domingo, 7 de junio de 2009

Los argentinos y el dinero: ¿Está mal ser rico en nuestro país?

Empresario de la industria alimentaria, Rubén S., 56 años, sale a correr todas las mañanas por el circuito que bordea el Vilas Club, en Palermo. La mañana que fue atacado a escupitajos llevaba unas modernas, finas y caras zapatillas Nike, que había comprado en el free shop . Fue entonces cuando los vio venir: era un micro repleto de barrabravas del club Excursionistas, custodiado por un patrullero de la Federal. "A quién habrás cagado para tener esas zapatillas....", le gritó uno, enfurecido. Y sin esperar respuesta le siguió una catarata de escupidas y de insultos, ante la mirada, algo divertida, de los custodios.

"¡Aguante, Excursio..! ", dio la voz de marcha otro de los forzudos. Y el micro arrancó, raudo y alegre, con el orgullo de la tarea cumplida.

Claro que no hace falta ser de "Excursio", ni barrabrava, para experimentar esos sentimientos. Sin pasar al acto, muchos integrantes de la clase media urbana, la clase media recuperada y también algunos de la clase media alta compartirían esa deducción sobre el tipo de las zapatillas caras.

¿Está mal tener plata y mostrarla en Argentina, aunque se trate dinero legítimo? ¿Por qué la cultura argentina del dinero se conecta con la culpa, el ocultamiento y la sombra de lo que fue obtenido con malas artes o a costa de otros? ¿Por qué muchas veces leemos, casi en términos lineales, la pobreza como bondad y la riqueza como perversión? ¿Por qué hay un ranking público de ricos en Estados Unidos y aquí es un secreto de Estado?

La sociedad argentina es aluvional, como dice la socióloga Ana Wortman, y la riqueza no depende de un título nobiliario o del nivel educativo. Es decir: potencialmente, cualquiera puede hacerse rico en Argentina, con un cambio de modelo económico, en una sola generación, ¿No es esa sensación de ganancia rápida, pero no democrática, la que más sombra arroja sobre nuestros prejuicios con el dinero? Y esos prejuicios, ¿qué lugar ocupan para que siempre nos vaya mal como país?

El aumento de la inseguridad en los últimos años, la falta de distancia social entre pobres y ricos -entendida como carencia de respeto hacia el poderoso, tal como apunta el politólogo Guillermo O Donnell en su estudio comparado entre las culturas brasileña, más elitista en este punto, y la argentina-, la influencia del catolicismo y la herencia cultural europea, antes que norteamericana, son elementos que fueron configurando, a lo largo del tiempo, esta relación difícil entre los argentinos y el dinero. Además, por supuesto, de una lamentablemente larga lista de anécdotas sobre riquezas mal habidas que tienden a reforzar la desconfianza y los prejuicios.

Hay también algo muy argentino, pero que se engarza, a la vez, con la cultura del capitalismo global: la posibilidad (y la ilusión) de hacerse rico en poco tiempo. El boom inmobiliario de los últimos años K ofrece muchos ejemplos de riqueza súbita. Pero eso de hacerse rico en poco tiempo despierta también sospechas: "Son las ganancias rápidas asociadas al tráfico de influencias, un procedimiento que no es democrático porque tiene que ver con la posición estratégica que ocupan esas personas", reflexiona el sociólogo Eduardo Fidanza, director de la consultora Poliarquía.

Es que la Argentina fue y sigue siendo una sociedad móvil, completa Wortman, aunque obviamente que de una manera diferente de la movilidad que fluía hasta los años setenta, cuando se quebró el modelo productivo. Pero lo cierto es que es posible hacerse rico en pocos años, lo cual alimenta la idea de que cualquiera puede lograrlo. "Por eso, la gente acepta bien que un famoso o un futbolista aparezcan súbitamente en el escenario de los ricos, porque son excepcionales, pero no alguien como uno. Y es allí donde se desconfía", agrega.

Hay algo que es obvio: la riqueza -y sobre todo su exhibición ante la mirada de los otros- dispara sentimientos intensos en el imaginario argentino, sobre todo después de la crisis de 2001, que no sólo nos dejó un país más desigual sino que además -en esto coinciden Eduardo Fidanza y el doctor en Ciencia Política Marcelo Cavarozzi- inauguró una nueva cultura que estigmatiza la riqueza ostentosa, en clara oposición con la cultura de los noventa. De ahí que mostrar lujo o, simplemente, querer ganar dinero resulta un lugar incómodo y puede disparar toda una gama de emociones tóxicas, como resentimiento, culpa, vergüenza, inadecuación, odio, envidia, inseguridad y la sospecha.

"El 2001 hizo caer la matriz", alerta el CEO de la consultora de mercado CCR, Guillermo Oliveto, que suma su punto de observación, desde el marketing .

¿Quién se atrevería hoy a hacer público desembozadamente que le encanta ganar plata o a mostrar libremente consumos caros cuando las sombras demoníacas podrían caer sobre él?

Claro que esta "matriz" no siempre fue igual a lo largo de la historia y ya había conflicto con el tema mucho antes de 2001. Cavarozzi, decano de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad de San Martín, recuerda: "La admiración que sentían los argentinos en las primeras décadas del siglo XX por el progreso social no incluía, por cierto, un juicio negativo sobre la riqueza. Era el tiempo en que, en París, se decía ´rico como un argentino . Lo que es cierto es que esa clase próspera, vinculada al modelo agroexportador, nunca fue considerada un ejemplo o heroica, como sí podía serlo el self made man para los americanos".

Precisamente, la caída del modelo agroexportador, la crisis del 30, la irrupción del peronismo y, más tarde, el rodrigazo, Martínez de Hoz, el auge del capital financiero y el menemismo fueron sacudones que marcaron quiebres y cambios en esta relación difícil entre los argentinos y el dinero.

Claro que los argentinos de esta década no ocultan lo que tienen cuando viajan a Punta del Este o a Miami, por ejemplo. Bien lejos de las miradas argentinas, el turismo criollo vip no se priva de mostrar sus Hummer, sus Audi, sus Mercedes Benz Smart For-Two, ni tampoco de contar abiertamente, en una heladería, que sus vacaciones familiares costaron 10 mil dólares, tal como relata Oliveto que escuchó, al pasar, este verano en el Este.

"Sólo se habla de dinero en círculos blindados -explica Oliveto-, entre pares. También aquí, en Buenos Aires, la clase alta y media alta tiene un circuito, al que yo llamo ´escalectric (cerrado y circular), de circulación del dinero: se mueve en tubos de seguridad, pero con valores distintos a los de los noventa. Hay mayor sensibilidad hacia el afuera", señala.

Pero, ¿por qué sólo hablar libremente de dinero en tubos de seguridad, entre iguales? ¿Hablar de plata o de cuánto uno gana puede ser más tabú que el sexo? El doctor en psicología Sergio Rodríguez, integrante de la institución Psyche Anudamientos, lo mira desde su paradigma lacaniano: "Entres pares, se está más pendiente de la competencia, pero hay menos temor a la envidia, que es un sentimiento mucho más destructivo, tanto para el que la siente como para el destinatario. Con la envidia, pueden dañarte. La competencia, en cambio, tiende más a buscar mejorar la performance propia".

Los head hunter (cazadores de altos ejecutivos) la tienen clara en este punto. "Aquí hay cosas de las que directamente nadie habla jamás; a veces, ni siquiera con la propia esposa, sobre todo cuando se gana mucho dinero. Las compañias, por supuesto, blindan las remuneraciones más altas. Es que, a ver ...si vos ganaras tres millones de pesos en Argentina, ¿lo dirías abiertamente?", desafió a esta cronista un prestigioso head hunter de una de las consultoras multinacionales más importantes del mundo, con base en Buenos Aires.

En Estados Unidos, es cierto, se sabe todo, y en Europa se sabe bastante más que en nuestras tierras. Las compañías norteamericanas que cotizan en la bolsa están obligadas a publicar cuánto ganan sus ejecutivos y transparentar qué beneficios reciben: si tienen o no derecho a un jet; si ganan un millón de dólares como base o más.

El ranking de los más ricos no es un secreto de Estado en el país del dólar.

Nadie hace plata trabajando

Basta hurgar un poco en la memoria colectiva para que, enseguida, surjan escenas bien ilustrativas: la histórica frase del inefable Luis Barrionuevo cuando en los noventa vaticinó que, en este país, nadie hace la plata trabajando; Néstor Kirchner culpando exclusivamente a los ricos y poderosos por la desdicha argentina; el dueño de un BMW atrincherado en el country, negándose a pagarle a Montoya las patentes de su auto; ricos y famosos traficando influencias para traer vehículos vip con franquicia diplomática para evadir impuestos. Ni qué hablar del dinero ahorrado, que de pronto puede desaparecer en un parpadeo, como ocurrió con el corralito.

En su ensayo Ideas Falsas: moral para gente que quiere vivir , Alejandro Rozitchner desmonta 41 creencias distorsionadas de los argentinos, entre ellas las que asocian la riqueza con maldad y viceversa. "Ser pobre no es ser bueno; es ser pobre. El pobrismo es sólo una visión del mundo", apunta, en su provocador manual. Desde su perspectiva psicoanalítica, Sergio Rodríguez explica por qué germina esta creencia: cualquier falsa creencia, por más distorsionada que sea, tiene una parte de verdad, de lo contrario no prendería en el inconsciente colectivo. "Es que, el no tener, por definición, no puede generar acusaciones de abuso o apropiación", aclara.

Wortman, investigadora de la UBA que acaba de publicar Construcción imaginaria de la desigualdad social, un libro sobre la transformación de las clases medias en los años de la post crisis, asegura que "las personas parecen despojarse de responsabilidades colectivas a medida que crece el enriquecimiento personal; parecería, entonces, que siempre hay una trampa en el enriquecimiento, algo que no se puede contar. La tendencia a ocultar el nivel de ingresos está ligada, entre otras cosas, a evitar pagar impuestos o a mantener en negro al personal". Las crónicas periodísticas parecen darle la razón a Wortman: el escándalo de lo vehículos vip que ingresaron al país con franquicias diplomáticas para evitar el pago de impuestos fue protagonizado por los que más tienen en Argentina.

Claro que las cosas no se ven igual desde todos lados. Por ejemplo, para el empresario Eduardo Marty, creador de la ONG Junior Achievement, destinada a fomentar el espíritu emprendedor en los chicos, pagar impuestos en exceso es una traba para el capitalismo emprendedor. Fiel a la filosofía Ayn Rand, Marty cree que levantar el perfil, en Argentina, es exponerse a los "deprededaroes". Claro que para él los depredadores no son sólo los que miran con envidia, o los que podrían robarle, sino también los organismos recaudadores de impuestos.

"Tener plata en Estados Unidos es un recordatorio de tu inteligencia y ´ make money significa ´hacer dinero; no quitárselo a alguien", agrega Marty, un poco en la línea del japonés Robert Kiyosaki, autor del best seller Padre Rico, Padre Pobre , que alienta un cambio de paradigma para la cultura financiera de la clase media. Quienes se dedican a vender, como Oliveto, aseguran que el de Kiyosaki es un libro culposo en Argentina, de esos que uno tiene que forrar para poder leer tranquilo en el subte.

El analista venezolano Axel Capriles, quien estudió los traumas latinoamericanos en relación con el dinero y con el espíritu emprendedor, bucea en nuestras tradiciones culturales y enciende una luz roja en relación con la herencia cultural hispánica, por la manera en que ella bloqueó el desarrollo de la cultura empresarial y la racionalidad económica que hicieron prosperar al resto de Europa. Según Capriles, América latina, y no sólo la Argentina, es hija de la disociación y represión del dinero en el alma hispánica, alimentada por las restricciones del catolicismo. El protestantismo, al revés del catolicismo, y tal como Max Weber lo expuso en uno de sus libros cumbre, La ética protestante y el espíritu del capitalismo , conecta la prosperidad de un individuo con el hecho de haber sido bendecido por Dios.

Pero la Argentina tuvo, además, el estallido -en todos los sentidos- de 2001, y ése es un punto de inflexión clave, también para la relación con el dinero. Para Eduardo Fidanza, a partir de la crisis y en coincidencia con la era K, se instala un nuevo clima de época que, por otra parte, Néstor Kirchner supo captar muy bien. El ex presidente exculpó a la clase media por sus responsabilidades, dice el director de Poliarquía, y construyó una novela sobre la desgracia argentina cuyos culpables son exclusivamente los ricos y los poderosos.

A este cuadro se suma, sigue Fidanza, que el 2001 efectivamente nos dejó un país brutalmente desigual, mucho más que antes. Y también se suman, claro, causas estructurales e históricas. Como recuerda Wortman: "La oligarquía argentina siempre fue muy consumista y ostentosa, sobre todo en las primeras décadas del siglo pasado. Pero ocurre que, desde esas primeras décadas hasta la crisis del 30, los ricos y los pobres no compartían espacios comunes. "A principios del siglo XX, cada clase social era perfectamente distinguible en una calle de Buenos Aires. Había una correspondencia entre el ser y la apariencia, y por tanto una distancia que podía no subrayarse, ya que era suficientemente explícita", agrega el profesor de la UBA y autor de Los cuatro peronismos , Alejandro Horowicz.

Sin embargo, ya en aquellos años, dice Cavarozzi, la Argentina era más igualitaria que otras sociedades latinoamericanas: "Vivimos en una sociedad en la que la distancia social con la clase alta no tiene el mismo significado que en Brasil. Aquí no hay reverencia hacia los ricos".

Pero es el surgimiento del peronismo lo que vino a marcar un hito en esta historia de la riqueza material, el dinero y la irreverencia. Como asegura el historiador Tulio Halperín Donghi: el peronismo fue una revolución social, sin una revolución política. El salario real creció el 25 por ciento en cuatro años, entre el 45 y el 48, recuerda Cavarozzi: "hay pocos ejemplos mundiales de un crecimiento semejante en el poder de compra salarial, aunque eso haya significado desajustes severos en nuestra economía". Horowicz agrega que el peronismo cambió la noción de ciudadanía porque antes, para ser ciudadano, había que ser patricio.

Así en la trama argentina, nuestros traumas con el dinero no pueden buscarse en un solo lugar ni achacarse a una sola variable. Tema complejo y tabú si los hay, todas las razones juntas parecen haber quedado archivadas e influir desde nuestro inconsciente colectivo.

De Puerto Madero a Palermo

La nueva clase alta, que ha incorporado valores más globalizados, cultiva un perfil de dinero “cool” –con plata, pero sensibles– y tiene como puntos de referencia urbanos a Puerto Madero Este –el hotel Faena es el ícono de la nueva clase alta argentina– y a Palermo Soho, en lugar del Puerto Madero tradicional, más ligado a los noventa. Consumen tecnología, autos de lujo (aunque con mucha más cautela, dirá Guillermo Oliveto), hoteles boutique –más íntimos, menos show off–, cultura gourmet y étnica, y valoran la ecología, la diversidad. “Hay un cuidado por el afuera y hay más transparencia. Son muy ‘my way’, estilo propio. Está claro que hoy, cualquiera que haga un negocio grande, tiene que dar explicaciones”.

Según fuentes empresarias y datos de 2007, el segmento ABC1 está compuesto por el 5 por ciento de la sociedad argentina: son 500 mil hogares o 2 millones de personas. El 1 por ciento más top del 5 top tiene un ingreso familiar mensual promedio de 47 mil pesos, y si a la clase alta le sumamos la clase media alta, tenemos unos 8 millones de personas, sobre 40. En el piso de la pirámide, 10 millones de personas, muy por debajo de la línea de pobreza, con 370 pesos de ingreso familiar en su núcleo más duro.

Con culpa

“Cuando era chico, en Necochea, asociaba ser rico con algo perverso porque así me habían educado – cuenta el ejecutivo César Bayarsky, gerente comercial de Radio Palermo–. Los argentinos no creemos realmente en el progreso, ni en el capitalismo. Hay una reivindicación de la pobreza, como si ser pobre fuera sinónimo de ser bueno. Hay un culto al nihilismo: el que no cree en nada, ni en nadie, el que dice que todo va a ir para peor, ese sí que la tiene clara, pensamos. En cambio, el que confía en el país o en sí mismo para generar recursos es un tarado o un ingenuo. Cuando entré en la facultad para estudiar psicología, había que ser de izquierda sí o sí. Me costó pensar distinto y cambiar mis creencias: empecé a creer que no estaba mal querer ganar planta y que, si yo creaba riqueza, también podría crearla para otros. Me instalé en Buenos Aires, inventé un negocio que no existía: radio para pequeños emprendedores. No tenía red, no tenía familia con dinero y pude crecer, quizá por eso, porque sabía que no tenía red. Pero sólo pude hacerlo cuando me di cuenta de que ser rico no era sinónimo de ser perverso; al contrario: sólo es libre el que genera sus propios recursos”.

Juan Pedro F., 56 años, casado, productor agropecuario, católico practicante, viven en un country de la zona norte; su hobby es coleccionar autos de lujo y dice: “En la Argentina, levantar el perfil es exponerte a los depredadores: la prensa amarilla te investiga, la AFIP te persigue. La gente que tiene fortuna anda escondida y no es sólo por la inseguridad, sino por temor a la mirada del otro, por miedo a la envidia. En los últimos años, además, no son los malos manejos de aquí los culpables de nuestro infortunio, sino los Estados Unidos, el FMI, el Banco Mundial, las empresas multinacionales, los empresarios argentinos o los que tienen campos. Uno de los subproductos que deja esta forma de pensar es el resentimiento. Una vez, mientras manejaba un Saab descapotable, tuve un incidente con otro conductor en Figueroa Alcorta y en un momento salió corriendo y me amenazó con un matafuego: me quería romper todo el auto. Por eso, el Saab prácticamente no va a la ciudad. Hay un circuito especial para los autos caros.
Andrea M, 42 años, instrumentista, esposa de un comerciante que ganó con el cambio de modelo económico K a partir del boom inmobiliario, vive en un barrio cerrado en Pilar: “La culpa que a mí me generó empezar a tener dinero hizo que terminara dejando mi trabajo, en el hospital de Pilar. Cuando mi marido cambió el auto, le pedía que me fuera a buscar a dos cuadras porque la culpa me mataba. No soportaba ver que mis compañeras a veces no pudieran llegar a fin de mes, mientras que yo me iba a México o a Europa. Vivía mintiendo, ocultando lo que estábamos logrando. Lo trabajé mucho en terapia, pero al final, me tuve que ir del hospital. Recién este año me pude relajar”.

Laura Di Marco

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