lunes, 4 de mayo de 2009

“No denuncio barbaries, las enuncio”

A través de 40 años, la palabra Aute ha significado muchas cosas. Ese muchacho que llegó despistado de Filipinas, donde había nacido, al Madrid de los cincuenta, el de Ava Gardner y Dominguín, el poscolmenero de Cela y Martín Santos, que se mareaba entre los esputos del franquismo y cierto glamour de limosna, no sabía entonces que su nombre iba a calzar muchos significados hasta en el siglo XXI. El joven Luis Eduardo quería ser pintor y retrataba la Gran Vía. Hoy ha conseguido en vida, por lo menos, la mitad de sus sueños en el arte. Pero también en la música, porque el tiempo en que fue idealista no ha pasado y continúa guitarra en mano ganándose la vida como no pensó que fuera a hacerlo cuando apareció su primer disco en 1967. Fue referente en el franquismo de la descomposición, componiendo un discurso comprometido con sus canciones, que sobrevivieron después a la transición, al primer simulacro de idealismo felipista, que criticó fieramente con temas como “La belleza”, o al delirio de la Castilla neocon de Aznar. Ahora sigue transmitiendo una firme ética ajena a los tiempos, y con su nuevo disco, A día de hoy, se lo ve más sereno. Puede que sea la edad, 63 años... Puede que sean las arrugas, que casi todo lo estiran, que todo lo encogen.

–¿Qué es? ¿A qué se debe esta serenidad? –Este disco ha salido reposado, cierto, pero no por voluntad propia. Es la edad, sin duda. Lo veo todo con más tranquilidad y eso se refleja en las canciones. Es diferente a lo que salió en Alas y balas hace cuatro años y medio. Por entonces se cocinaba la guerra de Irak y yo me encontraba más iracundo.

–Se cumplen ahora 50 años de canción de autor. ¿La reivindica? –Yo creo que hoy, los cantautores, vaya con la palabrita, por otra parte, son los raperos y los que hacen hiphop con sus virulentísimas peroratas. Pero yo niego el término. Salvo los triunfitos, que son sólo intérpretes, aquí todo el mundo hace canción de autor, los grupos y los solistas. Esa es una palabra, por tanto, desfigurada.

–¿Por qué se inventó entonces? ¿Por qué sus canciones llevaban una carga ideológica extra? –Yo no he sido muy de utilizar la canción como vehículo ideológico; ahora, es imposible ser insensible a lo que ocurre, no sólo individualmente, en las parejas, sino en tu entorno. Pero yo no hago canción política. No denuncio barbaries, yo las enuncio.

–Pero aquello ha sido un invento a prueba de bombas. Usted y sus compañeros, los Serrat, los Raimon, los Sabina, Víctor Manueles, siguen al pie del cañón, no ha podido con ustedes ni la muerte de Franco, ni la transición... ¿Cómo así, cuando grupos y cantantes anteriores y posteriores a ustedes han sido engullidos por las modas? –Insisto en que todos hacemos canción de autor, todos venimos de los Beatles, incluso más que de Dylan. De no haber muerto en esas circunstancias tan raras, me gustaría saber qué haría hoy Lennon. Pero creo que en nuestro caso lo que nos ha hecho sobrevivir es esa dimensión que compartimos y que debe tener todo artista, el vuelo mágico, un aliento poético en nuestras canciones. La poesía para nosotros es lo importante, el mito a alcanzar, lo que nos hace traspasar el espejo para transgredir la realidad: la obra de arte tiene ambición poética o no es nada. A mí me fascinan los magos, me gustaría ser David Copperfield, pero no para sacar conejos de la chistera, sino chisteras de los conejos.

–Por lo que se escucha en algunas canciones, sigue buscándose. ¿Se escabulle de sí mismo? –Ahora sé todavía menos que antes quién coño soy. Pero lo grave es que me pregunto con más insistencia si me habré equivocado o no. Aunque la conclusión a la que llego, de forma optimista, es que más vale arrepentirse por lo que has hecho que lamentar no haberlo intentado. Lo peor es tener la sensación de haber ido cumpliendo años y sentir que se te ha escapado la vida. Sé, por ejemplo, que he descuidado ciertas cosas importantes, mis hijos, mis padres, los amigos, la familia. La vida se va escapando mientras haces planes.

–Esas cosas son cruciales y “el resto es humo”, como dice otra de sus nuevas canciones. –Eso va contra esta sociedad de ganadores y perdedores. Ironizo contra esa dinámica.

–¿Ha llegado ese momento en su vida en el que tiene usted más que aprender de sus hijos que enseñanzas para ellos? –Esa es una auténtica lección de humildad. Lo que más me interesa en la vida es aprender. Y aprender de tus propios hijos es lo máximo, el colmo. Debemos ser conscientes de que ellos son lo importante, y nosotros, sólo su circunstancia.

–¿Lo han hecho menos egocéntrico, con lo que conlleva eso en un artista? –Le damos importancia infinita al concepto del yo. Para mí tiene la misma que el concepto de Dios, es al menos tan enigmático y tan misterioso como eso. El lo crea todo y yo también lo he creado todo a mí alrededor. No he perdido al yo como elemento de reflexión. Con el hecho de nombrar ese concepto ya la has cagado. Todo artista es egocéntrico, lo que no debe es caer en el narcisismo. Pero pienso que venimos del agua porque ése es nuestro primer espejo.

–¿Y la pintura? ¿Dónde queda en su vida? –Hace tres o cuatro años que no pinto. He dibujado. Hace poco salió un libro mío de dibujos, AnimalHada, y ahora saldrá otro: AnimalHito. Me quemé mucho con mi película Un perro llamado dolor, quedé aplastado, y, aun cuando pienso que en ella están reflejadas mis principales inquietudes como artista, no me satisfizo.

–Y los sueños del pasado, ¿se cumplieron? –Las cosas se han complicado un poco, pero de aquellas sacudidas han surgido visiones más lúcidas. Después del sueño, la realidad se ve de otra manera y quizá hemos renunciado a cumplirlo de manera colectiva, pero hacemos lo posible por realizarlo como individuos. Y eso ya es algo...

Jesús Ruíz Mantilla
El País de Madrid
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