lunes, 11 de mayo de 2009

El encanto de la sirena

Carla Bruni ha aparecido en las revistas por infinitos motivos: primero fue supermodelo de marcas de alta costura, después se la vio como novia de Mick Jagger, después simplemente como una belleza deslumbrante y hace poco como protagonista de un escándalo amoroso en Francia que involucró a escritores y filósofos. Pero después de todo eso sorprendió a medio mundo grabando quelqu’un m’a dit, una pequeña gema de la chanson française. Ahora, a los 39 años, editó No promises, un disco cálido y maravilloso en el que canta poemas en inglés de Auden, Yeats, Emily Dickinson y Dorothy Parker, entre otros.
Aparece muy de vez en cuando este tipo de sirenas que maravillan a todos, a pesar de prejuicios y resistencias. Prejuicios que en general tienen que ver con la belleza de las sirenas, que parece condenarlas a estar en exhibición, pero les prohíbe demostrar hondura, so pena de quedar como unas pretenciosas o, peor, como trepadoras que han usado de escalera el atontamiento de unos cuantos hombres poderosos.

Carla Bruni es la sirena del momento. Es hermosa y madura a sus casi cuarenta años, fue supermodelo, fue novia de Mick Jagger; es heredera de una empresa millonaria de goma y sus padres son el compositor clásico Alberto Bruni Tedeschi y la concertista de piano Marisa Borini. Además protagonizó en Francia un escándalo amoroso de lo más fino, como sólo puede producirse en un país donde escritores y filósofos aparecen en Paris Match al lado de la farándula más convencional. Hacia el cambio de siglo se enamoró de Raphael Enthoven, filósofo y discípulo del célebre y controvertido Bernard Henri-Lévy. Enthoven estaba casado entonces con Justine, la hija de su maestro. Para ambas hubo final feliz: Carla se quedó con el joven filósofo y Justine Lévy publicó una novela autobiográfica llamada Rien de grave, donde detallaba pormenores con nombres cambiados. El libro sacó a El código Da Vinci del primer puesto de la lista de best sellers y además consiguió críticas estupendas.

Entretanto, Carla grabó su primer disco, quelqu’un m’a dit, una delicadeza de chanson français que terminó sonando en todas partes y, por repetición, causó el efecto Norah Jones: es decir, si es tan popular y se usa como música de fondo de restós con velas sobre la mesa y comerciales de TV, no puede ser bueno. Error, porque tanto Carla Bruni como Norah Jones son muy pero muy talentosas, sólo que todavía le cuesta al esnobismo internalizado abrazar aquello que gusta muy fácilmente. Y ahora, felizmente casada con Enthoven y dueña de una gracia envidiable, grabó con ayuda de Marianne Faithfull (¿hablarán de Mick Jagger?) un disco en el que adapta poemas de Auden, Emily Dickinson, Yeats y Dorothy Parker. Y no suena pomposo. Suena hermosísimo y triste, como la luz amarilla del sol en viejas fotos, como una mujer hermosa que ya no es una jovencita y lee poemas sobre la soledad, como si se preparara para el otoño.

quelqu’un m’a dit (2002) y No promises (2007) acaban de ser cuidadosamente editados en la Argentina por el sello Random.

Mariana Enriquez

El camino de las lágrimas
Por Diego Fischerman

El susurro es una invención francesa. Como Carla Bruni. Poco importa que haya nacido en Turín; su educación sentimental, su manera de cantar en secreto, el veloz y amplio vibrato en el final de cada frase, tan à la Barbara, su forma de parecer sofisticada haciendo las cosas más sencillas, el coqueteo del arte con la frivolidad (o lo contrario) son franceses. Tampoco interesa, en todo caso, que en su nuevo disco, No promises, distribuido localmente por Random (igual que el anterior, quelqu’un m’a dit, en rigurosas minúsculas) cante en inglés y que los textos pertenezcan a poetas que escribieron en esa lengua. Eventualmente, en la tensión entre esos poemas de Emily Dickinson, W.H. Auden, Dorothy Parker o W.B. Yeats, esas músicas vagamente folk (americanas) y ese susurro francés, donde la ronquera asoma en cada sílaba sin terminar de declararse jamás, es donde radica uno de los encantos mayores de Bruni. Frank Sinatra fue quien descubrió las posibilidades del micrófono. Quien primero se dio cuenta de que ese artefacto permitía recrear la intimidad ante multitudes. Bruni, que no duda en aparecer en baby-doll en la portada del CD –eso sí, leyendo, presumiblemente, un libro de poesía– lleva esa posibilidad (o esa fantasía) de intimidad hasta el extremo de lo posible. Y más allá, si se piensa que lo suyo es de una virtualidad absoluta. ¿Cómo musitar sin ser inaudible? ¿Cómo hacer que esos murmullos y bisbiseos se impongan a una guitarra eléctrica que, a su manera, también toca en secreto? La relación entre las intensidades de los distintos sonidos que conforman el universo de Bruni es imaginaria. Pero lo verdaderamente interesante es otra cosa. Lo que hace que este disco trascienda la mera banda de sonido francesa para momentos íntimos (o la banda de sonido íntima para momentos franceses, si se quiere) es la naturalidad con que suena una estrofa como “And I’ll forget the way of tears / and rock and stir my tea / but oh I wish those blessed years / were further than they be”, en “Afternoon”, sobre un poema de Dorothy Parker. La fluidez con que esa frase magnífica –”y olvidaré el camino de las lágrimas”– se convierte en la letra de una canción que parece haber estado siempre allí, esperando.

Amour en ingles
Ella misma habla de los poetas, la música y el tiempo

Innumerables poetas franceses desde Verlaine a Rimbaud han inspirado el mundo de la canción. ¿Por qué decidió adaptar poemas en inglés para su segundo álbum? –Porque los poemas franceses que amo ya han sido cantados magníficamente por Léo Ferré, Jean Ferrat o Serge Gainsbourg. Prefiero adaptar el verso romántico de Auden, Walter de la Mare, Emily Dickinson, Dorothy Parker e incluso Yeats. Y es un gran placer cantar en inglés, un lenguaje tonal, musical y rítmico, que es realmente muy distinto al francés. El italiano también es muy musical. Uno empieza a hablar en italiano y enseguida cambian las tonalidades. Me sumergí en el inglés siendo adolescente, a través de artistas como los Stones y Bob Dylan.

¿La poesía y la música son inseparables desde su punto de vista? –Van muy bien juntas. Por ejemplo, cuando Ferré canta a Verlaine o a Rimbaud. No creo que la poesía, que tiene su propia musicalidad, realmente necesite a la canción. Por otro lado, la música tiene una mayor necesidad de poesía para que pueda entrar en un terreno más denso, más rico y quizá más oscuro. Por eso me enamoré de estos grandes poetas ingleses y norteamericanos que hablan con tanta nostalgia de aceptar su soledad. Me pareció interesante en nuestra época, que rechaza la soledad.

Está cerca de los cuarenta, el momento en que la gente sopesa su vida y le dice adiós a la juventud. ¿Por eso produjo un álbum melancólico? –A diferencia de la imagen que proyecto, soy una persona bastante sombría. Pero gracias al canto y la poesía, descubrí cierto placer en estar triste. Mi hermano murió mientras hacía el disco, y eso probablemente hizo que aflorara más esta tristeza. Estas canciones liberaron mi subconsciente. Pero no me gusta diseccionar ni analizar todo eso. Digamos que prefiero expresar emociones a dar explicaciones.

Sin embargo muchas la llaman una intelectual. –¡Pero si soy lo opuesto a una intelectual! Soy autodidacta, sigo mis instintos, no soy demasiado culta y toco de oído, espontáneamente. Tuve la suerte de criarme en la inmensa pasión de mis padres por la música. Eso me dio una base, una consistencia artística.

Junto a Louis Bertignac, que hizo la adaptación instrumental, su voz fue entrenada por Marianne Faithfull. –Sí, su sensibilidad y su amor por la literatura norteamericana e inglesa me ayudó inconmesurablemente. Su conocimiento de la poesía inglesa es increíble. Podría ser profesora universitaria. A los 60 todavía es impactantemente bella y tiene una voz extraordinaria.

¿Por qué llamó al álbum No promises? –Está tomado de un poema donde la mujer le dice al hombre: “No me prometas promesas, así no tendré que prometerte”. Más que una canción sobre la falta de compromiso, es una canción sobre el miedo a ser decepcionada. Yo soy lo opuesto. Hago muy pocas promesas y siempre las cumplo.

Una sensualidad poderosa y animal emana de la imagen que proyecta como artista. ¿Es su verdadera naturaleza? –Soy feminista. Y reclamo responsabilidad por esta sensualidad. La reclamo en voz fuerte y clara porque es parte de mi identidad como mujer libre. No olvide que vengo de una familia de clase media alta piamontesa, donde la mujer no es realmente libre. Empecé a trabajar por mi emancipación social a los 17, cuando me hice modelo, porque no quería depender de mis padres. Muchos de mis amigos me reprocharon esta actitud, que probablemente era un poco neurótica. Pero seré igual toda mi vida.

En su disco quelqu’un m’a dit se refiere al tiempo que pasa como “un bastardo”. ¿El éxito, la maternidad y una familia armoniosa la han reconciliado con el tiempo? –El tiempo no es mi enemigo. Es demasiado vasto, y no tengo el tamaño suficiente para combatirlo. Pero siempre sentí resentimiento por el paso del tiempo; pasar es todo lo que hace, y de una manera escandalosa, ¡porque termina en la muerte! Los poemas de Yeats lo expresan tan bien. Me viene a la mente, también, un texto del filósofo Raymond Aron, en el que proclama su rebelión contra el tiempo que se le está yendo de una manera tan cruel. Vuela demasiado rápido, todo pasa muy velozmente, pasa una vida y una tiene la impresión de que se trató de un cuarto de hora. Cuando pasa el cuarto de hora, una ya es vieja.


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