lunes, 11 de mayo de 2009

Desde los Andes a la Tierra Prometida Regreso “histérico”

En el siglo XXI, hay un nuevo hombre de la bolsa merodeando en el mismo submundo sombrío que alguna vez fuera dominio de espectros y duendes: la histeria de masas. Olores fantasmales, enfermedades misteriosas y el pánico al terrorismo están minando la ciencia y costándole –en pérdidas de productividad y salarios– millones de dólares a las empresas y a los trabajadores. Conocida por el término más formal y políticamente correcto de "enfermedad psicogénica de masas", la histeria de masas se refiere a la rápida expansión de síntomas y signos de enfermedades sin base biológica alguna.
Constituye un problema serio no reconocido que crea una carga financiera en los servicios de emergencias, agencias gubernamentales y las escuelas o lugares de trabajo afectados. El miedo y la incertidumbre a menudo llevan a otros trastornos de ansiedad y problemas de salud relativos al estrés. Existen muchos ejemplos recientes.
lA mediados de diciembre de 2005, en la República de Chechenia, devastada por la guerra, docenas de alumnos primarios sufrieron dificultades respiratorias, dolores de cabeza y entumecimiento en algunas partes del cuerpo, entre rumores de que habían sido deliberadamente expuestos a gas nervioso como represalia por la masacre escolar en Beslan, en la que murieron más de 300 personas en 2004. Así, se cerraron escuelas, se incrementaron las tensiones políticas y fueron movilizados especialistas médicos desde Rusia. Una comisión del gobierno chechenio concluyó que los síntomas eran psicosomáticos y provenían de la "intensa presión psicológica causada por las prolongadas hostilidades en la República".
Durante 2005, en la Escuela de West Cedar en Waverly, Iowa, se indicó a un misterioso olor como la causa de fatiga, dolores de cabeza, picazón en los ojos y sequedad de garganta en aproximadamente el 10 por ciento del cuerpo estudiantil. Después de que el distrito gastara 170 mil dólares tratando de hallar la causa, los expertos informaron que no habían encontrado nada fuera de lo común. Todos los tests "que la ciencia tenía a su alcance" fueron negativos. A pesar de ello, el 41 por ciento de los padres querían que sus hijos fueran reubicados.
El 5 de diciembre de 2005, veintinueve alumnos de la Ridge Meadows Elementary School, en Winwood, Missouri, fueron enviados a sus casas después de que unas misteriosas manchas rojas aparecieran en el torso de los estudiantes y de varios miembros del plantel docente. La escuela cerró al día siguiente y un equipo especializado desinfectó el edificio. Pero cuando se retomaron las clases dos días después, aparecieron dos nuevos casos. Nunca se encontró la causa.
Con frecuencia, incidentes similares a los de Ridge Meadows terminan siendo enfermedad psicogénica de masas. En febrero de 2000, un caso parecido en Sudáfrica afectó a más de 1.400 estudiantes en trece escuelas. Los estudiantes manifestaron picazón al entrar a los jardines de la escuela; solamente un pequeño grupo dijo que aquélla continuaba una vez que habían regresado a sus casas. El incidente ocurrió mientras se relataban historias acerca de que la picazón había sido causada por adoradores de Satán o por un polvo que había sido colocado en los baños. Las entrevistas y cuestionarios determinaron que la expansión de los síntomas ocurrió cuando los alumnos veían a otros rascándose.
Palabra popular. Pero ¿qué es la histeria? Dicho simplemente, es la conversión del estrés psicológico en síntomas que simulan una enfermedad. En 1994, la Asociación Psiquiátrica Americana renombró el fenómeno, optando por el más políticamente correcto "trastorno de conversión", un término concebido por Sigmund Freud para describir la transformación de conflictos emocionales en síntomas físicos.
Debido al mal uso del término durante los dos siglos pasados, sobre todo para estigmatizar a las mujeres, se consideró que era apropiado cambiarlo. Sin embargo, histeria sigue siendo tan popular como siempre, como lo demuestra el continuo y amplio uso que tiene en revistas médicas y psiquiátricas.
La gente generalmente malinterpreta el término y lo usa para describir reacciones exageradas a cualquier cosa, desde los pronósticos ambientalistas nefastos ("histeria verde"), hasta el uso de drogas en el béisbol ("histeria esteroide") y las caídas del mercado ("histeria de Wall Street"). Además, cuando una persona, especialmente una mujer, está emocionalmente angustiada, a menudo se la describe como histérica. Por supuesto, esta gente raramente sufre de histeria verdadera, clínica, y de allí la confusión generalizada y el enojo con la palabra.
El hecho de recurrir a la histeria para explicar los episodios ocurridos en escuelas y otros ámbitos no significa que los afectados estuvieran locos o fueran propensos a una imaginación hiperactiva. Tampoco significa que todo "estaba en sus mentes": las reacciones fueron reales, pero también fueron generadas por la ansiedad.
Los incidentes ocurridos son comparables con un ataque de pánico colectivo. Ciertamente, muchos de los que sufren dichos ataques dudan de su diagnóstico y creen que tuvieron problemas cardíacos u otras enfermedades que por una razón u otra los médicos pasaron por alto. A menudo buscan segundas opiniones, incluso terceras y cuartas. Pueden rehusarse a tener entrevistas con psicólogos o psiquiatras. Al mismo tiempo, cuando los tests ambientales dan resultados negativos, no es inusual que se pidan nuevas pruebas o que se contrate a diferentes consultores. Los resultados negativos no se toman como evidencia de que no hubo amenaza alguna; se piensa en cambio que los tests son defectuosos o que la muestra no es lo suficientemente grande.
Es importante confiar en la evidencia científica y no complicar el problema con teorías exóticas e inverosímiles que no son avaladas por investigaciones científicas. Quizá el hecho de etiquetar a estos brotes como ansiedad grupal o ataques de pánico colectivos podría reducir el estigma y la controversia que suelen acompañar a estos episodios. Frecuentemente, la enfermedad y los síntomas son reales, pero el diagnóstico es muy desacertado.

Robert Bartholomew y Benjamin Radford
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