lunes, 29 de junio de 2009

El jardín de cerebros que se bifurcan

Fieles al estilo de los artículos que competen a esta disciplina, podríamos empezar citando uno de sus casos pioneros: el del mentado señor “Tan”. Se trata de un hombre apellidado Lebourgne, que llegó al Hospital de Bicêtre a fines del siglo XVIII por ser casi mudo, tanto que sólo podía repetir el monosílabo “tan”, que se convirtió en su apodo dentro del hospital. Tan, sin embargo, comprendía lo que le decían, y contestaba enérgicamente, a su modo. Conectado con su contexto, logró que a pesar de su corta producción verbal se lo conociera como una persona “de carácter difícil”. Las cosas fueron empeorando para él a lo largo de los años, y a sus dificultades se le sumaron una parálisis del brazo y luego de la pierna, que más tarde se convirtió en una infección generalizada y letal.

Este es el caso más famoso del doctor Paul Broca, que estudió el cerebro de Lebourgne luego de su muerte y encontró una lesión localizada directamente relacionada con la “facultad del lenguaje articulado”, bautizándose con su nombre el área del cerebro en cuestión y el tipo de afasia que aparecía con su disfuncionalidad. Y éste es uno de los cuadros más populares estudiados por la neuropsicología, que relaciona a nuestro cada vez más escaneado cerebro con los procesos cognitivos –leer, escribir, hablar, entender, memorizar– y la conducta; disciplina en crecimiento exponencial en todo el mundo, que celebra un Congreso Internacional, por primera vez en nuestro país, durante esta semana, entre la espectacularidad de sus descubrimientos, los escándalos que no deja de generar su matriz neurocientífica y lo fascinante de sus historias mínimas (y clínicas).

Somos nuestro cerebro?

Uno de los autores más atractivos y accesibles de la neuropsicología es el director del Centro de Neurociencia Cognitiva del MIT, Steven Pinker. Suele irrumpir con bombos y platillos, como a comienzos de este año cuando publicó un artículo en el que hablaba de la posibilidad de que existiera un instinto de la moral, una especie de gramática universal de la moral que luego se personaliza en cada persona (en el mismo sentido en el que Noam Chomsky hablaba de una gramática universal). Autor de numerosos libros apasionantes como El instinto del lenguaje y Cómo funciona la mente, en su conferencia La tabla rasa, el buen salvaje y el fantasma de la máquina Pinker recorre los comienzos del boom de las disciplinas que establecen un puente entre la mente y la materia y traza una historia reciente del escándalo. Frases dardo como “todos los aspectos del pensamiento y sentimiento humano son manifiesto de la actividad fisiológica del cerebro” o “la mente es lo que hace el cerebro” recibieron epítetos que van desde el calificativo de “reduccionista” al de, directamente, nazi. Curiosamente, menciona Pinker, las principales críticas vinieron tanto de la izquierda académica como de la derecha religiosa. Al dos veces ganador del Premio Pulitzer, el sociobiólogo Edward Wilson (autor de El naturalista), en una conferencia, lo rociaron con agua helada mientras esbozaba junto a otros una explicación de la naturaleza humana. También hubo piquetes, altavoces y escraches en los que ellos eran acusados de sexistas y racistas. Pinker cita No está en los genes, libro donde sus prestigiosos autores se valen de algunos bajos recursos como las citas mentirosas y las sugerencias sobre la vida sexual de sus enemigos científicos para dar por tierra sus investigaciones, y menciona un artículo temeroso de Tom Wolfe en el que, frente a esta nueva perspectiva de análisis de la mente, imagina a un futuro Nietzsche que promulgue la temida máxima “El alma ha muerto”. Este tipo de críticas están utilizadas para explicar que, en realidad, las nuevas ciencias apuntan a socavar tres creencias en las que se apoyan las ciencias sociales estándar: precisamente, las tres que le dan título a la conferencia.

Mientras tanto, otros, varios, ponen en una discusión encarnizada a este tipo de mirada sobre la mente con el psicoanálisis. Las críticas mutuas caen de maduro, sin ser por eso poco sofisticadas: el psicoanálisis le reprocharía una programática falta de atención a lo emocional y personal, un mecanicismo robótico de ambición universal, mientras que las neurociencias podrían achacarle sus aspectos poco científicos.

Sin embargo, hay esfuerzos puestos en una reconciliación. Uno de ellos es un más o menos reciente libro A cada cual su cerebro, coescrito por el neurobiólogo Pierre Magistretti y el psicoanalista François Ansermet. De una manera profunda e interesante, ambos explican de qué manera la huella psíquica (unidad de la experiencia personal) no se contradice en absoluto con la plasticidad de la red neuronal, que permite la inscripción de la experiencia ocasionando que la sinapsis –el proceso de transferencia de información entre neuronas– esté en constante remodelación en función de la experiencia vivida. De paso, alinean al mismo Freud en los senderos de investigación neurocientífica.

Las palabras y las cosas

La neuropsicología suele trabajar con pacientes que tienen lesiones cerebrales y estudia cómo éstas generan una consecuencia directa en su comportamiento. También, como explica la especialista Marina Drake, copresidenta del Congreso Internacional de Neuropsicología, muchas enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar comprometen ciertas funciones cognitivas y ameritan la investigación neuropsicológica. Es incluso en este grupo de patologías en los que más se ha avanzado últimamente, proponiendo un cambio en la mirada de trastornos como la esquizofrenia o la bipolaridad.

La neuropsicología, a partir de los distintos perfiles de alteraciones que estudia, va intentando diseñar cómo es el sistema normal, es decir, el que explica cómo funcionan los procesos, tales como leer una palabra o pronunciarla después de escucharla. Muy simplificado: si a un paciente con una lesión cerebral en alguna ubicación específica se le pide que repita la palabra “árbol” y lo que dice es “planta”, esa equivocación puede hablar de cómo se organizan las palabras en nuestro cerebro.

Uno de los desafíos –apasionantes– es el caso del llamado “cerebro bilingüe”. Muchas personas que hablan más de una lengua aparecen, después de una lesión, reducidas en algunos aspectos de alguna de ellas –la materna o la última en adquirirse o la más utilizada antes de la lesión–, sin que hasta ahora se pueda explicar a ciencia cierta por qué.

El doctor Jack Fletcher, que visitará la Argentina para participar en el Congreso Internacional de Neuropsicología y es actualmente presidente de la Sociedad Internacional de Neuropsicología, explica: “Como profesionales, los neuropsicólogos investigan y evalúan a pacientes con lesiones y enfermedades cerebrales. La profesión incluye la rehabilitación y la enseñanza de métodos para chicos y adultos, junto con otras intervenciones (como terapias con drogas) en donde una disfunción en el cerebro es parte del problema”.

Si en todo el mundo la investigación, la consulta y la terapia en neuropsicología ganan espacio, en Argentina el fenómeno sigue la tendencia. Según Drake, una de las causas posibles tiene que ver con el aumento de la expectativa de vida: “Los consultorios de neuropsicología y las clínicas de memoria ven día a día un aumento de consultas, tanto de parte de personas mayores que notan con preocupación que su memoria ya no es la misma que otrora como de familiares que concurren preocupados al advertir que su ser querido parece estar empezando a perder sus capacidades cognitivas. Además, se ha producido un cambio de visión por parte de la sociedad respecto del envejecimiento: actualmente, un sujeto de 65 años no es considerado un anciano o un ser improductivo, sino que está inserto en diferentes actividades sociales y hasta hay quienes retoman estudios o proyectos postergados, lo cual hace que se preocupen por estar mentalmente en forma”.

The Brain Show

La idea de entrar en un cerebro lesionado para contarlo une a los más avanzados estudios de imágenes con relatos literarios que han ganado en popularidad. El más famoso de los cuentistas de historias clínicas es el neurólogo Oliver Sacks, en cuyos libros inspecciona la experiencia trastrocada –poética, sinestésica, demoledora– de pacientes con cerebros dañados. Así creó su libro más famoso: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. En el cuento que le da nombre, retrata al Señor P., un hombre que además de hablarle al picaporte y considerar las señales de tránsito como personitas animadas, un día, en su auto, agarró por la camisa a su esposa e intentó ponérsela en la cabeza. Su diagnóstico era el de la agnosia, en la misma línea con otro muy descriptivo que cuentan Ellis y Youg (ambos con nombre de pila Andrew W.) en su introductorio libro Neuropsicología cognitiva humana: a los 19 años, PH había tenido un accidente con moto en el que perdió su brazo derecho y sufrió un traumatismo de cráneo. Su recuperación había sido bastante buena: podía conversar con todas sus capacidades lingüísticas y leer sin problemas, la memoria a corto plazo era buena y la de largo plazo suficiente para recordar cosas importantes de su vida cotidiana. Sin embargo, PH no podía reconocer caras familiares. Sí hablaba de ellos, y también podía describir el rostro de cualquiera: era capaz de ver, pero incapaz de reconocer. ¿Acaso a alguien no le interesa conocer cómo es la vida desde este punto de vista?

El best seller de Mark Haddon, El curioso incidente del perro a medianoche tiene algo en esta línea: la historia está escrita progresivamente según las observaciones de su protagonista, un adolescente autista que intenta descubrir un asesinato y en el camino va conociendo, a su modo, recovecos de su familia. A nivel local, podemos hablar de los ensayos de divulgación científica que fueron las obras ¿Somos nuestro cerebro? y ¿Somos nuestros genes?, coproducción científico-teatral entre Susana Pampín, Rosario Bléfari y el neurocientífico Sergio Strejilevich que hablaba de algo tan complejo como la nueva ubicación filosófica de la subjetividad humana bajo algunos conocimientos nuevos de su cuerpo.

Más allá de su costado como brutal generador de amarillismo científico-periodístico (comprobable en los portales online que publican cuanto estudio mínimo que relacione genes con actividades encuentren), es innegable el carácter espectacular de todo esto. Eso aumenta mientras se sofistican los estudios. En palabras de Fletcher: “Tenemos nuevos métodos para medir las funciones cerebrales, así como las imágenes por resonancia magnética o la magnetoencefalografía. Las imágenes que se ven son espectaculares, pero la ciencia que permite el desarrollo de estas imágenes es todavía más impresionante. Es una nueva era para la neuropsicología y la neurociencia cognitiva”.

En tanto, la profesora de neurolingüística de la Facultad de Filosofía y Letras, Virginia Jaichenco, a cargo del comité de organización del Congreso, concluye: “En verdad, la espectacularidad proviene de poner en el plano de la divulgación muchos casos que son, tal vez, cotidianos para el neuropsicólogo, pero fascinantes para el lector común. Una persona con dificultades en el reconocimiento visual de objetos o rostros; alguien que no puede detectar el movimiento de las cosas a su alrededor y por tanto, no estima las distancias a la que están las cosas en movimiento; un sujeto que desconoce el significado de las palabras que oye o que no puede construir oraciones adecuadamente y habla en forma telegráfica; una persona que no recuerda lo que acaban de decirle pero que puede contar una película que vio en su niñez... El que lee esto puede creer que es ciencia ficción, pero no es más que el resultado de una disfunción cerebral específica, y muestra la increíble complejidad de la máquina que nos comanda, el cerebro”.

Natali Schejtman
RADAR / © 2000-2008 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados

No hay comentarios:

Publicar un comentario