domingo, 10 de mayo de 2009

Jesús salva, Cristo vende

Es dura la vida del creyente, y más si es fundamentalista, evangelista y norteamericano. Además de vivir en una de las sociedades más comerciales del mundo, la más bombardeada de erotismo mediático y ciertamente la más enamorada del reviente nihilista, el norteamericano cristianísimo tiene un problema interno. Es que con los años de andar por la libre, sin un Vaticano que imponga la ortodoxia y dividido en cientos y miles de iglesias que compiten como shoppings por los fieles y sus diezmos, el protestantismo del norte se fue por las ramas. Una punta de una de esas ramas es la obsesión con el final del Nuevo Testamento, ahí donde se hacen las profecías del Apocalipsis. En estas pampas todavía católicas la palabrota se asocia a lluvias de fuego, anticristos y desastres varios, lectura incompleta a la que le falta un elemento crucial: antes de que comiencen las catástrofes, Cristo se llevará a los justos, a los justos que están con vida y a los que ya murieron, y a todos los niños, nacidos y por nacer. Millones de norteamericanos tienen como objetivo en la vida que Jesús los elija para salvarlos del desastre final.

El problema con tan noble propósito es el de siempre cuando se vive para una profecía, que los años pasan y pasan, y nunca pasa nada. El cristero deja pasar tentaciones, hace obra pía, estudia y estudia, dona y dona a su iglesia-shopping, vota a Bush y nada. Para peor, tiene que vivir con la curiosa psicosis de desear como culminación de su fe el fin del mundo y la muerte con dolores increíbles, de una mayoría de sus congéneres. Fue entonces que un dúo pintoresco vino al rescate anímico de los creyentes y, de paso, se hizo millonario más allá de cualquier sueño terreno o divino. Tim LaHaye, un pastor de pelo teñido a la cantor de tangos y con dientes de acrílico, y Jerry Jenkins, un grandote de barba blanca que escribió “más de cien libros”, se juntaron y crearon un género nuevo: la ciencia ficción para cristianos. Su historia, que derivó en decenas de libros y subproductos –versiones para chicos, novelas juveniles, CD, juegos de mesa, videos– es la del apocalipsis aquí y ahora, con Boeings y Naciones Unidas, misiles y computadoras. Los libros fueron escritos con la prosa de un Tom Clancy, con cristianos fervientes y conversos recientes como personajes de acción. Son, además, un universo profundamente venenoso y un caso indecible de masturbación mental.

El título paraguas de la serie es el del tomo inicial, Left Behind (Abandonados o Dejados atrás, dependiendo del gallego) que lleva el subtítulo de “Una novela de los últimos días de la Tierra”. El comienzo es de los que vienen listos a filmar: temprano a la mañana, hora de California, millones de personas súbitamente desaparecen en todo el mundo. Se esfuman literalmente, ya que dejan hasta la ropa y, si estaban manejando, sus autos siguen solos y se estrellan. Millones y más millones mueren en cosa de minutos en accidentes de auto y de trenes. En un detalle particularmente mórbido, todas las embarazadas sienten desaparecer a sus bebés y quedan “con las panzas desinfladas”. En todo este planeta no queda ni un niño que todavía no llegara a la pubertad y el despertar sexual.

LaHaye y Jenkins no se detienen más que en una página o dos a comentar el monstruoso trauma mental que un evento así significaría. Este no es un libro realista y no tiene el menor interés en construir sus personajes, en la psiquis o aunque sea en sus almas. El verdadero tema es “revelar” que el motor oculto de todo es Dios y sus designios, por lo que la única búsqueda permitida a los personajes es la de “renacer en Cristo”. El personaje central es un pobre pajarón presentado como un winner. Rayford Steele es piloto de un 747, alto, pintón y con “la autoridad natural de un comandante de aeronave”. Pero el pobre de Steele vive en la tentación, ojeando de cerca y soñando como un adolescente con una de sus azafatas que es un bombón. En casa, el comandante tiene a una conversa que encontró al Señor, ya convirtió a su pequeño hijo en un frecuentador de iglesias y descontó a su hija veinteañera como una pecadora porque va a la facultad. El libro no lo dice, pero la buena de la señora Steele le dedica más energía a predicar y rezongar porque Rayford no va a la iglesia que a otras cosas que suelen mantener los matrimonios.

El día en que comienza el Apocalipsis, Rayford vuela rumbo a Londres cuando desaparecen pasajeros, muchos pasajeros. Hay pánico a bordo, el capitán piensa en terroristas hasta que logra comunicarse con otro avión que le avisa que a ellos les pasó lo mismo, que Londres está cerrado y que hay que volver a Chicago. El mundo vive un día de confusión, con autopistas cortadas, saqueos, cierre de fronteras y rumores de guerra.

Aquí entra el segundo personaje del libro, el periodista Cameron Williams. Cameron es una estrella, apenas treintañero y lleno de premios, graduado en una buena universidad y vivo como una araña. Pero los autores nos recuerdan que es prácticamente un ateo y que no encontró ningún amor, por lo que sigue soltero. LaHaye y Jenkins piensan, como tantos neocristianos, que periodista es sinónimo de “racionalista y descreyente” y para cargar las tintas le agregan a Williams costumbres como tener pasaportes falsos y una pistola, como si trabajara para la CIA. Este personaje les permite describir un mundo donde la ONU casi gobierna, donde hay cuatro monedas regionales –todas las Américas usan el dólar, por supuesto– y donde ya ocurrió el primer milagro de la profecía. Resulta que en un flashback los autores nos cuentan que un científico israelí logró un superfertilizante que hace florecer, literalmente, el desierto, con lo que Israel se transformó en el país más rico del mundo exportando frutas, dato desconcertante para países ya fértiles pero no tan ricos. Los rusos atacan Israel para apoderarse de la fórmula, pero Yahvé, señor de las batallas, protege a Su tierra: los aviones rusos caen como monedas sin lastimar a nadie. Mueren cientos de pilotos y ningún israelí. Cameron ve el milagro en persona, pero como es “un racionalista” no percibe la voluntad divina.

Eventualmente los personajes confluyen en Chicago y van a la iglesia de la esfumada señora Steele, la única fuente de pistas que se les ocurre. Como no podía ser de otra manera la congregación se mudó en bloque al cielo, excepto por una viejita que resultó más pícara de lo esperado y por el amargado asistente del pastor, que confiesa que en realidad nunca creyó “con el corazón”. Bruce, ahora pastor en jefe, es el primer personaje del libro que tiene la posta y la revela llegando a las 200 páginas: lo que ocurrió fue el éxtasis, la elevación de los justos o los perdonados a la presencia divina. Hasta tiene un video para probarlo. El piloto y el periodista van y vienen de pista en pista y terminan convertidos. A Steele le cuesta admitirlo, porque teme que su hija la universitaria se vaya de casa. No tendría que preocuparse, ya que los autores necesitan crear una “unidad especial” con olor de santidad y la chica forma parte del plan, ya convertida. Resulta entre tierna y patética la escena en que ambos, padre e hija, se hincan de rodillas a rezar “como niños”.

Justo a tiempo, porque aparece en escena el Anticristo, un joven político rumano seductor y progresista, que termina funcionando como una suerte de presidente mundial. Que sea rumano es un guiño a las escrituras, que oscuramente avisan del lugar en que vendrá el marcado con el 666. Y que sea seductor es una manera de atar hilos, ya que el rumano tienta a los flamantes conversos con su discurso razonable y amistoso: apenas a tiempo nuestros héroes le ven las patas al chivo. La azafata coqueta termina de novia del Anti, seducida por la cocó y los diamantes. El primer tomo termina con los héroes formando una unidad de combate teológico-bélico, la Tribulation Force, para los siete años de tribulaciones que se vienen. Habrá guerras colosales, pestes y pestilencias, pecados y bacanales hasta que Cristo en persona vuelva a la Tierra, se ponga a la cabeza de los justos, gane la guerra y comience un reinado de mil años. Y luego el fin de los tiempos, de la creación.

A esta joyita le siguen siete libros más, uno por cada año de guerra celestial, con más de 400 millones de copias y el status de biblia paralela del evangelismo norteamericano. Su uso masturbatorio-mental es tal que un subproducto es el video de la iglesia de la señora Steele: un actor hace del pastor ya esfumado al cielo y le explica al ferviente cliente qué pasó y qué hay que hacer para ser un mejor cristiano y estar entre los elegidos.

Y todo por módicos veinte dólares.

Sergio Kiernan
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