lunes, 11 de mayo de 2009

Washington y los impostores morales

Después de una semana de idas y venidas que tuvieron la prístina intención de confundir a todo el mundo, el senador republicano Larry Craig, víctima de una operación encubierta destinada a cazar infractores de las leyes de moralidad, ha decidido ratificar su intención de renunciar a su banca el 30 de septiembre.

La noticia llena de alivio a los miembros de su partido que se disponen a librar una batalla electoral y prefieren hacerlo sin la nube de un escándalo homosexual que oscurezca sus pretensiones. Pero si alguien sospechó alguna vez que la política nutre la hipocresía, no tiene más que analizar el affaire Craig con cierto detenimiento para convencerse.

Los hechos, brevemente, son como siguen:

Craig (senador por Idaho, 62 años, casado, padre adoptivo de tres hijas) fue arrestado el pasado 11 de junio en el baño de hombres del aeropuerto de Minneapolis. Todo cuanto Craig hizo fue golpear con el pie el zapato de un hombre sentado en el compartimiento anexo, un gesto que en la cultura gay se interpreta como una invitación sexual. El hombre resultó ser policía.

El 8 de agosto, Craig se declaró culpable de "alteración del orden público" y pagó una multa de 575 dólares. Según afirmó, su decisión de asumir la culpabilidad tuvo el propósito de evitar que el incidente se hiciera público.

El 27 de agosto, el periódico Roll Call , un semanario legislativo, informó del arresto y el escándalo ganó la calle. Al día siguiente, el diario Idaho Statesman publicaba una historia que incluía tres denuncias previas de incidentes homosexuales que involucraban a Craig.

Ese día, en una conferencia de prensa, Craig afirmó que el policía que lo detuvo había malinterpretado su gesto, que no era gay ni nunca lo había sido y que había cometido un error al no buscar asistencia legal antes de declararse culpable. Pero, presionado por sus pares, Craig anunció el 1° de septiembre su intención de renunciar a fin de mes.

En los días que siguieron, algunos amigos, entre ellos el senador Arlen Specter, instaron a Craig a reconsiderar su decisión y pelear por su caso. Craig contrató un poderoso equipo de abogados y una agencia de relaciones públicas y se dispuso a dar batalla, y anunció que buscaría anular su confesión de culpabilidad y que se proponía retener su asiento en el Senado y buscar la reelección.

"Los valores familiares"

La estratagema tuvo corta vida. Ante la creciente indignación de sus correligionarios y la posibilidad de que nuevas evidencias emergieran, un vocero de Craig informó anteayer por la tarde que el senador renunciaría, efectivamente, el día 30.

Lo cierto, sin embargo, es que Larry Craig ha sido mucho más víctima de su hipocresía que de los sutiles intercambios que sucedieron en el baño de Minneapolis. Porque lo que terminó sellando su carrera no fue tanto la sospecha de su homosexualidad (y los poco elegantes métodos desplegados para satisfacerla) sino su pretendida defensa de los "valores familiares" acompañada de una pública condena de la homosexualidad y una obstinada oposición al matrimonio gay, que hicieron que su nombre circulara profusamente en los blogs gays como un impostor moral.

Los hechos que provocaron su caída también son discutibles. El sexo consensual entre adultos no está prohibido en Minnesota; solo es punible la solicitación. El mero hecho de haber golpeado el zapato de su vecino, aun cuando se trate de un aceptado método de invitación sexual, no hubiera sido suficiente para condenarlo. Es evidente que Craig se asustó y creyó que declarándose culpable ayudaría a echarle tierra a todo el episodio.

Finalmente, está la ambigüedad con que la sociedad norteamericana, pese a su proclamado liberalismo, juzga los escándalos homosexuales. Si Craig le hubiera pinchado el trasero a una señorita en lugar de refregarle el zapato a un señor en un baño público, nadie estaría exigiendo su renuncia.

A comienzos de julio, el representante republicano David Vitter, un fervoroso defensor de la santidad matrimonial, apareció en la lista de clientes de una famosa madama de Washington. Cuando la evidencias en su contra comenzaron a apilarse, incluyendo el testimonio de la prostituta que solía frecuentar, Vitter admitió su responsabilidad y se disculpó ante Dios, su familia y su electorado. Pero nadie exigió su renuncia.

Larry Craig, en cambio, persistió en sostener su máscara y ni siquiera tuvo el coraje de defender sus debilidades.

Mario Diament
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