lunes, 11 de mayo de 2009

El exceso, una forma de vida en Manhattan

Scott Fitzgerald solía decir: "Los ricos son diferentes del resto de nosotros", a lo que Hemingway respondía: "Sí, tienen más dinero". Pero, por lo visto, la posesión de dinero por sí misma no basta, a menos que se trate de un avaro patológico. La condición de ser rico requiere mostrarlo.
Uno de los primeros en estudiar este fenómeno fue Thorstein Veblen, sociólogo y economista norteamericano, profesor de la Universidad de Chicago, quien lo desarrolló en su teoría de la clase ociosa, que publicó en 1899.

"La base sobre la cual se asienta la buena reputación en una comunidad industrial altamente organizada reside en última instancia en el poder pecuniario", escribió. "Y los medios para demostrar el poder pecuniario y de esta manera obtener o retener un bueno nombre, son el ocio y el consumo conspicuo de bienes."

Este concepto de "consumo conspicuo" tal vez sirva para esclarecer algunas de las extravagancias que caracterizan a Manhattan, uno de los pocos lugares de la Tierra donde el exceso es una forma de vida. ¿De qué otra manera podría explicarse que en un radio de no más de cincuenta cuadras tres restaurantes se aventuren a ofrecer platos tan prosaicos como una pizza, una omelette o un helado a 1000 dólares la unidad?

Empecemos por Nino s Bellísima Pizza, en la Segunda Avenida y la calle 47, cuya pizza "Mamma Mia" lleva ese precio. Convengamos en que los ingredientes que la acompañan no son los convencionales: un cuarto kilo de caviar de cuatro orígenes, rebanadas de langosta fresca, wasabi y crème fraîche . Pero sólo pensar que en los quince minutos que demanda deglutir esta pizza uno se ha gastado el equivalente de unas 130 horas de trabajo a sueldo mínimo debería por lo menos cosquillear la conciencia. Pero no es necesariamente así.
Nino Selimaj, dueño del reducto, admite que esta pizza "no es para todo el mundo" y recomienda, para enfatizarlo, que se la acompañe con una botella de Dom Pérignon, lo que pondría esta banal salida de pizza y trago en el orden de los 1150 dólares.

Pero si 1000 dólares por una pizza puede parecer un tanto estrafalario, basta ir al restaurante Norma s, en el hotel Parker Meridien, para descubrir lo que probablemente sea la omelette más cara del planeta. Está ahí nomás, en el menú regular de desayuno, entre panqueques y crêpes de 17 dólares. El chef lo bautizó zillion-dollar frittata y se trata de unos huevos batidos con langosta, papas doradas de Yukón y caviar Sevruga iraní. Según fuentes del hotel, habrían vendido unos cien ejemplares de este plato desde que apareció.

Si al venturoso explorador gastronómico aún le quedan otros mil dólares de cambio chico, puede encaminarse al 225 Este de la calle 60, donde un local llamado Serendipity ofrece su g olden opulence sundae por la misma bicoca, excepto que la casa demanda 48 horas de antelación para ordenarlo. El helado está preparado con un chocolate hecho a partir de unos granos de cacao de Venezuela llamados Chuao, de los cuales se cosechan apenas 400 kilos al año. La crema de vainilla tiene una infusión de vainillas de Madagascar y la presentación incluye unas delgadas láminas de oro auténtico las que, contra lo que uno podría imaginarse, son comestibles.

Según el World Wealth Report , hay en la actualidad 9,2 millones de personas en el mundo con una fortuna de por lo menos un millón de dólares. Pero un millón de dólares no hace un millonario en estos días, sino apenas un aventajado miembro de la clase media. Y es esta clase media, según James Twitchell, autor de Living It Up: Our Love Affair with Luxury, la consumidora de estas extravagancias o, como prefiere llamarlo, el lux populi .

Con todo, hay que admitir que un menú que incluya los tres platos es todavía más barato que la hamburguesa de Kobe, foie gras y una salsa especial de trufas que el chef Hubert Keller prepara en el restaurante Fleur de Lys de Las Vegas, y que apenas cuesta 5000 dólares.

Mario Diament
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