lunes, 29 de junio de 2009

Miedo y prudencia

El miedo es paralizante y generador de inquietudes muchas veces infundadas o exageradas. Pero, ¿es cierto que sin él los seres humanos seríamos aún más depredadores y destructivos de lo que ya somos? No lo sé.

El miedo es el “marido pegador” de la prudencia, virtud maravillosa que permite desplegar estrategias sensatas para enfrentar los problemas. Pero cuando ese “pegador nato” que es el miedo se impone a la “dulce intelectual” que es la prudencia comienzan los verdaderos desastres.

Por prudencia, uno puede callarse ahora para hablar más adelante, cuando haya condiciones más favorables; por miedo, uno se calla para siempre, guarda rencores y trabaja para el infarto sin prisa y sin pausa.

El miedo lo tienen los más débiles o los más ignorantes. Pero, ¿es débil sólo el pobre, el desclasado, el desempleado y el excluido social? ¿No son acaso tanto o más débiles los que con todo el poder al alcance de su mano se la pasan vociferando, amenazando y amedrentando desde sus torres de marfil con cimientos de barro? ¿No es más ignorante el que cree que por la fuerza y la violencia, primas carnales del miedo, podrá imponer sus criterios? Claro, el miedo no es sonso, como bien dice el refrán, y en eso se basan los autoritarios tiránicos y dictatoriales que, con la amenaza, sutil o agresiva, hacen retroceder a sus subordinados a punta de pistola.

¿Cómo vencerlo? Es un trabajo que puede llevar toda una vida, y a veces puede no estar coronado por el éxito. La “compadreada” del “¡no te tengo miedo!, ¡vení si sos guapo!” no da mucho resultado cuando las fuerzas están indebidamente desproporcionadas y se entablan duelos a lo David y Goliat.

La prudencia tiene una hermanita menor que es la astucia, esa con la que no cuentan los archienemigos del Chapulín Colorado, y que con engañosos mohínes de aparente aceptación le hace creer al gigante que está todo bien mientras conspira en la sombra buscando los puntos débiles del “agitador de miedos”. Todos los grandes y vociferantes tiranos tienen su lado flaco. El miedo los ignora por su aterrorizada paranoia, la prudencia los anota y los archiva, y la astucia despliega las estrategias para dejar al poderoso en ridículos calzoncillos frente a la sociedad.

Tienen mucho más que ver con la prudencia que con el miedo los límites que algunos seres humanos se autoimponen. No es por miedo que uno cuida su salud no metiéndose cosas perjudiciales en el cuerpo (todos sabemos que tarde o temprano nos iremos de este mundo); es la prudencia la que nos dicta algunas reglas para que el viaje sea lo menos lastimoso posible.

No es el miedo lo que nos obliga a poner límites para una convivencia armónica que no incluya ni una represión indiscriminada e ignorante ni un “viva la Pepa” que no nos permita vivir en una relativa paz.

El miedo, como todos los pegadores, tiene su seducción morbosa, y a veces nos confunde con sus “aires protectores”, pero no es más que una careta que oculta sin mucho éxito la siniestra cara del prejuicio y el fanatismo.

La prudencia y la astucia, junto con la razón, han hecho cosas mucho más positivas por la humanidad que el miedo, gritón, agresivo, dictatorial y destructor de las mejores cosas que tenemos. El miedo no será sonso, pero nosotros tampoco debemos serlo. La mayoría de los ogros tienen pies de barro, y el barro no sostiene nada: sólo ensucia.

Enrique Pinti
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