domingo, 10 de mayo de 2009

Un tal Ramírez

Es uno de los diseñadores argentinos que marcan tendencia. Una rara avis en el mundo de la moda: su propuesta –prêt-à-porter y de alta costura– tiene muy poco que ver con los códigos del consumo masivo. No hace concesiones y se podría decir que tiene algo de soviético, por la austeridad de sus creaciones. La suya es una ropa con ideología, con una intención estética y ética. Sus diseños son intensos, perturbadores. Como ocurre a veces en el arte, no siempre se puede decir que sean bellos, aunque a nadie dejan indiferente. Pablo Ramírez, de 36 años, hijo de padre mecánico y de madre ama de casa, pasó parte de su infancia en un taller, rodeado de rulemanes y tornillos. Su obsesión es el dibujo, del que se declara "un enfermo". Le encanta definirse como un "Billy Elliot con mal final" , invocando la película en la que un chico de un pueblo pequeño cuyo padre es profesor de boxeo sueña con ser bailarín.

Ramírez es teatral, pero de un teatro que podría situarse en Federico García Lorca, o en el existencialismo. Cuando recuerda su infancia, lo hace con cariño y con mucho sentido del humor: "No me gustaba ir al taller de mi papá. No me gustaba la suciedad, el aceite, el olor. Pensaba: qué asco estar acá. Y cuando él me decía "hacé las facturas" y me dictaba "arreglar árbol de levas", nunca entendía los nombres y siempre terminaba anotando mal. En cuanto él se distraía, yo daba vuelta el talonario y empezaba a hacer dibujos. Me acuerdo de las discusiones que generaba: "¿No te das cuenta? Esto es un taller mecánico, ¿a vos te parece que en un talonario de facturas puede haber dibujos de mujeres con taco aguja y corsé?".

–Hay un antes y un después en los diseñadores. A partir de la creación de la carrera Diseño de Indumentaria, se instala la idea de que ésta es una profesión universitaria, y un negocio. Dejó de ser algo frívolo para pasar a ser algo vinculado con la industria.

–Leyendo las notas a Gino Bogani y a Christian Lacroix, a este último le preguntaron qué quería ser desde chico, y él contestó: "Christian Dior". Me pareció una genialidad. Esos creadores, trabajando en Europa o en Estados Unidos, se acercaban a los talleres de los grandes maestros y empezaban a trabajar así. Pensaba: "¿Voy a ir a decirle a Bogani yo quisiera trabajar con usted para ser su sucesor"? No me entraba en la cabeza. En cambio, cuando apareció la carrera, me dije: "Bueno, ahora sí existe una forma de hacerlo".

–A usted se lo considera un número uno, el diseñador que marca la diferencia en la moda de hoy en la Argentina. ¿Por qué?
–Aprendí y reconocí el problema de la falta de identidad en la moda argentina, que tiene esa idea de seguir tanto la tendencia, de hacer lo que se vende... Yo estaba trabajando en marcas, y no podía creer que nadie quisiera tener una identidad propia.

–¿Esta actitud es solamente argentina o es una conducta generalizada en la moda?
–Es argentina. Desde los 90, uno va a un shopping y, si cambia los carteles de las marcas en los negocios, no se da cuenta de quién es quién. En el ’89, cuando vine a Buenos Aires a una charla que se daba en el Colegio Nacional de Buenos Aires acerca de las carreras en la Facultad de Arquitectura, nos dijeron que la que más proyección tenía era la de Indumentaria. Sin embargo, todos nos decíamos: "¿De qué vamos a trabajar nosotros?"

–Pero era cierto. Hoy, la industria de la moda tiene proyección. Sin embargo, usted tiene una mirada más artística que comercial.
–Sí. Mi fantasía es llegar a ser director de cine, aunque no esté haciendo nada con respecto a eso. Esa es la meta: antes que verme como un mega- empresario de la moda, me veo como un director de cine. Porque me interesa mucho la imagen, y es lo que trabajo; además, la moda es fantasía y es comunicación.

–¿Qué personaje tiene una carrera que le interesa?
–Creo que Karl Lagerfeld es un ejemplo para seguir. Desde su rigor hasta su visión, así como su carácter múltiple. Es alguien que da la impresión de poder hacer todo: hotel, ilustrar libros... Tiene una precisión muy especial.

–¿Qué cosas lo inspiran?, ¿la tele, las revistas?
–El cine, los libros y la ciudad en general. A mí me encanta Buenos Aires, su arquitectura, y la gente grande. Por ejemplo, a mí, las señoras me fascinan: son una fuente de inspiración inagotable.

–¿Dónde va a buscarlas?
–Las veo todo el tiempo, las encuentro, no importa de qué barrio o de qué clase social sean. La antigua concepción de elegancia se conserva. Hace dos años, en el Malba, hice una puesta para la cual elegí tres prendas que definen la sexualidad: el pantalón, lo andrógino; el saco, lo masculino; y el batón, lo femenino. Esta última prenda, de algodón o de jersey, con un cinturón rojo y la boca pintada de rojo tiene que ver con una actitud de elegancia y de coquetería femenina que me interesa mucho.

–Los modistos en general parecen dirigirse a los personajes del show business. No da la sensación de que ésa sea su mirada.
–Estoy queriendo dejar de hacer el vestido a medida porque me doy cuenta de que es algo muy caprichoso. No tiene justificación: mi moral no me lo permite. ¿Qué es esto de que te diseñen un vestido? Me parece que está fuera de escala. Es más, esto casi no sucede en el resto del mundo. Por esto también es que te digo que la moda argentina está desfasada. ¿Qué mujeres de mucho dinero, en París o en Nueva York, se hacen un vestido a medida?

–Algunas princesas…
–Se los hacen a las princesas, a las árabes, que son las que consumen la alta costura. Yo quiero hacer ropa que esté colgada en el local y que la gente pueda probársela. De todos modos, no niego que hacer vestidos a medida me sirve porque experimento. Pero, como soy medio fóbico, me cuesta enfrentarme a cierta gente.

–Hablemos de su concepto de elegancia. ¿Es una línea, es negro, es blanco, sin demasiados escotes? ¿Es una mirada alejada de la vedette?
–Me siento como una especie de terrorista, tengo una actitud combativa: a mí no me importa que se use el estilo vedette. Una vez, una señora del Opus Dei me dijo en un desfile: "Qué decente es lo que hacés". Me encantó.

–¿Hay una ética en su trabajo?
–Ojo: no pasa por lo asexuado. Por ejemplo, para mostrar las rodillas hay que tener cierta edad. Si yo hago una falda que muestre las rodillas para alguien que no las tiene bien, me siento mal. Acá no se hacen minifaldas porque mi postura es no hacerlas. Estoy pensando en algo democrático: que sea para todo el mundo igual.

–Usted tendría que haber vivido en la Unión Soviética.
–Tengo esta postura soviética, pero no me gusta el totalitarismo. Si salgo a la calle y veo que están todas vestidas de Ramírez, con las polleras por abajo de las rodillas y de negro, creo que me muero. Empezaría a usar rayas, colores; me convertiría en otra cosa. Yo me siento un rebelde.

–Es interesante cómo usted, intuitivamente, hace la diferencia entre rebeldía y revolución.
–Si yo viviera en un país donde ya se visten todas de negro, haría otra cosa.

–Ese es su sello: algo del orden de la austeridad.
–Yo hice una colección que se llamó Pueblo, en el Hotel de Inmigrantes, inspirada en los inmigrantes y en los trabajadores. Y cuando sucedió lo del 2001, hice una colección que se llamó Patria, porque sentí que si me quedaba acá, haciendo ropa con nada, era como ser un patriota. Me impactó ver a la gente en la calle. Un día iba en un colectivo por Belgrano, y vi a un tipo en la calle que sacó unos parlantes y se puso a cantar el Himno. Me puse a llorar. Tenía el patriotismo relegado: era aquello vinculado con los actos escolares. Pero en ese momento, mi idea cambió.

–¿Le hubiera gustado vestir a Evita?
–(Categórico, pero tranquilo) No.

–¿A qué personaje de la historia le hubiera gustado vestir?
–A Dulce Liberal Martínez de Hoz.

–¿A Victoria Ocampo?
–Victoria me encanta; pero a Silvina Ocampo me hubiera encantado conocerla, porque soy fanático de sus cuentos. Tengo mucha afinidad con Silvina, una afinidad que tiene que ver con esos mundos imaginarios, esos personajes. Me gustaría haber vivido lo que ella vivió. Es la más interesante de las Ocampo. Además, ella estuvo casada con el hombre más elegante de la Argentina. Es genial para mí.

–¿Qué mujer marca tendencia en el país?
–(Lo piensa) No sé si Susana Giménez marca tendencia, no en cuanto a lo que tiene puesto ahora; pero sí como icono, en el imaginario colectivo de las mujeres. Es más: las chicas de antes que querían ser la Susanita de Quino ahora que son señoras grandes quieren ser Susana.

–¿Y Mirtha Legrand?
–Lo que creo es que hacia Mirtha hay admiración y reconocimiento a lo que es ser una señora. Pero las mujeres argentinas no quieren ser señoras.

– ¿Las mujeres argentinas están a merced de la mirada del hombre? Y usted, ¿qué concesiones hace para la mirada del hombre?
–Descubrí que había hombres que podían disfrutar de la sensualidad del cuerpo tapado, o de la sugerencia, más que de "toda la carne en el asador". De todos modos, este grupo no es la mayoría, pero sí hay un cierto nicho de hombres, y de mujeres que están con estos hombres, que disfrutan de eso. Lo mío no es de mojigato, sino algo muy sexual y femenino que pasa por otro lado.

–Hay una generación de jóvenes –Celeste Cid, Natalia Lobo, Carolina Peleritti, Natalia Oreiro, Dolores Fonzi– que van bien con su estilo. Con eso que se llama cool: pasan del jean al vestido negro, y tienen algo intelectual.
–Posiblemente porque son mujeres que redescubrieron la femineidad desde otro lugar. Pasan de lo andrógino –el jean y la camiseta– a montarse en los tacos y saber llevarlos.

–¿Qué mujer argentina simboliza el estilo Pablo Ramírez?
–Me parece que Celeste Cid es una de ellas. Tiene la mezcla justa de inocencia y malicia, de misterio y fobia.

–¿Le gustaría vestir a Cristina Kirchner?
–Me parece que tendría que hacer muchas concesiones. Cuando apareció en la escena pública, y como no tiene nada que ver con la estética que yo trabajo, me generaba una completa resistencia. Tuve una guerra mental con ella; después, me di cuenta de que es muy bueno que se haya inventado a sí misma. Prefiero que tenga su estilo antes de que sea una fashion victim.

–Volvamos al concepto de elegancia. ¿En qué consiste ser elegante?
–Para mí, la elegancia está en la inteligencia, en la sabiduría, en el conocimiento, en los libros que leíste, en lo que viviste, en tu experiencia. Por esto es que, en mi opinión, las señoras grandes son elegantes: hay mucha experiencia en ellas. Es el caso de China Zorrilla o, en su momento, de Ana María Campoy. No se trata de mujeres que te vuelven locas por lo que tienen puesto, sino por la historia que tienen detrás. En síntesis, el conocimiento te da una cierta elegancia. Me parece que la elegancia no hay que buscarla afuera: es un camino hacia adentro.

–¿Lo ayuda aparecer en el show de los personajes? Por ejemplo, contar a quién vistió para el Martín Fierro.
–A veces sí, a veces no. Nunca fue un propósito. La única vez que lo pensé fue cuando Cecilia Roth ganó el Oscar. Años después se lo conté y me dijo: "¿Por qué no me llamaste? Me habría encantado". Y tengo una anécdota divertida. En la revista W, justo en el número que más se vendió, aquel en el que estaba Madonna en la tapa, también salió Mia Maestro con un vestido que me compró a mí. Y decía abajo: Mia Maestro wore Pablo Rodríguez (se ríe a carcajadas). Es genial: llegás a la W, con una actriz argentina, con tu ropa, que encima te la compró –no era de canje–, y aparece tu nombre mal escrito.

–Cuando ve el desfile en la alfombra de los Oscar, ¿a quién le dan ganas de vestir?
–A Anjelica Huston. Me encanta, la amo, me parece una mujer increíble. Y no es linda. Tiene todo. También a Fanny Ardant o a Isabelle Huppert.

–¿Cómo se lleva con el dinero?
–Tengo algo muy fuerte con la plata, vinculado con lo que es justo, con lo que corresponde. Pero me parece muy poco elegante hablar de plata. Me cuesta hacerlo, en determinadas situaciones. Cuando la gente viene acá, por ejemplo, yo siempre prefiero que los chicos arreglen todo el tema de la plata. Es como con el analista, con el que es incómodo hablar de plata.

–Porque uno confunde valor con precio. Y pone en juego su autoestima .
–Exactamente. Para mí, el tema de la autoestima es directamente proporcional al del dinero. Y esto lo heredé de mi padre. El era exactamente igual. A los argentinos les cuesta pagar por algo que no tiene brillo, o no tiene bordado, o no tiene piedras. Cuando llegan y ven las prendas colgadas en el perchero, creen que son trapos negros. Cuando se las ponen, hay una experiencia transformadora que cierra: se ve que hay un corte, un calce, una costura que hace que te veas de determinada forma. Pero es como decís vos: se trata de algo intelectual, sutil, inteligente. No es el adorno.

–¿Qué piden las famosas?
–Dicen: "Me encanta tu ropa, pero ¿de vuelta un vestido negro?" Yo respondo que eso es lo que hago. Pero insisten: "¿Y por qué no hacemos otra cosa?, probar con un color, hacer un tajo..." Es decir que muchas famosas vienen porque les fue bien con lo que llevaron, pero exigen otra cosa. Yo entiendo que estén buscando esa otra cosa. Pero lo que hay acá es eso.

–¿Qué música escucha?
–De todo. Mucho jazz, y también música francesa.

–¿El llamado de quién le daría felicidad en su trabajo?
–Hace un tiempo conocí a Juan Gatti, el director de arte de Pedro Almodóvar. Es un argentino genial: diseñador de arte, fotógrafo..., fue editor de Vogue Italia, de Vogue París; ahora está con Vogue de España. Vino a la Argentina para una campaña de carteras y decidió quedarse dos días más para ir a mi desfile. Esto me da la ilusión: que algún día Juan, a lo mejor, le dice algo de mí a Pedro Almodóvar.

Any Ventura

Hoja de vida
En 1990 ingresó en la carrera de Diseño de Indumentaria (UBA). Obtuvo la primera mención en el VII Concurso Alpargatas Tela y Talento (1994).

Trabajó en París, en la Consultora Misión Imposible. Realizó tareas de diseño, imagen y comunicación para Alpargatas, Via Vai, Gloria Vanderbilt, FUS USA, Sol Porteño y Adriana Costantini.

En 1999 ganó la primera mención de la Bienal Bridgestone.

En 2000 debutó con su etiqueta propia, Casta, en el ciclo Grandes Colecciones.

Entre 2001 y 2004 presentó las Colecciones Tango, Patria, Pueblo, Snob, Bodas, Fatal y Fiesta.

Realizó los vestuarios de El descenso de Orfeo a los infiernos, en el Teatro Avenida; 11 Episodios sinfónicos (Gustavo Cerati, Teatro Colón, 2002); Pampas, ballet de Miguel Robles (Teatro San Martín, 2003); Incrustations (Marilú Marini y Jorge Luz) y Ella en mi cabeza, dirigida por Oscar Martínez. Realizó una colección en homenaje al escritor Alberto Heredia (Museo de Arte Moderno).

En 2001 y 2004 fue distinguido como Mejor Diseñador por la Revista D-Mode de Bs. As.

En 2002 recibió el Premio Tijeras de Plata (Cámara Argentina de la Moda) como Diseñador Revelación.

En 2005 fue Mejor Diseñador Identidad Propia.

La Fundación Konex lo convocó para la tragedia Hipólito y Fedra. La editorial inglesa Phaidon lo incluyó –junto con otra diseñadora argentina, Jessica Trosman– entre los diseñadores más influyentes, en el libro Samples (Phaidon).


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