lunes, 29 de junio de 2009

La nueva guerra contra el terrorismo

Primera pregunta:

¿Qué está ocurriendo hoy en día?

Hambre de 3 a 4 millones de personas.

Según "The New York Times", en Afganistán existen entre 7 y 9 millones de personas al borde del hambre. Esto era así antes del 11 de septiembre. La gente sobrevivía gracias a la ayuda internacional. La amenaza de acciones militares luego de los atentados del 11 de septiembre obligó a retirarse a los asistentes sociales internacionales que llevaban a cabo programas de ayuda humanitaria. Entrevistado por la revista del mismo diario, un asistente social evacuado declaró: “Afganistán contaba con una soga de salvataje y acabamos de cortarla”. Al no gozar con la colaboración de los asistentes sociales internacionales, el sistema de distribución se encontró entorpecido. Las organizaciones de ayuda condenaron vehementemente los bombardeos estadounidenses, calificándolos de propaganda y de ser causa de mayores daños que beneficios. Con los bombardeos, la entrega de alimentos se había visto reducida a la mitad. La civilización occidental está anticipando la matanza de 3 a 4 millones de personas.

Un genocidio silencioso

Todo esto nos da una primera descripción de lo que está ocurriendo. Pareciera que es, de alguna manera, un genocidio silencioso. También ofrece una buena perspectiva en el seno de la cultura de élite, aquella de la que somos parte. Indica que, más allá de lo que ocurra, existen planes y programas que podrían llevar a la muerte a millones de personas… así ligeramente, sin comentarios ni pensamientos al respecto, así de normal, en Estados Unidos y en buena parte de Europa. No así en el resto del mundo. De hecho, tampoco en gran parte de Europa. Basta con leer la prensa irlandesa o escocesa para comprobar que las reacciones difieren. Lo que acontece está en gran parte bajo nuestro control. Podemos hacer mucho para influir. Y esto es brutalmente así.

Segunda pregunta:

¿Por qué fue un evento histórico?

El territorio estadounidense atacado

Consideremos la pregunta de un modo más abstracto, olvidando por un momento que estamos en el medio de una acción que intenta matar 3 ó 4 millones de personas, no a talibanes, por supuesto, sino a sus víctimas. Volvamos a la pregunta del evento histórico que tuvo lugar el 11 de septiembre. Como ya dije, considero que fue un hecho histórico. Desdichadamente, no por su escala –desagradable de sólo pensar en ella–, sino en términos proporcionales. Pero existen, desafortunadamente, crímenes terroristas cuyos efectos resultan aun más extremos.

Sin embargo, se trata de un evento histórico, porque esta vez hubo un cambio: el objetivo al que apuntaron las armas. Eso es lo radicalmente novedoso. Si se considera la historia estadounidense, la última vez que el territorio nacional de Estados Unidos sufrió un ataque, fue cuando los británicos quemaron Washington, en 1814. Es común recordar Pearl Harbor, pero no resulta una buena analogía. Los japoneses bombardearon bases militares ubicadas en dos colonias estadounidenses que fueron sustraídas a sus habitantes de manera bastante poco amable; por ende, no atacaron el territorio nacional. Pero el 11-S, quien sufrió un ataque a gran escala es el territorio nacional. Se podrán encontrar algunos ejemplos marginales, aunque este es realmente único en su tipo.

Durante los últimos 200 años, Estados Unidos expulsó o casi exterminó a la población indígena –varios millones de personas–, conquistó la mitad de México, llevó a cabo depredaciones en toda la región, en el Caribe y en Centroamérica, y a veces más allá. Conquistó Hawai y las Filipinas, matando a 100.000 habitantes. Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha extendido su dominio de un modo que no necesito describir. Pero siempre lo hizo matando a otros, con una lucha extramuros.

En el caso de Europa, el cambio resulta incluso más dramático, porque su historia es todavía más horrenda que la nuestra. Básicamente, somos un vástago de Europa. Durante cientos de años, dicho continente ha estado matando gente alrededor de todo el planeta. Así conquistaron el mundo, no lo hicieron regalando caramelos a los niños. Durante ese período, Europa sufrió por cierto guerras sangrientas, pero eran asesinos europeos matándose unos a otros. Durante cientos de años, el deporte principal fue asesinarse mutuamente. La única razón por la cual concluyó la matanza en 1945 no tuvo nada que ver con la democracia, con no hacer más la guerra entre sí o con cualquier otra noción de moda. Fue porque todos comprendieron que la próxima vez que jugaran el juego sería el fin del mundo. Porque tanto los europeos como nosotros hemos desarrollado armas masivas de destrucción tan poderosas, que indefectiblemente el juego se terminaría.

El primer cambio reside entonces en que es la primera vez que las armas apuntaron hacia el otro lado. Y en mi opinión, eso explica por qué se ven reacciones tan diversas en ambos lugares. El mundo se ve muy distinto según si es usted quien sostiene el látigo o quien viene siendo azotado por él durante cientos de años. Muy distinto. Por eso creo que la sorpresa en Europa y en lo de sus vástagos, como aquí, es muy comprensible. Es un evento histórico, pero desafortunadamente no visto a escala. Casi todo el resto del mundo lo mira de manera bastante distinta. No por falta de compasión por las víctimas de esta atrocidad –el sentimiento es casi uniforme–, sino por el intento de verlo desde otra perspectiva. Algo que quizá querríamos comprender.

Tercera pregunta:

¿Qué es la guerra contra el terrorismo?

Consideremos nuestra tercera pregunta: “¿Qué es la guerra contra el terrorismo?”, y una pregunta ad hoc: “¿Qué es el terrorismo?”. La guerra contra el terrorismo ha sido descrita en altas esferas como la lucha contra una plaga, un cáncer esparcido por bárbaros, por “depravados enemigos de la mismísima civilización”. Comparto este sentimiento. Hace más de veinte años, la administración Reagan asumió declarando que la guerra contra el terrorismo internacional sería el núcleo de la política exterior estadounidense, describiéndola en términos semejantes a los que yo acabo de mencionar. Y así ocurrió. La administración Reagan respondió a esta plaga difundida por los depravados opuestos a la civilización, creando una extraordinaria red terrorista internacional de una dimensión novedosa, la cual generó atrocidades masivas en todo el mundo y sobre las cuales no entraré en detalle.

La cultura en la que vivimos revela varios hechos. Uno es que el terrorismo funciona. No fracasa. Funciona. Habitualmente, la violencia funciona. Así lo ha demostrado la historia del mundo. En segundo lugar, es un error de análisis muy serio decir que el terrorismo es el arma de los pobres. Como otros métodos violentos, es –en primer lugar y por lejos– el arma de los ricos. Suele considerárselo como el arma de los pobres, porque los fuertes también controlan los sistemas doctrinales y porque el terror que ejercen no es considerado como tal. Tómese el ejemplo de los nazis. No ejercían el terror dentro de la Europa ocupada. Ellos protegían a las poblaciones de los terrorismos de los partidarios de la resistencia. Al igual que en otros movimientos, existía el terrorismo. Los nazis ejercían el contraterrorismo. Estados Unidos estuvo de acuerdo con eso. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense estudió exhaustivamente las operaciones de contraterrorismo nazi en Europa. Hasta tal punto que Estados Unidos las incorporó y aplicó, a menudo en contra de los mismos objetivos, la ex resistencia.

Con el asesoramiento de los oficiales de la "Wermarcht" traídos a Estados Unidos, los métodos de los nazis alimentaron los manuales de contrainsurgencia, contraterrorismo y conflictos de baja intensidad. Hoy, estos procedimientos y manuales son utilizados corrientemente. El terrorismo es, entonces, el arma de aquellos que están en contra “nuestra”, quienquiera que sea ese “nosotros”. Y si alguien encuentra una excepción histórica, me interesaría analizarla.

Cómo consideramos al terrorismo.

Un indicio interesante de la naturaleza de nuestra cultura, nuestra cultura superior, es la manera en que toda esta cuestión es abordada. Lo que generalmente se hace, es suprimirla. De tal forma que a estas alturas casi nadie ha oído hablar del tema. El poder de la propaganda y de la doctrina estadounidenses es tan fuerte, que inclusive entre las víctimas el hecho resulta poco conocido. Quiero decir, cuando usted habla del tema con gente en la Argentina, tiene que tomarse el trabajo de recordárselo. “Ah, claro, eso sucedió. Lo habíamos olvidado”, le contestarán. Es algo que está profundamente anulado. Las consecuencias del monopolio de la violencia pueden llegar a ser muy poderosas en términos ideológicos.

Cuarta pregunta:

¿Cuáles son los orígenes del crimen del 11 de septiembre?

En este punto, debemos distinguir dos categorías. Los actuales agentes del crimen y la reserva –de simpatía y a veces de apoyo– que existe entre la gente que se opone a los criminales y a sus actos.

Primera categoría: los probables responsables.

Con respecto a los responsables del crimen, de alguna manera no queda claro quiénes son. Estados Unidos no quiere o no puede dar evidencias claras. Hubo una "mise en scène" cuando Tony Blair intentó dar una explicación, no sé con qué propósito. "The Wall Street Journal" –uno de los diarios más serios– publicó un pequeño artículo en la página 12. Creo, a raíz de lo que señalaron, que no había demasiada evidencia y luego citaron a algunos altos oficiales estadounidenses y les dijeron que no importaba la existencia de evidencia, ya que de todos modos responderían atacando. Entonces, ¿para qué molestarse con la evidencia? Creo que se podría llegar a un mejor resultado sin necesidad de ningún servicio de inteligencia. De hecho, hay que recordar que esto se dio luego de semanas de investigación, la más intensa de la historia, de todos los servicios de inteligencia del mundo occidental, trabajando horas extras para tratar de armar una hipótesis. Y fue una "prima facie", un caso muy fuerte incluso antes de poder construir cualquier evidencia. Y concluyó donde había comenzado, con un caso "prima facie". Por eso, asumiendo que sea cierto, que resulte obvio desde el primer día que los actuales responsables son radicales islámicos, al menos una parte significativa de ellos, si estuvieron involucrados o no, nadie lo sabe. Pero en realidad no importa demasiado.

¿De dónde vienen los terroristas?

Nadie lo sabe mejor que la CIA, porque los ayudó a organizarse y los nutrió durante mucho tiempo. Fueron reunidos en los años 80 por la CIA y sus asociados en el mundo: Pakistán, Gran Bretaña, Francia, Arabia Saudita, Egipto y China. Quizás estuvieron involucrados desde 1978. La idea, entonces, era acosar a los rusos, el enemigo común. Así pudimos desarrollar esa tremenda arma mercenaria, unos 100.000 hombres fanáticos de África del Norte, Arabia Saudita, de donde fueran. A menudo, eran llamados “afghanis”, pero muchos de ellos, como Bin Laden, no lo eran. Los traía la CIA y sus amigos. En enero de 1980 no había duda de que Estados Unidos estaba organizando a los “afghanis” y a su fuerza masiva militar para tratar de perjudicar al máximo a los rusos. Para los afganos era legítimo combatir la invasión rusa. Sin embargo, la intervención estadounidense no les era de gran ayuda. De hecho, colaboró fuertemente en la destrucción del país. Finalmente, los “afghanis” obligaron a los rusos a retirarse. Mientras tanto, las fuerzas terroristas que la CIA estaba organizando, armando y entrenando seguían su propia agenda. No era ningún secreto. Uno de los primeros actos ocurrió en 1981, cuando asesinaron al presidente egipcio Anwar El Sadat, uno de sus creadores más entusiastas. En 1983, un hombre-bomba –posiblemente ligado a aquel atentado, nadie lo sabe– obligó al ejército estadounidense a retirarse del Líbano. Y la función continuó. Luego de 1989, cuando los rusos se retiraron, se dirigieron hacia otras regiones: Chechenia, China occidental, Bosnia, Cachemira, el sudeste Asiático, África del Norte.

Nos están diciendo qué piensan.

Estados Unidos quiere acallar al único canal de televisión libre en el mundo árabe porque está transmitiendo un enorme rango de noticias. Por eso ahora se une a los regímenes árabes represores que ejercen la censura. Pero vale la pena escuchar lo que dice Bin Laden. Y lo que ha venido diciendo es muy consistente. Existen razones para tomarlo en serio. Su principal enemigo es lo que ellos llaman los regímenes autoritarios brutales corruptos y opresores del mundo árabe. Quieren reemplazarlos por gobiernos islámicos. Es ahí donde pierden el apoyo de la gente de la región. Pero hasta allí están con él. Desde su punto de vista, ni siquiera Arabia Saudita, el Estado más fundamentalista –más que los talibanes, que constituyen una ramificación– es lo suficientemente islámico.

Claro que en ese aspecto, Bin Laden y sus seguidores obtienen poco respaldo, pero a excepción de ese punto cuentan con un apoyo masivo. Además, quieren defender a los musulmanes en todo el mundo. Según su punto de vista, defienden a los musulmanes contra los infieles. Se mantienen muy claros al respecto, y esto es lo que han venido haciendo.

¿Por qué se volvieron contra Estados Unidos?

Este hecho se encuentra relacionado con lo que ellos llaman la invasión estadounidense a Arabia Saudita. En 1990, Estados Unidos estableció allí bases militares permanentes, lo cual, desde su punto de vista, es equiparable a la invasión rusa de Afganistán, con la diferencia de que Arabia Saudita resulta ser mucho más importante. Es el país que alberga los lugares más sagrados del Islam. En ese momento, sus actividades se volvieron contra Estados Unidos. En 1993, intentaron volar el World Trade Center. Cumplieron parte de un plan que incluía hacer estallar el edificio de las Naciones Unidas, los túneles Lincoln y Holland, el edificio del FBI, y creo que había más en la lista. La lista de casos es extensa y se refleja en una práctica de veinte años. No hay razón para no tomarlo en serio. Esta es la primera categoría: los probables responsables.

Segunda categoría: ¿qué hay de las reservas de apoyo?

Uno de los hechos positivos posteriores al 11 de septiembre, es que parte de la prensa puso al descubierto estas cuestiones. A mi juicio, la mejor actitud fue la de "The Wall Street Journal", que publicó enseguida informes serios sobre las razones por las cuales la gente de la región, por más que odie a Bin Laden y desprecie todo lo que él hace, de todas maneras lo apoya de muchas formas y hasta lo considera como la conciencia del Islam. Hay que reconocer que ni "The Wall Street Journal" ni los demás medios están encuestando a la opinión pública. Encuestan la opinión de sus amigos: banqueros, profesionales, abogados internacionales, hombres de negocios ligados a Estados Unidos, gente que entrevistan en McDonald’s –que allí es un restaurante elegante– y que lleva ropa estadounidense a la moda. Tal es el perfil de personas que entrevistan porque quieren conocer sus actitudes. Y su comportamiento es claro: en muchas ocasiones, está en sintonía con el mensaje de Bin Laden. Se muestran muy enojados con Estados Unidos por su apoyo a los regímenes autoritarios y brutales, su intervención destinada a obstruir todo movimiento hacia la democracia y a detener el desarrollo económico, sus políticas de devastación de las sociedades civiles iraquíes, su apoyo a Saddam Hussein en la época en que cometía sus peores atrocidades, incluida la aniquilación de los kurdos, algo que Bin Laden menciona siempre y que ellos conocen, por más que nosotros no lo queramos. Y, por supuesto, el apoyo estadounidense a la ocupación militar israelí severa y brutal. Estados Unidos ha estado proveyendo el soporte económico, militar y diplomático, y sigue haciéndolo. Ellos lo saben y no les gusta. Cuando Bin Laden da estas razones, la gente las reconoce y las apoya.

Ronald Steel, un intelectual de izquierda liberal bastante serio, se preguntaba: “¿Por qué nos odian?”. Y se contestaba: “Nos odian porque lideramos un nuevo orden mundial de capitalismo, individualismo, secularismo y democracia que debería constituirse en la norma universal ”. Por eso nos odian.

Quinta pregunta:

¿Cuáles son las opciones políticas?

Existen algunas. No hay que matar a civiles inocentes. Es como si yo sufriera un robo en mi casa y creyera que el culpable se encuentra en el vecindario, en la vereda de enfrente. No puedo salir con un rifle y matar a todos. Esa no es la manera de enfrentar el crimen, sin importar sus dimensiones, pequeño o masivo como lo fue la guerra terrorista de Estados Unidos contra Nicaragua.

Cuando el IRA hizo estallar bombas en Londres –lo cual fue muy serio–, Gran Bretaña podría –más allá de que no hubiera sido posible– haber respondido destruyendo Boston, fuente principal de financiamiento de la organización irlandesa. También podría haber barrido con Belfast Oeste. Más allá de la factibilidad, hubiera sido una idiotez criminal. Ellos siguieron un método más acorde, encontrar a los responsables, juzgarlos y buscar las causas. Porque estas cosas no surgen de la nada. Ya sea un crimen callejero o uno terrorista. Existen razones. Y generalmente, cuando se las considera, algunas son legítimas y deberían ser atendidas, independientemente del crimen. Esa es la manera de proceder. Pero el problema es que Estados Unidos no reconoce la jurisdicción de las instituciones internacionales. Por eso no puede acudir a ellas. Rechazó la competencia de la Corte Internacional. Es lo suficientemente poderoso como para instaurar una Corte nueva. Pero hay un problema con esto... se necesitan evidencias, y no a Tony Blair hablando en televisión. Esa es la parte más difícil: las pruebas pueden ser imposibles de encontrar.

Es probable que quienes hayan ideado los atentados se hayan matado. Nadie lo sabe mejor que la CIA. Se trata de redes descentralizadas sin jerarquías. Siguen un principio llamado “resistencia sin líderes”, desarrollado por los terroristas de Christian Right en Estados Unidos. Son pequeños grupos que actúan, no hablan con nadie. Se mueven en un marco general de presunciones y luego ejecutan. Hoy en día, la gente del movimiento antiguerra conoce bien esto. Es por eso que el FBI nunca ha podido descubrir qué ocurre dentro de los movimientos populares. Las redes descentralizadas son muy difíciles de infiltrar. Entonces, tal vez las autoridades no sepan mucho. Cuando Bin Laden dice que no está involucrado, eso es algo perfectamente posible. De hecho, cuesta imaginar que un hombre en una gruta en Afganistán, sin siquiera una radio o un teléfono, haya podido planear una operación tan sofisticada como la de los atentados del 11 de septiembre. Será muy difícil encontrar evidencias.

Estados Unidos no quiere presentar evidencias porque prefiere actuar sin ellas. Es una parte crucial de la reacción. De hecho, esta vez no solicitó la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, cosa que habría obtenido, porque los otros miembros también son Estados terroristas. Estados Unidos no quería contar con ese acuerdo porque sigue un principio de larga data que no es exclusivo de George W. Bush; también estuvo vigente durante la administración Clinton y se remonta mucho más lejos aún: consiste en creer que tenemos el derecho de actuar unilateralmente. Por eso no queremos autorización internacional, no nos importan ni las evidencias, ni las negociaciones, ni los tratados. Somos el tipo más fuerte, el matón del barrio. Hacemos lo que nos da la gana. La autorización es una mala idea y por eso hay que obviarla. Incluso, existe una fórmula técnica descriptiva llamada “establecer credibilidad”.

Si usted quiere saber qué significa “credibilidad”, pregúntele a su "capo mafia" favorito. Se lo explicará. Lo mismo rige en los asuntos internacionales, sólo que de eso se habla en las universidades con palabras grandilocuentes. El principal historiador que ha escrito al respecto en los últimos años es Charles Tilly, con un libro llamado "Coerción, capital y los Estados europeos: 990-1990". Señala que la violencia ha sido el principio rector europeo durante cientos de años porque funciona. Cuando se tiene un apabullante predominio de violencia y una cultura violenta como soporte, casi siempre funciona. Aquí reside el principal escollo cuando alguien pretende que sigamos un camino legal. Y si usted ha tratado de hacerlo, se encuentra frente a escenarios muy peligrosos. Es igual que Estados Unidos pidiéndoles a los talibanes que entreguen a Bin Laden. Ellos responden de una forma que Occidente ve como absurda. Nos dicen: “De acuerdo, pero primero entreguen evidencias de su culpabilidad”. Si alguien le pidiera a Estados Unidos que entregue a una persona, lo haría de inmediato. No pediríamos evidencias.

Queremos, claro, reducir el nivel del terror y no aumentarlo. Existe una manera fácil de hacerlo: dejar de contribuir con él. Automáticamente, esto reduciría el nivel del flagelo. Pero eso no se puede discutir. Deberíamos transformarlo en motivo de discusión.

Tendríamos que repensar el tipo de políticas que implementamos. Afganistán no es el único lugar en el que organizamos y entrenamos ejércitos terroristas. Ahora estamos padeciendo las consecuencias. El 11 de septiembre fue una de ellas.

Estas políticas no están talladas en piedra. Existen otras posibilidades. Si un diario como el "USA Today" puede publicar un muy buen artículo, serio, sobre la vida en la Franja de Gaza, es que ha habido un cambio. Y dentro del público en general creo que hay mucha más apertura y ganas de pensar cosas que hasta ahora estuvieron escondidas bajo la alfombra. Estas son oportunidades y deberían ser aprovechadas al menos por quienes aceptan el objetivo de tratar de reducir el nivel de violencia y terror, incluyendo las amenazas potenciales que podrían hacer palidecer por insignificante el 11 de septiembre.

Noam Chomsky
Revista Noticias / Publicación semanal de Editorial Perfil S.A. // © Copyright 1999-2008 All rights reserved
* Anticipo de “El imperio de la guerra permanente”, Editorial Capital Intelectual.

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