lunes, 4 de mayo de 2009

Cotidiano e histórico

Lo que pasa en el mundo y lo que me pasa a mí son dos coordenadas que muchas veces no se juntan, ni se armonizan ni se tocan. El ser histórico y el ser cotidiano van cada uno por su senda. Uno de fondo, el otro en primer plano. Como "seres históricos" somos sacudidos por guerras, pestes, catástrofes, quiebras económicas, revoluciones sociales y transformaciones que llegan de la mano de la ciencia, la tecnología o las reacciones de la naturaleza, harta de tanta falta de respeto.

Como "seres cotidianos" cargamos con lo bueno y lo malo de nuestra existencia diaria: la familia, el trabajo, las enfermedades, los altos y bajos y la fortuna y la desgracia esperándonos a la vuelta de cada esquina.

La vida, en su transcurrir vertiginoso, no nos deja tomar conciencia de nuestro destino, que es modificado dramáticamente por sucesos históricos. Así, cuando leemos que el planeta se está recalentando año tras año nos refugiamos en la ignorancia o en la comodidad. Claro, importa más saber "qué va a pasar con el clima este fin de semana: quería hacer un asado" que pensar en los riesgos del futuro.

Cuando nos enteramos de que muchas ONG manifiestan y protestan porque algún gran laboratorio no autoriza a que en la India, que tiene una ley que permite fabricar "genéricos" a precio más accesible para los millones de pobres, se produzca y venda una droga anticancerígena que podría salvar muchas vidas por un problema de competencia comercial, el corazón se nos encoge de dolor. Pero de pronto oímos que desde la calle vienen gritos "¡me robaron! ¡policía, policía!" seguidos de varios tiros, nos asomamos al balcón y vemos a un anciano tirado en el medio de la calle con riesgo de ser, además de robado, arrollado por un colectivo que apenas puede frenar con un ruido infernal que hace ladrar a ocho perros llevados por un paseador que es arrastrado por la jauría, la India, las ONG y los millones de muertos pasan al olvido y nuestro "ser cotidiano" dice: "no se puede vivir más en este país". El televisor sigue: imágenes espantosas de la guerra de Irak. Inmediatamente después, una gresca en un barrio de Madrid donde inmigrantes latinoamericanos se matan a golpes con españoles que entonan estribillos racistas.

Inundaciones, ríos desbordados, mares empetrolados, prostitución infantil en Filipinas y atentados terroristas en un popurrí macabro no logran sacarnos de la ventana y la reflexión "no se puede vivir más en este país" o "mirá, pobre viejo, podría ser tu abuelo". Nada podemos hacer por la India, Madrid o Irak. Sí, en cambio, podríamos hacer algo por nuestro barrio. Eso es loable. Sin embargo, no es loable ignorar que las cosas ocurren por un encadenamiento de hechos, una sutil telaraña en la que todo el planeta está enredado.

Vivir la propia vida con armonía es un buen camino. Pero debemos ser conscientes de que cada olvido, cada distracción de nuestro "ser histórico", puede llevar al "ser cotidiano" a los peores infiernos. Alguien dijo: "Las lecciones de la historia, lecciones son de humildad, más los hombres de esta edad tienen flaca la memoria". No recuerdo al autor pero sí al pensamiento, y digamos que mi memoria está haciendo régimen para adelgazar, pero anoréxica, ¡jamás!

Enrique Pinti
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