lunes, 11 de mayo de 2009

Cómo se arman los estudios “científicos” de alto impacto

Investigaciones que demuestran que los chicos sin amígdalas se portan mejor, o que la obesidad es contagiosa. Cada vez se difunden más “papers” con mucho marketing pero escaso rigor académico. Fomentadas por la curiosidad de los lectores, la necesidad de los medios y la búsqueda de financiamiento de los hombres de ciencia, surgen las fábricas de informes insólitos.

Tienen títulos de alto impacto, recetas extrañas e inverosímiles para curar las enfermedades más diversas. Apelan a lo insólito para transformarlo en noticia y no dudan en investigar aplicaciones desconocidas de lo más cotidiano. Usan un vocabulario complejo pero también simple, para que se entienda pero no tanto. Así surgen, se difunden y conquistan el interés mediático infinidad de artículos científicos de dudosa relevancia social.

El mundo de los papers es de lo más variado. Pueden coexistir estudios más “tradicionales”, junto a descubrimientos inéditos sobre las bondades de la pizza para combatir el cáncer o estudios clínicos que concluyen que el tierno osito Winnie the Pooh es hiperactivo, compulsivo y con tendencia a la obesidad.

Publica o perece

La comunidad científica tiene sus propias normas. “Nuestra carta de presentación, la medida con la cual somos juzgados, son las publicaciones científicas. Hasta hace no mucho tiempo lo que valía era tener muchos papers, independientemente de su calidad. De a poco, se está juzgando por otros criterios más cualitativos, aunque lo cuantitativo sigue pesando: no vas a llegar muy lejos si tenés sólo ‘un’ súper-paper en una de las mejores revistas”, resume Diego Golombek, doctor en Ciencias Biológicas, profesor de la Universidad Nacional de Quilmes.

El quid de la cuestión está, para Golombek, en saber distinguir entre estudios “serios” –que parten de una hipótesis, con una metodología adecuada y repetible, y sin otros intereses en juego (o al menos que si existen estén declarados)– “de otros pseudocientíficos y que sólo buscan llamar la atención (y los bolsillos)”.

Pablo Kreimer, sociólogo, doctor en “Ciencia, Tecnología y Sociedad” y director del doctorado en Ciencias Sociales de Flacso Argentina, también expone su visión en el prólogo del libro Demoliendo papers (ver recuadro). “Los papers pueden ser muchas cosas pero, por sobre todo, son instrumentos retóricos. No son la ciencia, y mucho menos la verdad, sino que se trata de ejercicios que practican los científicos para convencer a los otros de lo importante que son las cosas que hacen”, describe. Y a veces el medio se convierte en el fin: “La mayor parte de los laboratorios se fueron convirtiendo en verdaderas fábricas de papers”.

No todo lo que brilla es oro

Para avivar la polémica, en los últimos tiempos se sumaron casos de estudios apócrifos. El físico estadounidense Alan Sokal dejó en evidencia cómo ciertas revistas de Ciencias Sociales podían publicar cualquier cosa mientras se respetara el lenguaje difícil y se citara a prestigiosos referentes en la materia. Fue así como una conocida revista especializada publicó su artículo “Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”. Pero, en realidad, ese texto, inentendible para cualquiera, era una parodia. Y los referees –una suerte de jueces que evalúan los artículos y deciden su publicación– no notaron la “broma”.

Algo similar pasó cuando diarios y revistas de todo el mundo publicaron la noticia de que Bush era el presidente con el menor coeficiente intelectual en los últimos 60 años. En realidad, era una vieja leyenda urbana disfrazada con formato científico. Nadie reparó en que la fuente de semejante revelación, The Lovenstein Institute, no existía. Sólo era una página de Internet repleta de artículos inverosímiles.

El panorama se completa con un cada vez mayor interés de las audiencias por las informaciones de ciencia y salud. Y también se suma la búsqueda de legitimación de los científicos y ciertas estrategias de supervivencia: “Los científicos necesitan de la sociedad para que su trabajo se justifique”, señala Carmelo Polino, investigador del Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior (REDES) y especialista en Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología. Y esta necesidad trajo consigo una mayor profesionalización de la comunicación de los grandes centros de investigación y desarrollo y, por ejemplo, la creación de oficinas de prensa.

Pero en la relación medios-ciencia también hay tensiones. “La provisionalidad de las afirmaciones científicas no es algo que los periodistas en general comprendan bien (fundamentalmente, porque necesitan vender sus noticias) y de ahí ciertas exageraciones o conclusiones tajantes cuando a veces los datos disponibles no habilitarían a decir esto. Aunque también hay que decir que a veces los científicos son la propia fuente de la distorsión porque ocultan datos o hacen aparecer algo más certero de lo que en realidad podrían afirmar”, agrega Polino.

Norte-Sur

Los países desarrollados están a la cabeza de las investigaciones insólitas. Y no es casualidad que en ellos la mayor parte del financiamiento provenga de capitales privados. En cambio, en América latina, la proporción es inversa. “Es el Estado y las instituciones como las universidades quienes hacen el mayor esfuerzo por financiar la investigación y el desarrollo”, distingue Polino.

De todas maneras, no se puede generalizar y no todo se basa en encontrarle propiedades curativas al café o al vino. “Aparecen muchos trabajos sobre el tema –y suelen llegar al periodismo por simpáticos– pero no necesariamente más que sobre otros temas. La ciencia siempre parte de preguntas, y muchas de estas preguntas se refieren a lo cotidiano, al mundo que nos rodea”, explica Golombek. El riesgo, para Polino, “es que muchas personas terminen pensando que la investigación científica es especulación o elucubraciones maravillosas sobre temas intrascendentes cuando en realidad es todo lo contrario”.

Y sí, el mundo de los papers es de lo más variado. El prestigio se mide, muchas veces, en cantidad de carillas y caracteres. También es fundamental llegar primero. Antes que nadie. Y no está de más subrayar lo sorprendente y meter bajo la alfombra las incertidumbres o errores. Todo sea por publicar.

El ancho mundo del absurdo

Demoliendo papers. La trastienda de las publicaciones científicas es un libro compilado por Diego Golombek que ironiza sobre la maquinaria de investigaciones insólitas. Y va más lejos postulando estudios aún más absurdos, pero que aparentan cumplir con todas las reglas del campo: lenguaje técnico, métodos probados y un sinfín de gráficos, tablas y diagramas.

Así se puede leer temas con evidencias irrefutables. ¿Qué pasa con la Ley de Murphy si cae un gato con una tostada con mermelada atada al lomo? También se propone un novedoso método de clasificación de los sándwiches de miga y se compara de forma exhaustiva si el insecticida o la ojota son más efectivos para matar cucarachas.

Más arriba del mapa, la revista estadounidense de humor científico Annals of Improbable Research se convirtió en un referente para las investigaciones “serias”, pero con temáticas risueñas. Y hasta crearon un premio paralelo al Nobel. El Ig Nobel reconoce los mejores estudios insólitos. Entre los galardonados hay papers sobre por qué a los pájaros carpinteros no les duele la cabeza, una clasificación sobre olores de ranas estresadas, un dispositivo que traduce ladridos y hasta un premio “por contribuir a la felicidad de las almejas administrándoles Prozac”.

Gabriela Manuli
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