domingo, 10 de mayo de 2009

Mercedes Sosa: La Negra Mayor (secretos evidentes)

Hay momentos en los que uno, Caminante Quieto, entra en desesperación. Por ejemplo, cuando es asaltado por ciertas preguntas: ¿cómo es posible que Maradona juegue a la pelota como juega? Que ya no juega. Sí que juega. Y cada día mejor. Como Gardel, que cada día canta mejor. Como Borges, que cada día prodigia mejor. Como Locche, que cada día torea sin banderillas mejor.

Eso, desesperante desesperación, es lo que le viene a uno cuando escucha a Mercedes Sosa y se pregunta cómo es posible que esta mujer cante así, desde y hacia tan lejos, y tan hondo, y con semejante eco. ¿Cuál es la harina de ese milagroso pan que es La Negra en estado de canción? No sólo cuál es la harina: ¿qué manos la fueron amasando, con qué levaduras, sufrimientos y goces se fue haciendo esa voz de semblante único que atraviesa los idiomas? Para saber qué hay más allá de este ser, más allá de sus cuerdas vocales, es bueno ver qué hay más acá. ¿Se puede explicar lo inexplicable? Intentaré un retrato, a partir de la materia menuda que quedó, viva, entre los pliegues de mi biografía Mercedes Sosa. La Negra. El libro lo escribí en el 2003, pero lo tejí a lo largo de cuatro décadas: compartí con Mercedes momentos que sólo posibilita la amistad, amistad que incluyó buenos ratos de discordia zonza. Y celebraciones, muertes, nacimientos, llantos, terrores, comidas hechas en nuestras casas, laaargos vinos. La conocí cuando despuntaba el Nuevo Cancionero, semillado por el compadre mayor Tejada Gómez, Oscar Matus, Tito Francia y otros. Mercedes, entonces cinturita de avispa, pronto se iba a embarazar de su Fabián. Siempre cantaba en las juntadas con Carlos Alonso, Luis Quesada, Antonio Di Benedetto, Dante Polimeni, Antonio Salonia, Benito Marianetti, Angel Bustelo, compadres del horizonte. Mediaban los 60, estábamos todos, éramos felices, y no nos dábamos cuenta.

Vayamos por momentos de vida de La Negra. Tal vez, entretejiéndolos, vislumbremos por qué canta así de lejos y de hondo esta mujer. Escuchemos sus secretos evidentes.

Raíces. "Una parte de mis raíces viene de Santiago del Estero, tierra de gente nacida para ser buena. Mis abuelos paternos se casaron jovencitos. Ni 15 años tenía mi abuela cuando ya había parido su primer hijo. Los hijos venían uno detrás del otro, sin miramientos, y nacían en las casas. Llegado el momento, el hombre le decía a su mujer casi niña: Deje de jugar y ponga a hervir agua en la olla. Voy a buscar a la comadrona. Así vino mi padre... Se nacía sin tanta historia, con las ventanas abiertas, al sol o con la luna alumbrando."

Historia de amor. "La de mi papá y mi mamá es una historia de amor para siempre. Ya sé, parezco pavota; todos dicen que eso es imposible. ¿Imposible? Mi papá y mamá nunca se aburrieron de quererse, nunca… No sé bien cómo se conocieron... O sí sé, me lo contaron mateando después de la siesta. Ellos estaban en un velorio de angelito; en esos velorios en el Norte se juega el juego del botón y se canta… En el juego están todos con los puños cerrados y alguien tiene el botón en la mano. Hay que adivinar quién. ¿Ingenuo? Hasta cierto punto, porque se trata de semblantear... Mi papá fue mirando las caras y al llegar a mi madre dijo, respetuoso: La señorita tiene el botón. Mi madre lo tenía. Ahí empezó todo..."

Mi papá y mi mamá. "Me gusta volver a mis padres; sin ellos, ¿quién sería yo? Menos que nadie sería. Mi papá tenía su carácter, pero hacía lo que quería mi mamá, y sin fastidio; no se piense que era un hombre mandado… Dormíamos tres hermanos en una pieza, y al lado mi mamá y mi papá con otro hermanito… Yo nunca en las noches escuché que mis padres hicieran el amor, jamás. Ah, esa cosa debe ser muy chocante. Pero cuidado, ellos se querían mucho eh…

"Dura la vida de mi padre: fue estibador, hombreó troncos, en el horno del ingenio trabajó en pleno verano, pobrecito… Pero nunca sufrió como en el aserradero. Allí no se cumplían leyes, no había vaso de leche, ni máscaras. Un día mi madre dijo: Será lo que Dios quiera, pero ahí no trabajás más. Mi papá era un cadáver que caminaba. Ay, cómo esperábamos los sábados: ese día él traía su sueldito. Para entonces, mi madre sólo tenía agua con sal para hervir. Hacía milagros en la cocina ella. De un kilo de harina y un huevo salían pan, tortitas, fideos.

"Hubo un tiempo en que mi padre se quedó sin trabajo… Al final le dieron un lugarcito en aquel infierno: alimentaba las terribles calderas del ingenio. Quienes más lo ayudaron fueron los santiagueños… Traían comida y apartaban un plato para él. Pobres ayudándose entre pobres. Mi papá no se llevaba su ración de comida por…, porque en mi casa no alcanzaba. Pobrecito."

(( Pausa. Y pregunta: ¿Por estas cosas vividas, será que La Negra canta así? ))

Los Reyes Magos. "Mi madre lavaba y planchaba para casas de gente con buena situación. Había que vernos a nosotros, sus hijos, vestidos siempre como los mejores, porque mi mamá aceptaba la ropa vieja y la inventaba de nuevo... Yo no tuve muñecas, los Reyes Magos pasaban de largo... Eramos grandecitos y seguíamos creyendo que existían. Un día mi papá nos dijo que ese año no iban a llegar a Tucumán. Tenía tanta tristeza… Ahí nos dimos cuenta de que los Reyes eran los padres. El estaba sin trabajo… Pero esa noche cayó un aguacero, nos inundábamos. Todos asustados, menos mi papá. Nos llamó otra vez para decirnos que los Reyes no vendrían por la tormenta, y volvió a sonreír.

"No me gusta hacer alarde de pobreza; la cuento en homenaje a mis padres. Hubo noches en que nos acostábamos con ese dolor de estómago que viene del hambre. Mi mamá bromeaba, nos daba un bollito, mate cocido y nos sacaba a jugar al parque 9 de Julio. Mordíamos aire, comíamos inocencia… Mi papá y mi mamá se las arreglaban para alumbrar cada día. Si tuviera que meter toda mi niñez dentro de una palabra, elegiría felicidad. Fuimos tan pobres, pero ¡tan millonarios! Mis padres no sólo fueron abnegados; fueron sabios: jamás nos hicieron sufrir su sufrimiento. En la casa había alegría. Dentro de la alegría estaba la felicidad, como pan de cada día."

(Pausa). Y otra vez la pregunta: ¿Por qué La Negra canta así? Porque cuando cierra esos ojos que lloran fácil, esté triste o esté contenta, ella ve cosas. ¿Qué ve? Ve a su madre lavar y planchar infinitas ropas ajenas… Ve cómo, con un puñado de harina, mezclado con risas por partes iguales, hace de nuevo la multiplicación de los panes… Ve cómo resucita ropitas viejas de otros para que sus tiernos mendigos sean principitos ya mismo. Mamita querida del alma, dice La Negra.

Y sin abrir los ojos sigue viendo, allá lejos…Ve a su padre inclinado, alimentando las llamas… Ve su nuca, su espalda doblada... Papá… Lo ve consumirse y hacerse pronto anciano, y aprende ella que ése es el crucial precio del magro pan de cada día… Mi papito querido.

Con los ojos muy cerrados, anegados hacia adentro, ella los sigue viendo, estoicos; y de ellos recibe una fruta única. Y se ve ella mordiendo esa fruta hasta llegarle al carozo, la felicidad… La pobreza, el casi hambre, la sordidez ¡aquí no tienen nada que hacer…! Ella aprende para siempre –ésa es su herencia recibida– que no hay nada que hacerle con la alegría, porque no hay nada que hacerle con el amor.

Ella no grita. Su corazón crepita…

Pregunta: ¿por estas cosas tan sentidas será que La Negra canta así? Mientras la pregunta se cocina con la paciencia del rescoldo, sigamos escuchándola…)

La soledad. "Una soledad acompañada por un río de veneradores no deja de ser soledad, y es una paradoja. Dijo el poeta Serafín Andrés: Estoy solo en medio de una multitud hecha a mi imagen y semejanza... Así es la cosa, así es mi cosa. La felicidad es lamer el olor de la comida mientras se está haciendo... ¿Y la soledad? La soledad es esto que siento desde hace tantos años cuando baja la noche... Es mi cama tan vacía... Puedo acostarme mirando para acá o mirando para allá, lo mismo da, porque estoy sola... No, no, no: la soledad no les hace descuento ni a los bellos ni a los famosos. Y si no que le pregunten a Marilyn Monroe... Yo me di realmente cuenta de que estaba sola cuando me quedé sin el llavero fuera de mi casa. Vivía en Madrid, bajé a dejar una bolsa de residuos y la puerta se cerró, y ¡Dios mío! las llaves adentro y adentro ¡nadie...! Eso es la soledad: quedarse sin la llave y no tener quién abra la puerta.

"Hay momentos en que uno cambiaría éxito, aplausos, fama, por la caricia, por el sonido de la respiración del compañero compartiendo los días y las noches... Siento que la soledad es mi enemiga; tal vez tenga que aprender a ser amiga de mi enemiga... Pero no soy una desagradecida: además de mi enemiga amiga, siento también algo muy en el fondo de mi corazón, y no sé si llamarlo alegría... Alegría, porque estoy viva y he aprendido a oler cuando respiro y a ver cuando miro."

(Sigamos vadeando, corazón adentro, ese prodigioso misterio que se llama Mercedes Sosa. Ella cierra los ojos de nuevo, ¿qué estará viendo?)

"Ahora me veo en una vereda... ¿de Ramos Mejía...? Un hombre se desvanece, cae... Lo sientan en un escalón, lo reaniman; después le dan monedas... El hombre, desesperado, dice que no quiere plata... Trabajo, trabajo quiero...

"Y me veo con Pocho Mazzitelli, mi marido fallecido… Caminamos de la mano por la ciudad, yo tiemblo, tratamos de que el miedo por la amenaza de muerte de la Triple A no nos gane. Pocho me dice vamos, Mercedes, vamos. Que el día está lindo...

"Y me veo llevando a la escuela a mi hijo, que tanto le falté… Fabiancito me mira: Qué lástima mamá que la escuela esté tan cerca, el ratito con vos es tan corto... Tan corto como la vida, mi sufrido Fabián.

"Madre mía... ¿Se puede ver la voz de alguien? Yo veo la voz de mi mamá: Hija, usted está muy pálida. Será que come poco... Mamá, le prometo que me iré menos y que estaré más... Lo que yo más he querido en la vida es ser como usted... Mamá, yo no elegí cantar para la gente, la vida me eligió a mí, y bueno."

Feliz cumpleaños. Como andamos de 9 de Julio y en esta fecha La Negra cumple sus 72 años, el Caminante Quieto ahora le regala un sueño. Esta misma noche ella lo soñará. El sueño sucede en un teatro parecido al Colón... Ella ya ha cantado más de dos horas… Es un teatro muy extraño éste, porque más allá de los palcos y de la platea se abre un inmenso anfiteatro y el público se prolonga en una interminable multitud bajo un cielo estrellado... Después del final, ella canta otras cinco canciones; está extenuada, pero tan feliz... Los aplausos son un viento descomunal. Vuelve a su camarín, un té de manzanilla con miel... Los aplausos no cesan... Decide salir una vez más para el saludo final... Allá va; la ovación se eleva, llueven claveles rojos, ella avanza hacia la boca del escenario y nota que a cada paso se va empequeñeciendo, de cuerpo y de edad... Se detiene: advierte que ahora es una criatura de siete u ocho años... La ovación crece, crece... De pronto, pasos, voces detrás; se da vuelta y ve que aparecen, desde el oscuro fondo del escenario, su papá, su mamá, sus hermanos, su Fabián, María y una larga hilera de gente pobre y honrada con su ropa de trabajo... Todos pasan a su lado, y siguen y avanzan hasta el borde del escenario y allí, hombro con hombro, apretados, se ubican de cara al público... La ovación recrudece, ensordecedora; es una inmensa ola desde el fondo de la infinita multitud... Mientras ellos reciben el más cerrado de los aplausos ella se queda allí, atrás, y empieza a aplaudirlos también... Está llorando de plenitud, llorando con el llanto de una criatura, porque en realidad eso es ahora ella: una criatura…

La ovación se vuelve eterna: cómo ser yo de otra manera, si crecí abrigada por esas vidas... Eso se dice ella y aplaude, está aplaudiendo a los desconocidos de siempre, a los primordiales, a los que sueñan a rajacincha… Los aplaude hasta arderse las manos… ¡Ay, cómo los amo! ¿Por qué semejante amor para mi solo corazón? ¿Por qué para mí tanto?... Los sigue aplaudiendo, fuego en sus manos. Y nos pide: aplaudan por favor ustedes también. Aplaudamos todos juntos hasta morir, mejor dicho, ¡hasta vivir!

Posdata

Vamos a suponer que hoy por hoy Dios existe. El, ahora, está una nube (pero no está en las nubes). Se ha enterado Dios de que Mercedes Sosa, ya sanita y sin el agobio de insoportables tristezas, vuelve a cantar. De inmediato reúne a su gabinete de ángeles asesores y les ordena: "Vayan a ver si llueve". Todos, eh. Por fin solo, busca el taladro que heredó de su abuelo, le hace un agujero al piso de la nube, se tiende y apoya la oreja. Desde abajo, desde el reino de la Tierra, sube, divina, la voz de La Negra. Dios se relame, saca pecho y, pensando en voz alta, argumenta: "Hitler y Bush y Massera y la banda ésa no me salieron bien. Pero esta mujer sí". Y haciendo bocina con las manos, le grita a través del agujero de la nube: "¡No se muera nunca, Negra, por Dios!".

rbraceli@arnet.com.ar
www.rodolfobraceli.com
Poeta, dramaturgo, ensayista, autor de una veintena de libros, entre ellos, la biografía Mercedes Sosa/La Negra; El último padre; Don Borges, saque su cuchillo; De fútbol somos.
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