lunes, 11 de mayo de 2009

El silencio de los inocentes

A principios del siglo XX inmigrantes árabes fueron víctimas de antropofagia. Los pormenores de un hecho histórico callado.

Entre 1904 y 1909, unas cien personas que habían llegado a trabajar a la Argentina desde distintos países árabes fueron sucesivamente robadas, asesinadas y descuartizadas en los páramos del por entonces Territorio Nacional de Río Negro. Sus verdugos, a los que tal vez apresuradamente se calificó de "mapuches chilenos", no sólo guardaban restos de las víctimas "para hacer gualicho" sino que, además y en varias ocasiones, asaban partes de los cuerpos y las comían.

El país, en medio de los fastos del centenario, a los que se sumaba la refulgente navegación del Cometa Halley por el cielo nacional, no le dio difusión a estos hechos. Tanto la necesidad de atraer inmigrantes para habitar la Patagonia, como la excusa de defender "nuestra imagen cultural ante el mundo", hicieron que la estremecedora información fuese barrida bajo la alfombra. Pero algunos, entre los célebres visitantes de 1910, desconfiaban de que todo lo que brillaba fuese oro. Y Georges Clemenceau, en Buenos Aires, puso aquel sentimiento en palabras: "Esta gente está armando un gran escenario para vaya a saber qué comedia o qué tragedia".

Es posible que, naturales recelos, rechacen los detalles más ominosos del caso, de los que sólo se mencionan los necesarios. Sin embargo, y para detenerse en aquellos pormenores que muestran la más abominable crueldad humana, hay una frase de Ernest Hemingway que puede servir de justificación: "Si Goya hubiera cerrado los ojos ante el horror, jamás hubiera pintado Los desastres de la guerra".

La partida. La información de esta nota surgió en la soledad de la Línea Sur, durante dos charlas sucesivas con Elías Chucair (81), uno de los más emblemáticos escritores de Rio Negro, y vecino notable de Ingeniero Jacobacci, a 200 km de Bariloche. El autor del libro "Partidas sin regreso" ("De árabes en la Patagonia"), recibió a Noticias en su almacén de ramos generales, y habló de las 900 fojas que componen el sumario de cuatro cuerpos del Archivo de Justicia de Río Negro.

La "línea Sur" (como llamaban los ferroviaríos a la zona más extensa y menos poblada de Río Negro) es uno de los lugares más fríos del mundo y uno de los más desolados de la Argentina. Por Ingeniero Jacobacci ya ni siquiera pasan los trenes que, hasta los ’90, unían Buenos Aires y Bariloche.

En Jacobacci, en invierno, al anochecer, se encienden las primeras luces y cualquiera puede imaginarse que, adentro, en las casas, los abuelos cuentan a los niños episodios felices y que sólo suceden en verano.

"Son muy pocos, todavía, los que conocen esta historia", dijo Elias Chucair. Y detrás de él, en la ventana, sólo se escuchaba la paciencia interminable de una lluvia de agua nieve que no cesaba de caer desde la mañana. "Según el sumario -agregó-, más de 130 turcos, como nos dicen cariñosamente a los árabes, que venían a caballo desde General Roca y Neuquén para vender mercadería en esta zona, fueron asesinados a 100 kilómetros de aquí, por Lagunitas, al Norte de Maquinchao y al Sudoeste de El Cuy".

Buen narrador, el relato de Chucair se inicia contando que los vendedores retiraban ropa, telas o bijouterie en consignación de Eldahuk Hermanos, en General Roca, y que después recorrían los centros más alejados. Pero la firma, en un momento, llegó a tener 55 árabes que habían retirado mercadería varíos años atrás y que aún no regresaban.

La primera denuncia formal, pues los comentaríos ya eran muchos, la presentó, en El Cuy, el comerciante Salomón Daud, el 15 de abril de 1909, y allí se inició un largo operativo a cargo del comisarío José Torino, que se internó en la estepa, en invierno, con temperaturas de 20 grados bajo cero. La orden la dio el gobernador Carlos Gallardo y, la policía armó un grupo de 10 hombres, 4 de ellos civiles.

Ante la presencia policial, los buscados se dispersaron. Pero la cuadrilla los fue encontrando y, a fines de enero de 1910, con 53 detenidos atados codo con codo y en fila india, la partida volvió del desierto. El gobierno de Río Negro, en tanto y debido a la precarias comunicaciones de entonces, se iba enterando de los hechos por los diaríos de Buenos Aires. Una vez llegados a General Roca y conocidas las primeras declaraciones de los detenidos, los diaríos las publicaron en primera plana. Pero la Patagonia estaba lejos, tenía mejores noticias (se descubría petróleo en Comodoro Rivadavia), y el presidente Figueroa Alcorta anunciaba los festejos por los 100 años de la Patria.

Patagonia caníbal. Por Maquinchao o Quetrequile la gente, aterrorizada, no hablaba de otra cosa. Y no era para menos considerando las declaraciones de los imputados. Todas fueron muy parecidas, por ejemplo, a las de Juan Aburto: "El cadáver de José Elías (una de las víctimas) fue decapitado por Francisco Muñoz quien luego le abrió el pecho y después de extraerle el corazón y cortarle los genitales se puso a jugar con ellos y por último charqueó el corazón y lo puso al fuego. Entonces Julián Muñoz, padre de Francisco, lo empezó a comer y dijo: antes, cuando yo era capitanejo y peleábamos con los huincas, sabíamos comer corazón de cristiano; pero de turco no he probado y ahora voy a saber qué gusto tiene. Y después de comer la mitad le dijo a sus hijos: está rico, sabroso, coman muchachos para que se hagan guapos...".

La crónica de Chucair tiene los nombres de los criminales que fueron condenados a prisión, explica que todos eran obligados a participar en cada uno de los hechos, enumera que entre los asesinados sólo 73 tenían documentos (fueron los únicos identificados), y cuenta de qué manera quemaban los cuerpos, molían los huesos y hacían desaparecer las evidencias. Y también explica, Chucair, que el jefe de los criminales, Pedro Vila, poco antes de ser detenido, se mudaba todo el tiempo de ruca (casa) porque de noche escuchaba pasos, oía pavorosos bufidos de caballos y sentía que las almas en pena de los turcos lo estaban requiriendo.

Teorías. Charles Darwin, en su viaje a bordo del Beagle, tuvo dos ideas erradas. Creyó que los fueguinos no tenían un lenguaje y que comían carne humana. Pero lo cierto es que detentaban una lengua variadísima y que, eso de que se comían a las ancianas, como se pudo probar después, fue la broma que le hizo al naturalista un nativo, cansado de tantas preguntas.

Pero las observaciones patagónicas le permitieron a Darwin, luego, escribir "El origen de las especies". Y poco después, sobre algunas de esas observaciones, más las de James Frazer, Sigmund Freud elaboró la teoría de lo que llamamos "identificación", que constituye una de las más apasionantes hipótesis del psicoanálisis.

Según Freud, identificarse con alguien o con algo, es una manera de introducirlo en uno mismo, así como se hace con los alimentos. El fenómeno se habría originado en una horda primitiva, cuando unos hermanos, al disputarle la autoridad, mataron al padre y lo comieron y luego advirtieron que, adentro de cada uno de ellos, el jefe seguía vivo y era más fuerte que antes.

Es sabido que, antaño, eran dos las razones por las cuales una persona podía comerse a otra: por hambre o como ceremonia ritual. Existieron siempre, también, algunas circunstancias especiales. Puede recordarse, por ejemplo, que los sobrevivientes del avión caído en 1972, en los Andes, comieron cadáveres humanos para no morir: "Tomamos la carne de nuestros amigos, que ya no necesitaban de su envoltura corporal", dijo Gustavo Zerbino, uno de los sobrevivientes de la cordillera.

Sortilegios. Los hechos de la Patagonia vinieron a coincidir con el canibalismo ritual, tal como fue descripto por la antropología y como lo imaginó Freud en "Tótem y tabú": los homicidas, comiéndolas, intentaron apropiarse de algunas características de sus víctimas. Y así lo ratificaron, entre otras, las declaraciones textuales del detenido Aniceto Fusimán, al reseñar uno de los crímenes: "... entonces descarnó a uno de los turcos e hizo asar un pedazo y dio de comer a varíos diciendo que era bueno para tener coraje".

También Claude Lévi-Straus, durante su trabajo con los nativos bororo en el Matto Grosso, demostró que el canibalismo se funda en la ambición de adquirir algún poder atribuido al difunto. Y ése sería un intento común a varias culturas: la comunión cristiana, por ejemplo y para muchos etnólogos, no sólo se parece a la fantasía antropofágica sino que, también, inserta a la religión en la antropología, que es donde mejor se la entiende desde la racionalidad científica.

En cuanto a que los homicidas fueran "mapuches chilenos" puede discutirse: el mapuche, como cualquier nativo que no dejó de serlo, no es argentino ni chileno. Es mapuche. Es conocido, también, que se ha tratado de estigmatizar a los pueblos originales diciendo que eran caníbales. Pero es sabido que también los africanos creían que sus conquistadores blancos comían a los esclavos negros: el término "chupasangre" es algo más que una metáfora.

Al partir de Jacobacci el almacén de Elias Chucair, como todas las cosas del lugar, pareció quedar bajo la lluvia fría, esa lluvia patagónica que cae como en hilos de vidrío que se rompen contra la ruta y que cubre como en olas la ventanilla del micro. Ya en el camino, apenas se distinguían los vehículos que pasaban en dirección contraria. Y entonces se pudo pensar que también así sucede con las culturas: si la otra pasa muy rápido no podemos ver nada.

Y sólo quedó, en el pensamiento de la despedida, alabar el extraño azar que rige las bibliotecas y que logró, por ejemplo, que la letra simple y clara de Elias Chucair quedara unida, y no sólo en una nota períodística, a los nombres de Charles Darwin, Sigmund Freud y Claude Lévi-Strauss.

Luis Frontera
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