdependencia, lo cual implica a la vez diferenciación y recíproco apuntalamiento. Desde esta perspectiva, los agrupamientos conforman una apoyatura indispensable del psiquismo.

María Cristina Rojas

Aquella desvalida majestad

La niñez, la adolescencia y la adultez no son períodos “naturales”, sino construcciones sociales e históricas. Cada época propone distintas etapas y produce mitos sobre cada una de ellas. Antes de la modernidad había menos diferenciación entre niños y adultos. Los aprendizajes se desarrollaban en el seno mismo de la familia extensa. Luego, en relación con los procesos de urbanización, la familia se fue conformando como nuclear; la configuración propia de la burguesía se instaló como modelo central. En ese modelo se postula al niño como figura a ser cuidada; es el que Freud denominó “His Majesty the baby”. La niñez, distinguida de otras etapas vitales por rasgos específicos y requerida de asistencia y resguardo, fue creación de ese momento histórico. Ello dio lugar a la aparición de espacios e instituciones dedicados a la infancia. Se trataba del futuro ciudadano, que debía ser educado para su realización en la adultez.

El niño moderno es amparado, pero también se lo limita y encierra. Desprovisto él mismo de todo saber, será muchas veces sólo receptáculo del saber adulto. Pero la familia nuclear moderna, que sostuvo esa forma de concebir la niñez, hace crisis y se transforma en las últimas décadas, siendo ella misma parte de una red social que atravesó profundas transformaciones, dando lugar a nuevas formas de vinculación y otras modalidades subjetivas predominantes: los rasgos de los niños de nuestro tiempo no dependen con exclusividad del vínculo familiar. Aun cuando la construcción del psiquismo en lazos de amor y cuidado es intrínseca a la familia, otros sectores de la trama social operan en la producción de la subjetividad propia de cada tiempo histórico.


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