domingo, 10 de mayo de 2009

Aprendí a ser

En más de una ocasión, Charly García contó que después del Adiós Sui Generis fue a cenar con su mujer de entonces, María Rosa Yorio, a un restaurante que había por Corrientes y Callao, en el que se encontraron de casualidad con León Gieco y su esposa. Pero, ¿alguien recuerda qué hizo Nito Mestre esa misma noche? El grupo que habían fundado y sostenido entre ambos acababa de despedirse oficialmente frente a una multitud de 25 mil fanáticos tan enfervorizados como dolidos, que agotaron las entradas de un doblete en el Luna Park. La trascendencia que adquirió el show continuado, además de justificar un disco en vivo y una película, marcó un verdadero hito en la carrera de ambos y, también, en el devenir del rock de acá: de alguna manera, los extraños de pelo largo que ellos representaban alcanzaron aquel 5 de septiembre de 1975, en términos de cultura popular, la mayoría de edad.

Sin embargo, Mestre tuvo la necesidad imperiosa de dejar atrás la ola de euforia e histeria que electrizaba el ambiente y escapar hacia algún lugar en el que pudiera convertirse, al menos por un rato, en un ilustre desconocido: “En teoría íbamos a comer algo todos juntos, pero ese plan se diluyó. Y yo realmente terminé agotado, pero no del recital en sí sino de la gente. Lo que hice fue tomarme un taxi, me compré Crónica y me fui a una pizzería que había a dos cuadras de Cabildo y General Paz. Me pedí una pizza, una cerveza y me senté con el diario a leer cualquier cosa. No quería ver a nadie. Quería ser, de golpe, un don nadie”.

Para el cantante de la voz aflautada, la verdadera “consagración” se había producido en 1972, con la edición de Vida, el álbum debut de Sui Generis. Apenas lo tuvo en sus manos, Nito salió disparado a la casa paterna y lo escuchó con el Winco a todo volumen. En el mismo rincón de un típico living de clase media de Caballito, a los siete años, había colocado en el tocadiscos su primer vinilo: “Cuando calienta el sol”, interpretado por el mexicano Enrique Guzmán, ex integrante de Los Teen Tops. Tanto su madre –que llegó a filmar un par de películas como extra– como su padre –médico de profesión, violinista aficionado– presenciaron la escena, sentados en sus respectivos sillones. Y advirtieron no sin cierto asombro que, a una edad precoz, su hijo no sólo cantaba afinado sino que además tenía sus propios gustos musicales. “Para mí la cuestión fue abrir la boca y cantar, a los cuatro años. Pero cuando entré al colegio me di cuenta, radicalmente, de que mi timbre de voz era distinto. Tengo oído relativo: descubro enseguida una nota con relación a la otra, es algo innato. Charly tiene oído absoluto: puede decir cuál es la nota sin otra referencia. En el coro del colegio siempre jodía con eso, desafinaba un poquito y la profesora se preguntaba qué estaba pasando”, cuenta risueño.

Con su particular habilidad a cuestas, el pequeño Carlos Alberto Mestre sufría horrores cada vez que le pedían una demostración pública. En las fiestas familiares, directamente se escondía debajo de la cama. Su debut con el coro del primario, en un teatro cubierto por unas trescientas personas, fue igual de penoso. “Yo le tenía, si no pánico, bastante cagazo al escenario”, se sincera. “Los actos me despertaban una adrenalina juvenil, era como que estaba venciendo al miedo si lo hacía. Pero esa primera vez me mandaron al frente, a la primera fila. Y no aguanté. Tuve que pedirle al de atrás que ocupara mi lugar, para que me tapara: estar expuesto era insoportable.” Todo cambió el día que conoció a Los Beatles, gracias al vendedor de una disquería amiga que le dejó escuchar en la cabina del negocio el por entonces recién salido Please Please Me. Después de aprenderse “Twist and Shout” de memoria, tomó dos decisiones fundamentales: renunciar al coro escolar y dejarse el flequillo. Tres años más tarde, mientras cursaba tercer año en el Dámaso Centeno, en un recreo se cruzó de casualidad con un flaco desgarbado que iba al otro turno y se colgaron hablando del cuarteto de Liverpool, de Peter Gordon y de otros exponentes de la crême de los sixties que desfilaban por programas como Shinding! y Hollaballoo. Así fue como Carlos Alberto, el del oído relativo, encontró un “pata” en su tocayo con oído absoluto y, juntos, decidieron fusionar sus respectivas protobandas, The Century Indignation y To Walk Spanish, para darle forma a Sui Generis. Lo que vino después ya es historia conocida.

Confesiones de invierno

Luego de una tarde de ensayo junto a su actual banda, Nito está de excelente humor. A la luz de los leños encendidos en el hogar de su casa palermitana, sus canas adquieren un brillo dorado, como si las anécdotas de la post-adolescencia que ahora vuelven a su memoria tuviesen un efecto rejuvenecedor. En sus palabras, eso sí, no parece haber lugar para la nostalgia: la misma sensación transmite Completo, el CD/DVD en el que se dedica a repasar en vivo el repertorio clásico de Sui Generis, más otras piezas de Los Desconocidos de Siempre y de su etapa solista. “Está fenómeno que a la gente le pase, algunos me dicen: ‘Yo me casé con tal tema’ o ‘Le pusimos Mariel a mi hija por tal cosa’. Pero no es mi caso: no vivo colgado de la nostalgia. No es lo que me produce cantar ‘Cuando ya me empiece a quedar solo’. No me pasa físicamente eso de ‘ay, te acordás...’ con ningún tema de nadie, ni siquiera con ‘Twist and Shout’ de Los Beatles. Cuando lo escucho lo hago por el tema en sí, no pienso en la primera vez que lo escuché. Por lo menos es así desde hace unos años”, confiesa. Y entonces hace un breve silencio, como dejando entreabierta una puerta en la que volverá a asomarse hacia el final de la charla.

¿Cómo es cantar las mismas canciones de siempre?

-Está bárbaro. La ventaja es que, cuando me canso de alguna, la dejo. Estas canciones son parte de mi vida. Me encantan, pero no todas: algunas me parecen fuera de época. “Amigo vuelve a casa pronto” me da cosa... El año pasado, cuando grabé el disco en vivo, hice “Botas locas”, porque tenía la idea de lo que me producía antes. Pero fue raro hablar de la colimba y los milicos en estas circunstancias. Y chau: no la canté más. Hay otras que me aburrieron: “Quizás porque”, por ejemplo, me agotó. En cambio, me cago de risa con “Necesito” o “Mariel y el capitán”. “Natalio Ruiz” me gusta, es difícil de cantar. Lo mismo que “Cuando ya me empiece a quedar solo” y “Cuando comenzamos a nacer”. En un punto, a veces soy como el actor de una obra de Broadway que está cinco años cantando lo mismo. Todos los días hacés algo distinto. Pero con las canciones hay algo que va más allá del gusto de cantarlas. Y es lo que le pasa a la gente. Yo tuve períodos en los que me gastó Sui Generis. Después, de a poco, me fui amigando. Me cerró todo cuando lo conocí a Paul McCartney, toqué los tres días antes que él en River y le pregunté cómo era volver a cantar lo de Los Beatles. Me contestó: “Después de haberme amigado con mi historia, es un placer. ¿Quién más puede cantar esos temas? Es un honor. Y encima ves la satisfacción de la gente, que te lo agradece. No tenés por qué enojarte con vos mismo, si vos lo hiciste”.

Antes de llegar a este punto, hubo un tiempo en el que se repetía a sí mismo, como una especie de letanía: “Soy Nito Mestre, de Los Desconocidos de Siempre. Nunca estuve en Sui Generis”. Con el grupo recién disuelto, Charly y él vivían en el mismo hotel e intercambiaban comentarios sobre sus respectivos nuevos proyectos. “Mi idea era muy específica y clara: quería armar el mejor grupo de folk-rock de la Argentina, y que hubiera una voz femenina. Y, de hecho, así lo votaron en las encuestas que hubo en esos años.” La ex de Charly, Yorio, encarnaba la figura femenina en un grupo de “hippies laburantes”: “Era paz, amor y rock and roll. Pero también había que salir a tocar. Y si la cosa se ponía extremadamente hippie, se iba todo a la mierda. Ahí empecé a volverme más profesional. Por supuesto que me divertía horrores salir de gira y joder. Pero el porro antes de tocar... Una vez volvíamos de La Plata en un auto y estaba escuchando la grabación del show: un desastre, todo desafinado. Paré a mitad de camino y llamé a los que venían atrás: ‘Vengan a escuchar esto. Si nos fumamos un porrito, estamos todos colgados y tardamos un siglo en afinar una guitarra. Que cada cual haga de su vida lo que quiera, pero en los shows no se fuma más’”.

Aunque en su momento se copó con Deep Purple y Led Zeppelin, siempre supo que nunca iba a cantar heavy metal. “Se me arruina la garganta, se me raspa”, dice, con una mueca de disgusto. Tampoco es lo suyo el blues, otro género que despierta su interés. “Nunca podría cantar como un negro, soy más blanco que la leche”, se lamenta. “Tengo la voz cristalina: es así. El folk-rock es lo que más me gusta y lo que mejor hago. ¿Por qué la cosa armoniosa y melodiosa? Porque vengo de ahí. Cuando escucho una buena armonía de Crosby, Stills, Nash & Young me envuelve el cerebro, me causa una cosa de protección”, concluye. ¿Cuán cerca estuvieron de emular al supergrupo folk con PorSuiGieco? “Intentamos hacerlo, fue muy divertido. Pero éramos muy vagos para ensayar. Ibamos a grabar cada semana y pico. Y nunca nos encontramos todos juntos. La única vez fue para sacarnos una foto.” Por encima de las bandas que fundó y de las influencias que lo marcaron, en toda su carrera hay algo que remite a sus comienzos. El lo explica así: “Hay una línea, porque yo soy un Sui Generis. No me considero un ex Sui Generis. Tengo un estilo que, cuando alguien lo escucha, puede decir: ‘Ah, ése es Nito’. No soy como David Bowie, mi gama es más acotada: son variaciones dentro de un mismo camino. Y disfruto siendo así. He grabado cosas rarísimas, como el disco Escondo mis ojos al sol. Pero después me pregunto: ¿qué carajo quise demostrar?”.

Amigo, vuelve a casa pronto

Cuando se comenzó a especular con el regreso de Sui Generis, Nito estaba en pleno tratamiento de recuperación por su adicción al alcohol. El cosquilleo que le provocaban las ganas de volver se mezclaba, entonces, con el vértigo de asomarse a un posible abismo. Entonces se entrevistó con un psiquiatra de Sadaic, en busca de ayuda profesional extra. “Tenía que tratar otra vez con García. Por más que me quiera mucho, el quía tiene sus enfermedades y sus mambos. El psiquiatra me dijo, muy inteligentemente: ‘Vamos a ver cómo te tratamos a vos’. Y eso me ayudó a darme cuenta de que yo también necesitaba mi propia defensa”, sostiene. Finalmente llegaron a un acuerdo, en el que Nito dejó en claro su rutina: trabajar siete horas, comer, dormir; nada de drogas o de alcohol para seguir de largo tres días. Aunque Charly aceptó las condiciones, ponerlas en práctica no fue sencillo. La primera prueba fue la grabación de Sinfonía para adolescentes, que arrancó con García instalándose durante un día y medio en el estudio en plan non-stop. “Si empezamos así, cagamos”, razonó Nito. En las jornadas siguientes, la relación creativa pareció encaminarse nuevamente: “Me gustan bastantes cosas de Sinfonía para adolescentes. Hubiera querido que tenga otros temas, pero aquél siempre te busca la vuelta para enredarte: ‘Sí, mañana. Después lo hacemos’. De todas formas, en general la pasé bien”.

Los preparativos con vistas a las presentaciones en vivo encendieron otra vez la señal de alarma. “Como él no venía ensayando, opté por hacerlo igual con los músicos y la orquesta. Y la pasé bárbaro. El peligro era esa cosa de tensión, las psicopateadas: ‘Que voy, que no voy; que estoy, que no estoy; que si toco o no; que si lo toco distinto o lo dejo igual’. Y a mí eso me sacaba de quicio. Por más que él me dijera: ‘Está todo bien, les digo a los demás que no voy a tocar’. ¿Pero para qué carajo lo hacés, siempre tirando de la soga? Durante un tiempo lo llevé bien, pero al final te agota, te chupa la energía. La actuación en Parque Sarmiento la disfruté, fue súper multitudinaria. Y Boca también, dentro de todo. Aunque la parte musical podría haber estado mucho mejor sin tanto ego, si hubiese sido tocar para la gente. Lo que pasa es que aquel agarra viento en la camiseta, se infla y perdiste: se va al carajo.”

Nito describe con un tono francamente irónico el clima que se respiraba en la previa del show en la Bombonera, alimentado por los comentarios entre conspirativos y enfermizos que repetía el entorno de García. Mientras tanto, dice, él permanecía boca abajo en un camarín apenas iluminado por unas velas y con la única compañía de una masajista que lo ayudaba a liberar tensiones. Unos nudillos golpearon con insistencia en la puerta y una voz desesperada llegó desde el exterior: “Che, Nito, no viene al show. Tendrías que llamarlo, porque no viene la novia y entonces...”. Lo único que se escuchó como respuesta fue un grito cortante: “¡Largooooo!”. Ahora puede repasar éstas y otras anécdotas con una sonrisa, pero admite que se quedó con una espina clavada. Su opinión sobre el álbum en vivo resultante, Si, podría servir como una especie de balance final: “No existe, es una porquería. Está totalmente retocado y machacado. Había que arreglarlo, no podían sacarlo tal como había sonado. Pero yo me retiré antes de terminarlo, y le dije a Charly: ‘Es como una pasta pasada, la tendrías que haber dejado 8 minutos pero estuvo 35 y se pegoteó toda. Sui Generis no es Say No More. ¡Say No More es un quilombo!’”.

Terminar con esa etapa fue un alivio. Por eso se tomó un año sabático y dejó de frecuentar a su compinche. En el comienzo de la entrevista, hablando de los buenos tiempos, Nito reconoció: “No me puedo pelear con Charly, ni él conmigo. Nos conocemos enormemente, desde el colegio. Pero nos podemos enojar, momentáneamente”. Y eso adquiere un nuevo sentido hacia el final de la nota, cuando comenta: “Hace poco hablé con Charly largo y tendido. Yo venía de un viaje y me enteré de toda esta historieta con el hijo. Me llevo fenómeno con el quía emotivamente, pero tiene que hacer algo urgente con su vida. Si no, se va a morir o se va a quedar solo y fundido. Está jugando con demasiado fuego. Todavía confío en que se puede salvar. Así no le pasa lo mismo que a Moro, que repetía: ‘No va a pasar nada’. Sí que va a pasar. Y se lo dije. Si vos pinchás a un tipo y le sale sangre, quiere decir que no es Superman. Y a Charly le sale sangre”.

Aprendizaje

Si el infierno tuviera un estilo arquitectónico, Nito podría describir hasta sus detalles más ínfimos. Sin embargo, al referirse a las circunstancias que lo dejaron varado en sus pasadizos, no predica la fe de los conversos. Simplemente habla sobre su propia experiencia con un grado de sinceridad que, por momentos, puede desacomodar a su interlocutor. Quizá porque hoy está en paz con su propio pasado. “Hace diez años dejé de chupar alcohol. Tuve un problema que casi me mata, creo que todos lo saben”, desliza. Sus hábitos de entonces quedaban reflejados en lo que grababa: una música intrincada, confusa, con teclados y letras tenebrosas, que nunca salió a la luz. En su memoria, los años críticos de mediados de los ’90 se condensan en una nebulosa de angustia y depresión. “Cuando dejé de tomar, el cambio de vida fue brusco, aunque se fue dando de a poco. Empecé a descubrir de a poquito quién soy, a aceptar ciertas cosas y a cambiar otras. Pero, sobre todo, empecé a protegerme más. Y entonces comencé a querer más las cosas verdaderas que hice: mi infancia, mi adolescencia, las personas que quiero, lo que quiero y lo que hice bien, entre ello Sui Generis. Me sentí orgulloso y no culpable. ¿Por qué si la gente lo quiere tanto y yo también, iba a hacer de cuenta que soy otro? Y así fui encontrando mis límites y supe hasta dónde puedo llegar, qué es lo que más me gusta: viajar y tocar. Grabar, sí, pero no tanto como cantar. Disfruto mucho tocando en Costa Rica, Puerto Rico, Miami o Washington. Antes no entraba en mi cabeza que podía tocar en esos lugares. No sé si lo armé yo o si el de arriba fue tirándome señales. Pero empecé a arriesgarme un poquito más, yendo a sitios en los que no sabía si tenía adeptos o no. Pude vencer el miedo del ‘¿qué va a pasar?’. ¿Qué es lo peor que me puede pasar? ¿Qué un tipo me diga ‘el show fue una porquería’? ¿O estar al borde de la muerte en terapia intensiva? Entonces me cago de la risa y disfruto de estar en lugares en los que no me queda otra que conquistar al público. Tengo que cantar súper bien. Mantener un estándar alto hace que la exigencia sea constante, y eso te hace sentir más vivo. Digamos que aplico la madurez de los años a la cosa de la novedad: me siento como un pendejo que está debutando.”

Juan Andrade
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