lunes, 22 de junio de 2009

“Mi refugio fue la literatura”

El exilio provocó en la vida de Ariel Dorfman una marca indeleble que también padecieron sus ancestros. El 11 de septiembre de 1973, con el golpe de Estado y Pinochet en el poder, Dorfman, que había participado activamente en la gestión de Salvador Allende, salvó su vida prácticamente de milagro y allí comenzó un largo exilio que incluyó Francia –previa estadía corta en Argentina–, Holanda y Estados Unidos, país donde decidió vivir finalmente. Sus reflexiones, impresiones y recuerdos de lo que significó el exilio (entre otros temas), se testimonian en Rumbo sur, deseando el norte, un clásico de la literatura mundial. Precisamente en ese libro está basado El largo exilio de Ariel Dorfman. Una voz contra el olvido (A promise to dead: the exile journey of Ariel Dorfman), documental dirigido por el canadiense Peter Raymont –cuyo guión fue elaborado por el autor de La muerte y la doncella–, que se exhibirá en el Festival de Derechos Humanos DerHumALC, a realizarse entre el 8 y el 14 de mayo.

“Buena parte del documental trata de mi supervivencia después del golpe en Chile de 1973 y también de lo que ha sido mi errante vida bilingüe entre Estados Unidos, Argentina y Chile. Por lo tanto, está inspirado en ese libro”, afirma Dorfman en diálogo telefónico desde Nueva York con Página/12. “Peter Raymont leyó el libro (en Estados Unidos y Canadá ha sido un best seller y se ha vendido muy bien) y fue precisamente ese libro el que lo convenció de que quería llevar a cabo la realización”, agrega el escritor, que visitará Argentina para presentar el documental.

El largo exilio de Ariel Dorfman está narrado por el propio protagonista en primera persona y tiene tres líneas narrativas: el gobierno de Allende, el golpe y la supervivencia de Dorfman; un viaje a Chile en 2006 en el que comparte recuerdos con viejos compañeros de lucha y que culmina con la muerte de Pinochet, y, en tercer punto, su vida atravesada por múltiples exilios. Dorfman se retrotrae al momento histórico en que el socialismo llegó al poder por la vía democrática y destaca su identificación con esa causa, producto de ser un hombre que defendió siempre la paz y cuestionó, en consecuencia, cualquier tipo de violencia.

También se refiere a la vida familiar marcada por el exilio: el escritor se detiene en el recuerdo de su abuela, de profesión traductora, que llegó a ser intérprete de Trotsky. Retomando su participación política en Chile expone cuáles fueron, según su parecer, los desaciertos del gobierno de Allende y denuncia las desapariciones de personas durante la dictadura de Pinochet y el rol de la Iglesia.

–¿El desafío del documental era que, a partir de su propia historia, se contara una porción importante de la historia de Chile?

–El desafío es mayor que ése porque mi historia no sólo se relaciona con Chile sino también con Estados Unidos. Por lo tanto, con la historia del siglo XX, en gran medida. Cada uno de los exilios míos ha coincidido con grandes marejadas y cambios en la humanidad de nuestros tiempos.

–¿Cómo recuerda su primer día de exilio?

–Mi primer día de exilio fue cuando nací: uno sale de un lugar tibio donde no tiene preocupaciones y entra al mundo donde lo primero que le hacen es pegarle una cachetada para que llore. En mi libro, yo explico un poco eso. No recuerdo mis primeros días de exilio porque me fui de Argentina a los dos años y medio y, si bien tengo recuerdos del país, no los tengo específicamente de haber salido de allí cuando me fui a Estados Unidos de chico. Mis padres y mis abuelos habían migrado y hay una larga historia de muchos destierros y muchas pérdidas anteriores que están en mi sangre.

–¿Pero cuándo se fue de Chile?

–De Chile me acuerdo muy bien. Tengo un capítulo entero del libro dedicado a eso. Yo estaba en la embajada argentina, me subieron a un camión de policía y me llevaron con tres argentinos más. Pasamos por La Moneda para mirar la destrucción. Les pedí como favor y accedieron sin ningún problema. Entonces, después llegamos al aeropuerto. Subí al avión y me acuerdo de lo que significó el momento del despegue cuando las ruedas dejaron el territorio chileno. Dije: “Aquí me jodí”. Y me jodí más cuando llegué a Buenos Aires y me metieron preso. No es que me tomaron preso solamente a mí. Como dicen los norteamericanos: No era nada personal. Llegué y vi a mi familia que estaba esperándome del otro lado del vidrio en Aeroparque. Yo no venía de vuelta al país que había dejado, Argentina, sino que venía de vuelta a un país muy parecido al que había expulsado a mi padre en 1944. Entonces, me di cuenta de que había que irse luego de ahí. No fue fácil.

–Usted señala que les hizo una promesa a los muertos por la dictadura chilena de que iba a vivir para contar su historia. ¿Esto lo sintió como un acto de reparación histórica, como una actitud de la defensa de la vida sobre la barbarie?

–Podría decirse eso. Yo digo: “Y tiene que haber habido dentro de mí una promesa”. No digo que en ese momento hice una promesa. Uno va descubriendo que ésa es la razón de haber sido salvado. Te salvas y no entiendes por qué. Hay gente tan buena como uno y mejor a la que le fue muy mal. Hubo amigos que murieron y tenían tantos deseos de vivir como yo y tantos deseos de amar, escribir y ver crecer a sus hijos que, sin embargo, no sobrevivieron. Yo sé que esto es algo que toca muy profundamente a los argentinos también, donde fue tan terrible la represión que sufrieron ustedes. Entonces, lo que digo es que, de a poquitito, me fui dando cuenta de que si no era ésa la razón, yo podía inventar una razón por la cual había sobrevivido. Precisamente como tú acabas de decir: podía reparar el hecho de la barbarie que le habían provocado a mis amigos y a mi pueblo, haciendo lo más civilizado que existe que es el acto de escritura, el acto de la memoria.

–¿El exilio resignifica la propia identidad o la reafirma?

–Hace ambas cosas. Lo que pasa es que la identidad es una condición dinámica. Hay tendencias anteriores en mi vida que no van a cambiar ya. Para dar un ejemplo: salir al exilio me significó afirmarme en mis ideas no violentas pero evidentemente las ideas existían antes. Desde niño lloraba cuando veía un pajarito muerto y daba vueltas para no matar a las hormigas. Había algo en mí. Esa actitud se vio reforzada –y diría profundizada– por el hecho de estar en contacto con tantos movimientos sociales y ONG. En el exilio he conocido a mucha gente, así que ellos pasaron a formar parte de mi vida. Pero la identidad de uno es multifacética. El exilio me provocó varias cosas: lo primero es que me asentó una tristeza muy grande de pérdida.

–¿Cual es la mayor pérdida que provoca el exilio?

–La cotidianidad. Hay que acordarse que, en mi caso, esto se daba en un ser bilingüe, cosmopolita, que había pasado muchos años afuera y que había pasado gran parte de su vida tratando de quedarse en un lugar. Por lo tanto, cuando mis compañeros chilenos recordaban Chile, recordaban el arroz con leche. Como yo me crié en Estados Unidos, mis canciones de cuna eran fundamentalmente en inglés. Por lo tanto, yo tengo una ambigüedad muy grande con respecto al país que he perdido y eso hace un poco más brutal esa pérdida. Me acuerdo de que en París los argentinos tomaban mate sin parar. Incluso, tomaban más mate en París que en Buenos Aires. Comíamos más empanadas en Amsterdam que en Chile, por nostalgia. Pero, por suerte, el exilio fue también muy enriquecedor: las distancias son muy buenas para la escritura.

–¿La lectura fue una buena compañera durante el exilio?

–La mejor compañera fue mi mujer. Si tuviera que cambiar todas las bibliotecas del mundo por estar con ella lo haría con toda tranquilidad. Por suerte, no tengo que hacer esa elección. Las lecturas fueron muy importantes. Lo que pasa es que durante los primeros años no acumulé libros porque pensaba que iba a volver de inmediato y tenía todos los libros en Chile. La lectura fue fundamental porque, en gran medida, cuando uno está exiliado la literatura y el idioma mismo terminan siendo el refugio donde te encuentras con alguna seguridad y, además, te comunicas con los otros lectores. Por ejemplo, yo leo una novela y, aunque físicamente esté en mis manos, es un espacio intertextual, una comunidad textual que yo vivo ahí. Y eso fue un gran consuelo, además de ser una gran compañera.

–Usted señala que Allende era como una padre. ¿Cuál fue su mayor enseñanza?

–La mayor enseñanza de Allende es no dejarse humillar. Era una persona íntegra. Esa integridad de Allende, esa lealtad con sus propios principios más allá de la muerte, finalmente creo que es lo más destacado. Eso va más allá de cualquier proyecto político que haya podido tener y que no se pudo llevar a cabo. Sigo creyendo mucho en la justicia social y en la igualdad que él predicaba. Entonces, todo eso es muy especial. A mí me alegra muchísimo que este film vaya a abrir el homenaje a Salvador Allende.

–Este año se cumplen 35 del golpe de Estado. ¿Qué perdura de las ideas de Salvador Allende en el Chile actual?

–Está muy vivo.

Oscar Ranzani

La sombra de Pinochet

Dorfman cree que, si bien Pinochet no terminó en la cárcel, estuvo condenado porque “murió repudiado y despreciado por el mundo entero”. El escritor señala que lo que más le preocupa es el hecho de que la influencia de Pinochet en Chile sigue vigente en gran medida. “No tanto como antes. Pero como digo en la película: me interesan más los cómplices que los ejecutores porque los ejecutores están ahí pero sin los cómplices no hay ejecutores”. Lo fundamental, según Dorfman, para crear un nuevo país “que no sea corrupto (y me refiero aquí a todos los países latinoamericanos), una de las condiciones es que todos nos hagamos cargo de la historia que nos une”. El escritor reconoce que Pinochet ha marcado treinta y tantos años suyos: “He vivido con él como sombra casi toda mi vida de adulto. Por lo tanto, habría querido que no se muriera para que siguieran los juicios. Pero yo me consuelo bastante, como he dicho en las columnas que escribí y en el libro Más allá del miedo (sobre el proceso a Pinochet) con que, en este momento, la palabra Pinochet no significa dictador: significa dictador derrotado. La lucha por la semántica es muy importante”, afirma Dorfman.

Entre el miedo y la avaricia

Es conocido que buena parte de la sociedad chilena apoyó la dictadura y aún hoy ese sector sigue reivindicando la figura de un genocida. Dorfman entiende que esto sucede por dos motivos. El primero es por miedo. “Tuvieron miedo de que el comunismo llegara y los matara. Y estaban equivocados pero el miedo es irracional”, dice. El otro motivo que encuentra es que “mucha gente prosperó con Pinochet. Se hicieron ricos. Hubo gente a la que le fue bien. Y esa gente lo que no le perdona a Pinochet es que robó, pero que haya matado no le importa”, puntualiza Dorfman, y agrega que “entre el miedo y la avaricia es bastante como para que un grupo significativo apoye a un dictador”.


© 2000-2008 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

No hay comentarios:

Publicar un comentario