lunes, 4 de mayo de 2009

El desafío a la humanidad de Ayaan Hirsi Ali

Para comprender el motivo de que esta mujer de 37 años sea extraordinaria, se la debe mirar en el contexto de las fuerzas desatadas en su contra en sus luchas gemelas por obligar al mundo occidental a tomar nota de la esclavitud divinamente ordenada de la mujer por parte del islam, y obligar al mundo islámico a rendir cuentas por ella.

Una serie de incidentes esta semana ponían de marcado relieve las fuerzas que ella combate. El domingo, musulmanes acribillaban la escuela elemental Omariyah de Gaza. Un hombre resultaba muerto y seis resultaban heridos en el altercado. Los criminales atacaron porque el centro de Rafah, gestionado por la ONU, había organizado un día de deportes para los niños, en el que los niños pequeños jugaban junto con las niñas pequeñas.

La idea de que los niños y las niñas practiquen deportes juntos fue demasiado para los valerosos fieles. Era un insulto para el islam, dijeron. Y por tanto decidieron matar a los niños y las niñas.

El 3 de mayo, en Gujrat, Pakistán, musulmanes detonaban una bomba a las puertas de una escuela femenina. Su valerosa ira fue provocada por la noción de que las niñas deban aprender a leer y escribir. También eso, pensaron, es un insulto para el islam.

El 28 de abril, soldados norteamericanos descubrían mechas al otro extremo de la calle de la recién construida escuela Huda para niñas en Tarmiya, al norte de Bagdad. Siguieron la mecha hasta su fuente y descubrieron que la escuela se levantaba sobre una trampa mortal. Los piadosos musulmanes que habían levantado la escuela habían llenado tanques de propano con explosivos y los habían enterrado bajo los cimientos. Construyeron proyectiles de artillería en el suelo y los cimientos. Con el fin de salvar el mundo para Alá, decidieron provocar una carnicería entre las niñas.

Y la brutalidad no se limita a Oriente Medio. El mes pasado, en Oslo, Noruega, la activista noruego-somalí por los derechos de la mujer Kadra resultaba brutalmente apaleada por una multitud de varones musulmanes al grito de "Alá ajbar". Fue atacada por denunciar el hecho de que dentro de las mezquitas de Noruega, los imanes noruegos predican la mutilación genital femenina en nombre de Alá.

A finales del año pasado, Hirsi Ali publicaba sus memorias, Infiel. Al describir su propia vida, realmente ilustraba cuáles son los dos impulsos humanos en competición - el conformismo y el individualismo. En su propia vida, el choque entre los dos se había desarrollado en el escenario del ascenso islámico y el colapso cultural occidental.

Hirsi Ali nació en Somalia de un padre políticamente activo que pretendía liberar a su país de la dictadura marxista de Said Barre. Obligado a huir del país con su familia, la infancia de Hirsi Ali en Arabia y África giró en torno al eje del ascenso islámico a manos de la Hermandad Musulmana de financiación saudí y el Irán de jomeinista.

La rebelión de Hirsi Ali contra el islam fue personal, no política. Como chica joven y más tarde como mujer joven, se encontró diezmada y humillada por los dictados del islam al mismo tiempo que su espíritu juvenil deseaba huir a cualquier precio. Como niña de 11 años en Somalia, gritó de dolor y sorpresa cuando su abuela la ató e hizo que un hombre con un cuchillo amputase sus genitales.

Residiendo en Arabia Saudí, quedó impactada por la opresión del "verdadero islam". ¿Por qué, se preguntaba, su madre y hermana y ella tenían prohibido abandonar su apartamento sin la compañía de un pariente masculino? Como adolescente en Nairobi se preguntaba porqué la alegría que sentía en compañía de los chicos era pecaminosa.

¿Por qué su madre tenía que sufrir la humillación de la poligamia? ¿Por qué ella no podía elegir a su marido? ¿Por qué todo el mundo le decía que sus impulsos normales humanos de buscar amor, respeto y compasión y pensar por ella misma eran pecaminosos y perversos?

En sus propias palabras, "nunca pude captar la injusticia directa de las normas, especialmente para las mujeres. ¿Cómo puede un dios justo - un dios tan justo que casi todas las páginas del Corán lo elogian por su justicia - desear que las mujeres sean tratadas tan injustamente? Cuando [los profesores islámicos] nos decían que el testimonio de una mujer vale la mitad del de un hombre, yo pensaba, ¿por qué? Si Dios es misericordioso, ¿por qué exige que Sus criaturas sean colgadas en público? Si es compasivo, entonces ¿por qué tienen que ir al infierno los infieles?"

Según sus palabras, "La chispa de la voluntad dentro de mi creció incluso mientras estudiaba y practicaba la sumisión". Ali achaca a las novelas románticas de Harlequín su liberación mental inicial de la sumisión. Estos libros, con sus amores apasionados y tórridas escenas de sexo fueron su primer vistazo a la posibilidad de libertad. Las novelas le enseñaron que las emociones y los deseos que se le decía que reprimiera eran naturales y hasta podían ser bellas y estar bien.

Su impulso a rebelarse era equilibrado por su impulso a conformarse. Mientras era adolescente, Hirsi Ali intentó ser una musulmana creyente y hasta ingresó en la Hermandad Musulmana. Apoyando la noción de sumisión empezó a vestir el burka.

Pero intentándolo con ahínco, no podía aceptar que su propia voluntad careciera de valor inherente. Culpaba a los predicadores del terror que vio mientras era una niña musulmana, creyendo que ellos tenían que estar distorsionando el Corán. "¿Seguro", escribe, "que Alá podría haber dicho que los hombres debían golpear a sus esposas cuando eran desobedientes? ¿Seguro que la declaración de una mujer ante un tribunal no debe valer lo mismo que la de un hombre?"

Aún así, cuando se ponía a ello y leía el Corán por su cuenta, descubría que todo lo que los predicadores habían dicho estaba escrito en el libro.

A los 21, Hirsi Ali se emancipó. Huyendo de un matrimonio concertado con un inmigrante somalí en Canadá, solicitó y recibió asilo en Holanda. Allí, asumió la sociedad holandesa y sus libertades y rápidamente floreció en un verdadero relato de inmigrante en busca de riqueza. Aprendió a hablar danés con fluidez y empezó a mantenerse como traductora. En apenas cuatro años había cubierto la división cultural entre África y Europa y había empezado a estudiar ciencias políticas con la creme de la creme de la sociedad holandesa en la Universidad de Leiden.

Una simple década después de su llegada, como ciudadana holandesa naturalizada, era una figura pública, una crítica social abierta del islam en Europa. En enero de 2003, salió elegida para el Parlamento como miembro del Partido Liberal conservador.

En Holanda, Hirsi Ali se encontró enfrentada a un tipo de tiranía cultural más educada y agradable - el relativismo moral de la corrección política y el multiculturalismo dictaminado por la izquierda. Igual que rechazaba la opresión islámica en África, en Holanda rehusaba someterse a la voluntad de la mayoría de no notar, no juzgar o no tomar medidas contra la tiranía misógina y la cultura antioccidental de la minoría musulmana.

Las labores de Hirsi Ali la condujeron hasta Theo Van Gogh. En el 2004 los dos producían la película Sumisión, primera parte. La corta cinta muestra a una mujer musulmana vistiendo estrictamente un burka. Los pasajes del Corán que permiten el maltrato a la mujer son escritos sobre su cuerpo. La mujer reza en sumisión a Alá observando al mismo tiempo su desagradable sufrimiento en su nombre. Al final de la película, la mujer levanta la cabeza ante Alá y cuestiona la razonabilidad de su sumisión.

El provocativo mensaje de la película puso en peligro tanto la vida de Hirsi Ali como la de Van Gogh. Y el 21 de noviembre del 2004 Van Gogh era asesinado con violencia por un musulmán holandés en las calles de Amsterdam. El asesino clavó una carta en el pecho de Van Gogh en la que amenazaba con asesinar a Hirsi Ali "en nombre de Alá, el más compasivo y misericordioso".

Mientras Hirsi Ali se veía obligada a abandonar su casa y vivir en instalaciones del ejército bajo protección armada, su mensaje demostró ser todo un desafío para el estamento izquierdista holandés que la expulsó el año pasado. Su propio partido encontraba un formalismo sobre el que revocar su ciudadanía y expulsarla del país y el parlamento. Aunque la respuesta pública que siguió obligó al gobierno a devolver la ciudadanía, el mensaje estaba claro.

Hirsi Ali se mudó a Washington, DC. Como miembro del American Enterprise Institute continúa advirtiendo a Occidente de los peligros del islam y la desintegración cultural occidental bajo la tiranía del multiculturalismo. Justamente el mes pasado, su trabajo llevaba a un imán de Pittsburgh a pedir su asesinato por el crimen de apostasía.

En su vida y su trabajo, Hirsi Ali personaliza el desafío central de nuestros tiempos. Ella refleja al mundo islámico y exige que haga frente al mal que propaga en nombre de la divinidad.

Ella refleja el Mundo Libre y exige que defendamos nuestra libertad frente al asalto del relativismo moral y el declive cultural.

También ella exige nuestra compasión hacia las mujeres del islam. Dice que debemos ver el sufrimiento bajo del velo y trabajar por aliviarlo. Si ello significa que tenemos que producir y distribuir ejemplares en árabe y urdu de las novelas románticas de Harlequín en masa por el mundo islámico; a las mujeres con velo plantear el motivo de cumplir una fe que concede al hombre el derecho divino a apalear y violar mujeres; o simplemente sujetar a las comunidades musulmanas de Occidente a los estándares de libertad sobre los que se levanta nuestra civilización o no, Occidente tiene que ayudar a estas mujeres a liberarse de la opresión.

Finalmente, en nuestras propias sociedades tenemos que proteger y apoyar voces como la de Hirsi Ali. Durante los últimos cinco años, Hirsi Ali ha vivido bajo amenaza de muerte por sus opiniones. Tenemos que comprender que solamente cuando ella y la gente como ella puedan caminar por la calle sin miedo, habremos defendido apropiadamente nuestra libertad.

El Reloj.com

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