domingo, 7 de junio de 2009

Pablo Capanna: El futuro llegó hace rato

“La ciencia ficción configuró el imaginario del siglo XX. Sin su presencia no se explicaría por qué se ha gastado más en explorar el espacio que en combatir la miseria, o que nos hayamos acostumbrado a creer de modo fatalista que todo lo que se inventa merece ser llevado a la práctica. Para bien o para mal, el mundo en que vivimos es la materialización de sus fantasías.” Esto dice Pablo Capanna en la introducción de Ciencia ficción: utopía y mercado (Cántaro Ensayos, 2007), reedición revisada y actualizada de su ensayo El sentido de la ciencia ficción, que en los años ’60 fue pionero de los estudios en castellano sobre este género al que por aquel entonces la academia miraba, como a casi todo producto consolidado dentro de la cultura popular, con indiferencia o desprecio.

Profesor de Filosofía recibido en la Universidad Tecnológica Nacional (donde además se desempeñó como docente), autor de ensayos sobre escritores y cineastas ligados más o menos directamente a la ciencia ficción (Cordwainer Smith, Ballard, Tarkovski, Philip K. Dick), Capanna tuvo la oportunidad de publicar su libro originalmente en una época en la que la desaparecida editorial Columba, hoy recordada por sus revistas de historietas, intentaba ampliar su espectro, y había creado una serie nueva de pequeños volúmenes temáticos. “Ya habían sacado la colección Esquemas, estos libritos que tenían 60 páginas como máximo, cada uno con un tema: ‘¿Qué es el átomo?’, o ‘¿Qué es el budismo?’, por ejemplo. Cuando nos encontramos, sintonizamos perfectamente. Nuevos Esquemas era un poco más ambiciosa y el mío sería el primer libro, que tuvo incluso sus comentarios.” Fue en este espacio nada desdeñable (la colección publicó El pop-art, de Oscar Masotta, por ejemplo) pero acotado, “menor” si se lo considera desde la amplitud del mercado editorial de aquellos años, que un libro sobre la ciencia ficción tuvo cabida. “Hice toda la investigación solo, sin ningún soporte. No había nadie ocupándose de esto. Después me enteré de algunas cosas que habían salido en España, de la revista Nueva Dimensión, me hicieron llegar cosas”, recuerda Capanna. “Pero en los ’60 era un género estigmatizado. Yo ya había tenido una mala experiencia en la facultad de filosofía. En la cátedra de Víctor Massuh hicimos un seminario sobre la experiencia religiosa. Recuerdo que algunos alumnos tomaron autores poco convencionales, como Saint-Exupéry, y a mí se me ocurrió escribir sobre Lovecraft. No había nada escrito sobre él, y Massuh me apoyó; pero en la mesa de examen me retaron: que cómo se ocupa de esas cosas, que no son más que historietas para chicos. Aprobé de lástima. Estaba muy mal visto; el único que le daba cierta bolilla era Borges, que había escrito una historia de la literatura norteamericana y le agregó un capítulo sobre el género. Y llegó a leer un manuscrito de mi libro de la primera edición. Se lo leyó la madre, y parece que dijo: es muy tipo monografía de facultad, pero es bastante completo. Que Borges dijera que era bastante completo era casi como que dijera que era bueno. Para mí fue un elogio.”

La oportunidad de terminar el libro tuvo que ver con un hecho no tan fortuito que también habla de su época: “Yo estaba en un momento difícil; recién casado, con un hijo, mis padres a cargo y una hipoteca, y había conseguido un trabajo de muchas horas en la escuela privada de Ford. Enseñaba ocho materias distintas: Literatura, Instrucción Cívica, etcétera. Y también era bibliotecario –porque pagaban bien, pero explotaban a gusto–, así que ahí leí y estudié muchísimo, y en los ratos libres preparaba el libro. El factor decisivo fue una toma de fábricas que hizo la CGT. Durante 15 días yo no sabía si me echaban o si me volvían a tomar, pero tuve unas vacaciones gratis en las que casi terminé el libro”

Yendo del sentido al mercado

Ciencia ficción: utopía y mercado traza un recorrido didáctico, de perfecta claridad expositiva, y crítico a la vez, por la historia de la ciencia ficción. Empieza por Tocqueville y Poe y el contexto posterior a la revolución industrial, y el nacimiento de las democracias y en ellas el de una cultura de masas. Cuenta el surgimiento de las revistas pulp, al principio a cargo de ingenieros o aficionados “tecnócratas”, como Hugo Gernsback, en cuyo honor sería bautizado más adelante el principal premio de la literatura del género. Y revisa, con nítidos ejemplos, muchos de esos casos en los que la ciencia ficción anticipó las ideas y los inventos que se hicieron realidad a lo largo del siglo XX. Sobre los últimos capítulos establece categorías filosóficas para el estudio de filiaciones y tópicos del género. Este arco le permite reivindicar lo que en su momento fue ninguneado, y a la vez hacer diferenciaciones dentro de una producción que escapó mucho tiempo al ojo de la crítica.

Una de las claves de esta reedición actualizada está en el cambio de título. “El sentido de la ciencia ficción, que es como fue publicado en el ’66, parecía el título de un ensayo académico”, dice Capanna. “Yo había salido poco antes de la facultad. En 1992, cuando lo reedita la gente de Letra Buena, lo retitulan El mundo de la ciencia ficción. Ahora le agregué muchas cosas, y el nuevo título deriva de la idea central de que a lo que ha llegado la ciencia ficción hoy tiene que ver con la utopía tradicional, pero a la vez es un gran negocio. No lo era cuando hice el libro original. En los ’60, en Estados Unidos, no acá, el género se empezó a descubrir, y los críticos académicos finalmente se ocuparon. Ahora es una cosa monstruosa, con infinidad de publicaciones, ensayos –es impresionante la bibliografía que hay en las universidades norteamericanas sobre Philip K. Dick–, libros. Pero, a mi criterio, volvieron a encasillar a la ciencia ficción. La idea que uno tenía en aquella época era que esto era algo valioso, que había que presentárselo a la gente, que los críticos se tenían que ocupar; suponíamos que eso iba a ser absorbido por la literatura, y que a esta altura un narrador iba a poder incorporar recursos de la ciencia ficción en una novela de otro tipo y que a nadie le iba llamar la atención. Pero desde que la crítica lo descubre como un fenómeno masivo, comercial, lo convierte en un género acotado y ya no valoriza nada más que eso. Los que son un poco disidentes quedan al margen, o son ‘perdonados’, diciendo que éste o aquel autor no es de ciencia ficción, que no es ‘nada más’ que ciencia ficción. A (J.G.) Ballard, por ejemplo, lo ‘perdonaron’, y él incluso reniega del género. Al haberlo encerrado de vuelta en un gueto más grande, hubo un reconocimiento de la industria, pero no se reconoció aquello que antes tenía de estimulante.”

¿Está predicando la muerte del género? “No quise decir que se había muerto, aunque algunos lo han leído de esa manera, sino que cumplió un ciclo”, dice Capanna. “Hasta hubo gente que se me quejó, diciendo: yo soy un escritor joven, me está cortando el porvenir. Si se renueva, fantástico, pero creo que es una época para hacer un balance. Uno ve la curva del género, y está en descenso: la culminación fue en los años ’60, con una ciencia ficción humanista, progresista. Ahora hay tendencias bastante degenerativas, muchos temas racistas, autoritarios. Es alarmante. Antes era una herramienta para ver un futuro mejor. Ahora, La guerra de los mundos de (Steven) Spielberg es mucho más paranoica que el libro de H.G. Wells y que la película de los años ’50, hasta tiene un cierto racismo: los extraterrestres son todos malos, como los robots de la película Yo robot. Asimov tenía cierto optimismo, creía en el sueño americano. Ahora hay que destruirlo todo, lo que viene de afuera es malo, hay una especie de neomacartismo.”

Mariano Kairuz

Mas aca
Leyendo el apéndice que Capanna dedica en su libro a las publicaciones locales de y sobre el género, se recupera la sensación de que hubo un tiempo de efervescencia, de cierto entusiasmo colectivo. De que algo pasó acá con la ciencia ficción. Desde sus antecedentes ilustres (Borges y Bioy), los cuentos pioneros del zoólogo Eduardo L. Holmberg y los aportes quizá poco recordados de Fray Mocho, Enrique Méndez Calzada, Eduardo de Ezcurra, Lugones, Quiroga, hasta las revistas, a partir de fines de los años ’40 y ’50, títulos como Hombres de Futuro (tres números en 1947); la legendaria Más Allá, que publicó textos extranjeros que aún no habían llegado en libro, como El día de los trífidos, de John Wyndham, por citar un clásico indestructible; y luego otras efímeras como la Génesis, y los sellos editoriales especializados, como el desembarco rioplatense de la editorial Minotauro, de Paco Porrúa. A fines de la década del ’60, Héctor Raúl Pessina fundó el Club Argentino de Ficción Científica, primera entidad formal del fandom vernáculo; en 1977, Aníbal Vinelli publicó su Guía para el lector de ciencia ficción; y dos años después salió el primer número de la recordada y celebrada El Péndulo, proyecto de Marcial Souto y de Andrés Cascioli.

En 1967 y 1968 habían tenido lugar dos convenciones para amantes del género, en Buenos Aires y Mar del Plata, respectivamente, a las que Capanna fue, por supuesto, invitado. Por esa época se hizo amigo de Souto. “Lo conocí cuando se iba a Estados Unidos, donde conoció a todo el mundo, hasta a Philip K. Dick. Un día se le ocurrió hacer El Péndulo; antes había sacado otras dos revistas, una llamada Entropía. Había un espíritu de grupo en esos años, pero más allá de que seguí relacionado con Souto y con alguna otra gente, yo no entraba. Traté de mantenerme lejos porque esta gente se parece a la izquierda y a los gnósticos del siglo II: cuando se juntan tres hay cuatro líneas encontradas. Y tuve una mala experiencia con un escritor, que era abogado y a quien no le gustó algo que dije de su novela, y me mandó una carta documento amenazándome con un juicio por calumnias. Un tipo agresivo que había sido montonero; aunque después lo fui a ver a y terminamos a los abrazos, me dije: ‘No, yo ya de esto no’. Con los años me seguí viendo con Sergio Hartman (responsable de la revista Parsec, de los años ’80) y algunas otras personas, que me recomiendan títulos. El aficionado es muy de secta, de hablar de eso y de nada más. Soy muy amigo de Carlos Gardini, uno de los pocos escritores del género de acá que tienen nivel internacional, y él justamente decía: ‘Lean otras cosas’.”

La superposición abrumadora de títulos, autores y sellos editoriales lleva a preguntarse por qué, si existió ese impulso editorial en un momento, la ciencia ficción argentina no consiguió consolidarse en algo más duradero, algún proyecto de mayor continuidad. “Probablemente se haya debido a la poca familiaridad que tenemos con la tecnología”, explica Capanna. “No es un país donde el científico sea respetado; tenemos premios Nobel, pero siempre hay que defenderlos. No es como en Estados Unidos, donde la idea de ciencia y tecnología forma parte de la vida cotidiana. Y además la ciencia ficción creció mucho en el mundo en la época de las revistas, algo que ya casi no existe. Hoy no hay un ámbito así, una publicación que tenía que sacar cuatro cuentos y una novela corta por mes; había trabajo para todos, y muchos aprendieron a escribir así. El Péndulo les dio lugar a algunos argentinos; al desaparecer las revistas, cambia todo porque hacer un libro entero y venderlo es algo que le ha costado mucho al género. Hasta a Gardini, que tuvo reconocimiento internacional, alguna vez le llegó un informe de la editorial sobre un manuscrito suyo que decía: la novela es muy buena, pero lamentablemente es de ciencia ficción.”


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