domingo, 10 de mayo de 2009

Lo que es moda e incomoda

No le había preguntado el nombre —ni el signo, ni si trabajaba o estudiaba, más que nada porque las mujeres no estudiaban ni trabajaban ni tenían permitido demostrar personalidades tan disímiles como Géminis y Capricornio—, no había anotado su celular en su celular y, ni siquiera, sabía su nombre. Su zapato era su rastro, su seña, su identidad, su huella. Con su zapato —za-pa-ti-to, en una no inocente minimización del pie de la damita de deseo— el príncipe buscó a la princesa. Las hermanastras malas —sinónimo de feas— tenían el pie grande —sinónimo de malas y feas— y la princesita desdichada —sinónimo de buena— tenía el pie chiquito —sinónimo de linda— que la hizo dejar de ser Cenicienta y pasar a ser la protagonista de un cuento de princesas.

Lo raro no es el cuento —que ya sabemos todas— que hacía de una mujer frágil, bella, triste y delicada una princesa. Que hacía de una princesa una mujer que podía ser rescatada. Que hacía del rescate del príncipe la salvación para una mujer triste. Que hacía de un cuerpo chico —un pie pequeño— una puerta para esa salvación. Y que hacía de un bello zapatito de cristal una llave para esa titilante fantasía de dejar de fregar como Cenicienta para entrar a dar vueltas en un baile de palacio, sin más baile de tareas domésticas.

Lo raro es que esos zapatitos de cristal —de cuero, de goma, de charol, de gamuza, de cuerina, de strass, de...— siguen asomando a las mujeres a un mundo en puntas de pie. Igual que cuando las mujeres eran princesas o no eran nada y tenían que caminar sin hacer ruido (o hacerse notar), igual que cuando en la China las madres envolvían a las hijas entre telas que expulsaban el alma y apretujaban los dedos porque la belleza era tortura y la belleza eran pies chicos, igual que cuando las mujeres eran reinas de un mundo encerado y en patines (no rollers, sino dos franelitas para no marcar), igual que cuando las mujeres —literal— no caminaban, no hacían camino, no corrían, no trabajaban, no se desplazaban, no estudiaban, no se paraban a esperar o andar en colectivo. Lo raro es que el mito del pie chiquito y en punta siga siendo sinónimo de femenino. Y que aun las mujeres que se atreven a sacarse todo sin preguntarle al que se saca (o se deja sacar) el nombre, como el estereotipo de Carrie de Sex and the City necesiten hiperpoblar el ropero de zapatos.

Por supuesto, no son todas las mujeres las que se calzan tacos símil agujas, también están las plataformas —que al menos hacen de la altura una vereda personal con más altura—, las que acomodan las zapatillas para adueñarse del estilo que se quiere dar, las que eligen unas botas con apenas unos centímetros de elevación personal. Pero, más allá de las opciones individuales, es interesante que la medicina advierte —una vez más— sobre aquello que la moda dice que les queda bien a las mujeres y que, en realidad, les hace mal a las mujeres. Tanto que en un estudio de la Asociación Americana de Ortopedia, el 80 por ciento de las mujeres tenía un tipo de dolor en el pie y el 88 por ciento de ellas usaban zapatos que eran más pequeños que sus pies.

De taquito?

“Los zapatos de mucho taco generan un desplazamiento del pie hacia adelante que provoca alteraciones que empiezan a ser molestas”, apunta el traumatólogo y consultor del Hospital Garrahan Jorge Groiso, quien remarca: “Tendría que haber educación para la salud y no para la moda”. Coincide con él Gastón Slullitel, médico traumatólogo de la sección de cirugía de tobillo y pie del Hospital Italiano, que subraya: “El tipo de calzado que usan las mujeres es un condicionante claro de las patologías que se ven en las consultas diarias y esto probablemente se debe a que las mujeres argentinas privilegian los valores estéticos y la moda a otros aspectos funcionales”.

“Los zapatos de taco sitúan al pie en una posición que resulta antinatural”, remarca Slullitel. Con él coincide Lucía Leiva, docente y amante del pie descalzo. Sin embargo, muchas otras mujeres, como la guionista de televisión Cecilia Geraghty prefieren subirse a unos tacones que hagan más que transportarla. “Los zapatos son para mí la debilidad que no tengo por el chocolate. No puedo no mirar una vidriera de zapatos. Y sí soy capaz de hipotecarme por tener zapatos o botas nuevas. Puedo estar una temporada sin comprarme ropa. ¡Pero sin comprarme zapatos jamás! Al punto que si me gano el Loto me gasto la mitad en zapatos.”

Con el fervor a cuestas —o a cuestas de ella— la receta de Cecilia, casera y cotidiana, es sencilla: “Adherí al mito de que si no usás el mismo par de zapatos dos días seguidos nunca te van a hacer mal”, aconseja. En este punto, el traumatólogo Slullitel también ayuda a no demonizar esos amados stilettos rojos —capaces de levantar la autoestima o de dar ganas de pista— o hegemonizar en un mismo pie de igualdad todos los días y todos los gustos. “Tampoco es lo mismo usar una noche un taco que usarlo habitualmente. Si a las mujeres les gusta usar tacos por moda, que no lo hagan de manera habitual”, recomienda el traumatólogo del Hospital Italiano.

Virginia Pini, diseñadora, sigue esa receta: “Soy amiga de la comodidad: nada de zapatos con punta y mucho menos stiletto o aguja. Los tacos me gustan, pero me los compro más bien gruesos, amo las puntas redondas o cuadradas y también me gustan las plataformas, esas sí las uso altas, pero no muy seguido”.

Tal vez lo interesante de ese debate que está tan abajo como los pies es si la permanencia de la moda de usar tacos aguja, chinos, cuadraditos, en punta es un signo de la permanencia de los condicionamientos para empaquetar e impedir la movilidad (hasta social) de las mujeres. O si esa pasión por los zapatos que se renueva es un signo distintivo de los gustos, disgustos y cambios posibles en la vida de una mujer que —ahora también— quieren ser anulados o uniformados por el estándar del concepto de vida saludable.

Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género, de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, analiza el camino de un posible equilibro entre pies en alto y pies deslucidos: “Los zapatos de tacos altos refuerzan la imagen femenina como objeto de contemplación y del deseo masculino. Los tacos cómodos implican una representación de las mujeres como sujetos activos, más preocupadas por las tareas a cumplir o por las exploraciones a realizar, que por el logro de una exhibición exitosa. Es de esperar que las mujeres jóvenes logren una mayor autonomía subjetiva, que, sin renunciar a la seducción erótica, no sacrifique la comodidad y la libertad de movimientos. Mujeres que no sólo sean miradas, sino que también miren, toquen, huelan y saboreen el ancho mundo”.

Parte de ese sabor cotidiano por la vida también es la moda, no sólo como capa estética, mandato social o marketing, sino, también, como decisión personal y visual frente al mundo. En ese sentido, Mechi Bustos, curadora de estilos propios para Skip define el valor de ese último o primer detalle de cada mañana al vestirse (o desvestirse): “Los zapatos son importantes mensajeros del estilo propio de una persona, según la decisión de cada mujer primará el efecto estético o el confort y la salud. Las mujeres que tienen un estilo más sofisticado y sensual, independientemente de la edad, ven en los tacos objetos definitivos de culto e iconos máximos de su estilo con lo cual más allá de cualquier recomendación se mantendrán fieles a su uso”.

Pero, como dice Irene Meler, en las nuevas generaciones algo está cambiando. No por nada antes los 15 eran el bautismo de la feminidad —y ese bautismo tenía como ritos ornamentales la fiesta, el rouge y el permiso a los zapatos altos— y ahora sigue la fiesta pero con zapatillas botita. “Las adolescentes y jóvenes se abstienen casi por completo de vestir cualquier objeto que les resulte incómodo —asegura Bustos—. Sus pies, acostumbrados al continuo uso de zapatillas, chatitas y botas de horma ancha sufren una incomodidad aun mayor frente a estos elementos fetiches de tortura.” Las más grandes sí saben qué es eso de pararse con ganas de ver más lejos (aunque se pueda llegar a un lugar más corto), pero los zapatos especiales son para ocasiones especiales. “Las jóvenes adultas sólo siguen eligiendo los tacos para ocasiones como casamientos, eventos laborales y alguna que otra salida especial de fin de semana. Pero casi han quedado erradicados de su vida diaria”, define la curadora de estilos del portal de Internet ww.guardarropaskip.com

No sólo los zapatos definen marcas generacionales, también pisadas históricas. Este es el recorrido que traza Daniela Gutiérrez, investigadora de Flacso y ensayista sobre los zapatos como bienes culturales: “En la antigüedad, zapatos y sandalias definían a la Grecia clásica. Los zapatos suntuosos son del Medioevo y las botitas cortesanas del Renacimiento. Las geishas casi no pueden caminar pero tienen los pies limpios y puros. El pie más bello tiene capas, como la mariposa, en la costumbre de vendar los pies de las jóvenes en China. En la Primera Guerra Mundial aparecen las botas militares y con la Revolución Industrial se crean los primeros zapatos cómodos para que trabajen las mujeres. Pero un cambio radical es que cuando las mujeres empiezan a ser poderosas se suben a los tacos. Hay algo de elevación. Ellas son las que mandan. No necesitan zapatos cómodos para trabajar. Las enfermeras o las mucamas necesitan comodidad. Las que más decisiones toman son las que mejores zapatos tienen. Y la última etapa es la de limusinas para los pies: las súper zapatillas con la retórica de volar y el gusto por la liviandad”.

La relación entre la escala del taco y la escalada femenina es interesante. Para algunas mujeres subir implica usar métodos masculinos y vestimenta ultrafemenina, para otras llegó la hora de no tener que demostrar que se tienen más cualidades que un varón —ni más altura que la propia— para ocupar un mismo puesto y, para otras, dejar de usar tacos significa borrar las huellas más distintivas de su erotismo para no ser más miradas sensualmente que calificadas laboralmente. Mechi Bustos analiza cómo se plantan las mujeres laboralmente a través de sus zapatos: “Los tacos de por sí se asocian con la femineidad y la sensualidad, con lo cual, en organizaciones machistas, incluso podría llegar a ser hasta contraproducente para la imagen de una ‘profesional sólida y seria’ el uso de unos tacos demasiado altos o llamativos. Además, los códigos de vestimenta en el ambiente laboral argentino están siendo cada vez más flexibles, lo que hace innecesario desde lo funcional el uso de tacos. Con lo cual, los zapatos más utilizados en los entornos laborales son generalmente de cuero o de cuerina, negros o marrones, bajos o con pequeños tacos de 2 a 5 centímetros. Esto resulta una conciliación exitosa entre no perder la habilidad de caminar y preservar la formalidad y calidad integral del equipo”.

Elisa Sulkin, ejecutiva de una empresa multinacional, ejemplifica con su andar otra ventaja de los zapatos (¡no hay que hacer dieta para comprarlos!): “Soy lo que se llama ‘rellenita’. Tengo margen para usar tacos y esto me permite no sufrir con dietas interminables para bajar los kilitos de más, pero en cambio me MATA literalmente gracias a mis callos plantales que, luego de un par de horas, empiezan a reclamar”. No hay privación de dulce de leche, pero sí harakiri en los pies. “Subo las escaleras rengueando y descalza, clamando por las pantuflas. No hay caso, los tacos ayudan a alargar la figura, a pararse mejor, a la elegancia, pero, al menos en mi caso, todo eso lo cobran al final del día. Ni hablar de los tacos aguja, ésos ya los descarté. Porque puedo soportar el dolor, pero no el ridículo. No sé caminar con ellos, ya una vez se me clavaron en el asfalto justo cuando dio luz verde Libertador y casi muero atropellada al tratar de rescatarlos. Para salvarme (y salvar los zapatos que habían salido carísimos) tuve que sacármelos y salir corriendo descalza”.

Luciana Peker
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